capítulo 3

122 16 1
                                    

Estaba contemplando como caían  motas de polvo dorado y azul en  el jardín el cual estaba lleno de diversas plantas de diferentes colores chillones y en el centro un enorme cerezo sobresalía con una apariencia imponente y  encantadora, hasta parecía agradable la estancia en esta cárcel de cristal.

El polvo descendía en cámara lenta como si no tuviera prisa por caer. Se veía que se movían a través de una capa de miel invisible, pero sabía que era la manera normal en la que se movían las cosas en este lugar. No era que el tiempo fuera más lento, pero se movía diferente que en Darthe.

Estornudé cuando el polvo dorado invadió mis fosas nasales. Me empezó a cubrir un polvo dorado todo el cuerpo. Una sensación extraña me recorrió, era como si me estuvieran extrayendo energía, dejando a su paso la piel seca y tirante. Me vi las manos y seguían iguales, manchadas de una infinidad de lunares en la piel del brazo. No había un cambio físico, solo la sensación que me habían succionado la energía.

Los soldados con los que luche me iban escoltando hacia un salón  que era completamente de hielo solido con paredes que tenían incrustados  figuras de oro  negro y las marcas de los  Castell (un triángulo invertido). En el  salón se al alzaba un trono de hielo fundido con las marcas reales. El trono estaba adornado con una estrella que se alzaba en la parte superior representando las dos cortes.

Los recuerdos amenazaban con salir pero había pasado 12 años enterrándolos así que ya no era sus víctima ahora los gobernaba a mi antojo. Solo me permitía recordar cuando quería sufrir.

No había nadie además de los guardias que cuidaban el salón y los soldados que me estaban custodiando. Me habían puestos una cadena que se unía con un collar y unas esposas de Akasha. Algo exagerado. Los grilletes de las manos eran los peores de todo esto porque podía lidiar con una cadena, pero lidiar con esposas de Akasha era insoportable y por esa razón me la habían puesto. Sabían perfectamente que es imposible luchar con armas de Akasha. Te quemaba la piel cuando intentabas algún movimiento demasiado brusco.

Un recuerdo me hiso estremecerme.
Las puertas se abrieron pero lo que entro no fue nada interesante. El tipo de la cicatriz. Su apariencia era aterradora pero no lo suficiente como para que le tuviera miedo. Iba vestido con la armadura de los guardias y su espada con un topacio azul en el mango. Su rostro estaba deformado por una mueca de enfado y una cicatriz a juego.

-El rey quiere verte- dijo cuando llegó a  donde estaba- Así que por tu bien intenta comportarte- me dedico una mirada amenazante- sino yo mismo me encargare de ti.

Giré la cabeza cuando una niebla espesa inundo toda la estancia convirtiendo la escena aun más tétrica. Un hombre vestido con un traje completamente blanco con marcas azules y doradas en los puños entro a la estancia. La niebla se enroscaba alrededor de el abriéndole  paso como si buscara llamar su atención. Tenía una capa que serpenteando atrás de él pero conforme iba avanzando la capa empezó a enroscarse sobre su cuerpo. Se adhería a la piel como si siempre haya formado parte de ella. Se sentó en el trono, al mismo tiempo que la ultima arruga de tela se termino de adherir, y como si de un mecanismo se tratara toda la superficie se levanto por una milésima de segundo y se volvió a bajar provocando un pequeño resplandor blanco.

La ropa se le transformo en hielo, o mejor dicho tenían la apariencia de cristal blanco solido. Una corona de oro y hielo negro se materializó sobre un cabello blanco.  

Mierda.

El  rey. 

-Es verdaderamente admirable que un chico como tú haya provocado tantas perdidas.- dijo con voz gélida.

Decir que me miraba con desprecio era mucho. Ni siquiera me miraba con odio. Era como si estuviera viendo una hoja seca que no le provoca ningún tipo de interés pero que aun así la honra con su presencia.

-Mis actos no son tan loables. –me encogí de hombros restándole importancia -Solo me defendí.

-No creo que Kall opine lo mismo- señalo con la barbilla al tipo de la cicatriz-¿cuántas vidas murieron por sus actos?

-Siete soldados y un cazador-respondió en un gruñido.

El tipo de la cicatriz no se miraba nada contento. No recordaba haber matado a tantos y menos a un cazador. Pero para ser sincero olvidada muchas cosas.

-Sabes por qué estás aquí- la voz del rey carecía de emoción.

-Porque usted es el Rey.- baje la vista para ver mis grilletes- Y me tienen encadenado.

Un golpe en el estómago me hizo caer de rodillas jadeando por la falta de aire. Las esposas me quemaron la piel y pude sentir como un líquido caliente se deslizaba por mis muñecas. Mire al lugar de donde había venido el golpe y el rostro de Kall estaba sonriendo con suficiencia. Le gruñí enseñando mis dientes y Kall sujeto el pomo de su espada.

-Suficiente- la voz del Rey resonó por toda la sala.

Kall le hace una reverencia y retrocede. El rey sigue hablando como si nada hubiera pasado.

-he escuchado varias cosas muy interesantes sobre ti- apreté los dientes porque ya sabía de lo que hablaba- debo admitir que creí que eran leyendas que tu pueblo inventó para asustar a los tuyos. Pero empiezo a creer que tal vez sea verdad.
Me quedo callado no porque no tenga nada que decir pero no quiero ni desmentir ni confirmar los rumores, aunque sé que él sabe la verdad. Todos la sabemos.

-Todo el Carrison lo sabe.- dije fríamente.

-Para ser un prisionero tienes una actitud muy arrogante- su expresión seguía sin inmutarse- deberías cuidar el tono, estás hablando con tu Rey y puedo ordenar tu muerte en cualquier momento- el rostro del Rey era inexpresivo.

Mi paciencia se terminó cuando dijo que era mi rey.

Me puse de pie.

-Ese es su error su majestad- dije al tiempo que me acercaba. Los guardias se preparando para - que este encadenado no significa que sea su prisionero- seguí caminando hasta quedar frente al trono- porque usted no es mi Rey- un guardia se acercó lo suficiente para que pudiera agarrar la daga que tenía en su cinturón. Se la clave en el pecho. De un tirón la saque y me hice un corte profundo en la muñeca. La sangre broto enseguida.- no pertenezco al Carrison.

La sangre que salía de mi palma se desvanecía al tiempo que tocaba el suelo del castillo.

Sonreí con suficiencia a ver el rostro del Rey, no era de sorpresa ni de horror. Su rostro era de enojo porque yo sabía que esta tierra no me reclamaba.

Hard Onde histórias criam vida. Descubra agora