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Junio, 1979.

Los gritos provenientes desde una de las canchas de baloncesto, ubicadas al aire libre en la universidad, le hartaron lo suficiente para dejar de lado su libro de anatomía y guardarlo en el bolso. Acomodándose la chaqueta de mezclilla, Xiao Zhen se puso de pie y se alejó de las voces. Mientras buscaba un sitio aislado y apartado de esos estudiantes eufóricos que comenzaban a cerrar el semestre, una mano apareció de la nada y lo agarró por el centro de la chaqueta. Fue arrastrado hasta unos camarines abandonados al costado de las canchas, luego la puerta se cerró tras su espalda.

Con expresión molesta y ojos rojos como si no hubiese dormido nada en las últimas veinticuatro horas, le hizo frente un Liú Tian con el cabello desordenado. Hasta su pañuelo estaba desaliñado.

—Te voy a dar una última oportunidad para que me expliques todo —advirtió, tocándole el pecho con el dedo índice.

Xiao Zhen tragó saliva y jugó con su bolso en el hombro. Contempló el suelo de baldosa sucio y desgastado bajo sus pies.

—Fui claro ese día —soltó con gran dificultad.

Liú Tian no respondió por tanto tiempo que Xiao Zhen se obligó a alzar la barbilla. Liú Tian lo observaba con expresión triste y dolida, para nada molesta.

—Es tu última oportunidad —insistió el chico— porque después no volveré a existir para ti. ¿Es eso lo que quieres?

El nudo en su garganta casi no lo dejaba respirar, porque ¿era eso lo que Xiao Zhen realmente quería? Por supuesto que no. Pero había veces, como aquella misma, en que sus deseos no eran lo que más pesaba en una báscula. Y en la balanza de las injusticias, Xiao Zhen elegía una vida sin Liú Tian que un mundo entero sin él.

—Charles, puedes hablar conmigo —susurró Liú Tian con las pestañas acumulando las lágrimas contenidas—. Confía en mí, te lo suplico. Soy Liú Tian, sigo siendo Liú Tian.

Sentía, de pronto, que la camiseta le quedaba apretada.

—¿Confiar en ti? —musitó con voz queda—. Me engañaste.

—Porque no te conocía.

—Eso no justifica nada.

—Lo siento —se disculpó Liú Tian—. Te juro que lo lamento, pero no puedo reconstruir nuestro pasado. Me acerqué a ti porque, sí, creí que podías ser el hijo del General Gautier. Pero no me quedé por eso. Me quedé porque me enamoré de ti, porque te quiero. Me quedé por ti.

Xiao Zhen desvió la mirada y la clavó en el fierro oxidado de una de las duchas. A lo lejos, podía captar las gotas estrellándose de manera lenta y pausada en las baldosas.

—¿Y cómo sé que no estás intentando engañarme de nuevo?

—Carlitos, ¿tú sabes lo que ocurriría si tu padre nos descubre?

Su pregunta lo descolocó tanto que buscó su mirada de inmediato. Liú Tian se había alejado unos pasos de él para tomar asiento en una banca que tenía un par de tablas rotas. Por detrás de él, se percibían los casilleros con las puertas rotas.

—¿Qué tiene que ver? —preguntó por fin.

Liú Tian estiró sus piernas y las cruzó a la altura de los tobillos. Sus calcetines negros de puntos azules tenían un agujero a la altura del empeine.

—Me contaste que eras hijo único y que tu señor padre te tuvo ya siendo mayor —comenzó a explicar Liú Tian—. Él no tiene hermanos, y tú solo tienes una tía que vive en Nueva Zelanda. Lo quiera o no, el señor Gautier solo te tiene a ti para heredar su apellido. Y él sabe eso.

Decalcomanía (Novela 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora