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Septiembre, 1979.

No parecía estar demasiado feliz. Sentado en las gradas localizadas a un costado de la cancha de baloncesto, se encontraba Liú Tian solo. Llevaba puesta una camisa desabotonada sobre la remera a pesar del calor. Tenía, además, el pañuelo amarillo desacomodado en el cuello. Xiao Zhen dudó antes de acercársele. Hacía tres semanas que no se veían y, considerando la última conversación que habían tenido, no se sentía bienvenido. Pero nunca iba a averiguarlo si no se le acercaba.

Pisó el primer nivel de las gradas, la madera vieja y gastada crujió por su peso. Subió otro peldaño. Liú Tian alzó la barbilla con algo de desconcierto y centró su atención en él. Xiao Zhen se detuvo.

Entonces, Liú Tian sonrió tan amplio que sus ojos formaron dos medialunas.

—Carlitos —dijo.

Nuevamente dudó antes de sentarse a su lado.

—Hola, gege.

—¿Por qué te ves tan nervioso? —cuestionó Tian examinándolo con la vista—. Aunque no puedo culparte, el primer día de clase siempre es agobiante.

Xiao Zhen bajó la barbilla y contempló sus zapatos, tenía uno de los cordones desatados.

—Te estuve buscando —confesó de la nada.

De manera disimulada, Liú Tian posicionó la mano sobre las suyas. Le acarició el dorso con el pulgar. Fue una muestra de cariño pequeña y a la vez grande, fue justo lo que Charles necesitaba para tranquilizarse.

—Estaba esperando a Luan justamente para saber si compartían horarios. Te fui a ver a la biblioteca y no te encontré.

—¿Estabas buscándome?

Tian le piñizcó con suavidad la piel.

—Te extrañé, Charles, no pienses que no lo hice.

Xiao Zhen le sujetó la mano sosteniéndosela unos segundos antes de soltarla. Se acercaban unos estudiantes desde el edificio principal. Entre ellos, se encontraba Luan. Su expresión miserable era la misma de hace dos meses. Típico de su actitud arisca, no fue a saludarlos, sino que se detuvo al otro lado de la cancha de baloncesto con los brazos cruzados.

—Zhen, tú y yo tenemos clases en cinco minutos, ¿te puedes apurar?

Liú Tian dio un largo suspiro.

—Hace dos meses que no te veo, ¿y ni siquiera me saludas? —le cuestionó a Luan—. Eres mi mejor amigo.

—Sí, sí, hola. Estás más delgado, come más —luego, a Xiao Zhen—: ¿Te apuras? No tengo todo el día.

—Si no fuera porque vives salvándome, pensaría que me odias, Lu.

—¿Y quién dijo que te quiero? —se burló Luan rodando los ojos.

—Retira lo que dijiste, me rompes el corazón.

—Cómprame el almuerzo y lo pensaré. Perdí mi dinero, mis bolsillos tenían un agujero.

—Miente de manera menos descarada, Lu.

—Estoy siendo sincero.

Tian dio un suspiro. Xiao Zhen se puso de pie para marcharse con Luan a clases. Sintió que lo retenían por el brazo.

—Carlitos —dijo Liú.

Volteó la cabeza hacia él.

—¿Pasa algo, gege?

El chico se quedó en silencio unos instantes con la mirada fija en su rostro.

—Creo que mi familia sí va a entenderlo, Charles.

Aprovechó para inclinarse hacia Tian. Sujetó su pañuelo y se lo desató para arreglarle el nudo. Tras acomodárselo para que estuviese derecho, Xiao Zhen le acarició la garganta con los nudillos antes de bajar un peldaño.

—Yo también creo que lo entenderán, gege.

La sonrisa de Liú Tian era temblorosa.

—¿Nos vemos a la hora de almuerzo?

—Por supuesto que sí, gege.

—Te quiero, Carlitos.

Ellos iban a estar bien.

—Yo también, gege.

Siempre lograban estar bien.

Siempre lograban estar bien

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Decalcomanía (Novela 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora