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Junio, 1985

Al salir de la ducha, Charles se secó y vistió con rapidez al igual que el resto de sus compañeros. Pantalones, camiseta, chaqueta, botas, rodilleras, canilleras, protector facial y chaleca, a la que le revisó cada uno de los bolsillos para comprobar que tuviese todos los implementos necesarios. Su cabello todavía estaba húmedo al agarrar el casco y colocarse el cinturón. Corrieron fuera del cuarto al ser llamados con un silbato.

—¡Infantería, preséntense!

Se formó junto a los demás. Una vez les entregaban el arma y la mascarilla, subían a los furgones que los esperaban. Cuando le pasaron la suya, comprobó que estuviese bloqueada y se la colgó al cuello. Ocupó el último asiento disponible. Las puertas del camión se cerraron una vez se sentó. Hubo un golpe metálico y partieron.

Charles apoyó la cabeza contra la pared del automóvil, se fregó los ojos por el cansancio.

—¿No dormiste bien, Gautier?

—No —le contestó a Vilaro, quien iba a su lado.

Al abrir los ojos, su compañero le entregó una pequeña petaca.

—Es café cargado, no me mires así —se excusó el chico—. Tómalo, es mejor que hoy estés despierto. Vi en las noticias que la manifestación es histórica.

En la Plaza de la República, en ese momento, se estaba congregando lo que sería una de las manifestaciones más grandes desarrolladas en el país. Dentro de una semana, a través de un plebiscito autorizado por el gobierno, se realizarían las votaciones que podrían cambiar el rumbo político del país. Se iba a decidir si se mantenía en el poder al actual presidente o se retornaría a la democracia, escogiéndose en noviembre el siguiente sucesor. Así que por supuesto que la gente se estaba manifestando a favor del «No»: no a la continuación del actual representante.

Al comprobar a la gente caminando por las vías portando unas banderas y camisetas que decían «No», recordó un rostro que comenzaba a perder detalles, sus colores empezaban a deslavarse de su memoria.

Charles le dio un trago al café de su amigo y se lo entregó, luego sacó su billetera y buscó la fotografía en blanco y negro que tenía adentro. Vilaro se apegó a él para husmear.

—¿Es...?

—Sí —le cortó Charles.

—Es preciosa.

Cerró la billetera y la guardó en uno de los bolsillos de su chaqueta. Descansó la cabeza contra el metal y se permitió dormitar el tiempo que tardaron en llegar hasta el lugar de manifestación. Iban como apoyo para la policía en el control de civiles.

Cuando finalmente el bus estacionó, Charles se quitó el casco para posicionar la mascarilla contra su nariz. Las puertas metálicas se abrieron, el sol de afuera lo cegó unos instantes.

—¡Vamos, vamos, muévanse! —les pidió alguien.

Bajaron de uno en uno.

—¡Necesitamos que se dirijan hacia ese sector para contener a la población! —les ordenó un teniente de la policía—. No queremos enfrentamientos, ¡sus armas no se dispararán hoy! Solo dispersión y arrestos, ¿entendido?

Vilaro lo siguió cuando Charles se movió hacia el sector indicado. En esa zona de la plaza, la multitud estaba intentando botar las vallas de seguridad para abrir más espacio. Había algunos policías que sujetaban los cercos metálicos para mantenerlos en su posición.

Charles se bajó la mascarilla al percatarse que la gente no lloraba ni tosía por las bombas lacrimógenas. El capitán Hale, que iba con ellos ese día, silbó para pedirles atención.

Decalcomanía (Novela 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora