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Octubre, 1985

El primero en despertarse fue Liú Tian. Eran ya las once de la mañana, por lo que corrió a bañarse. Se había alistado y peinado cuando su mejor amigo salió de la habitación. Iba con ropa interior y una camiseta, la almohada todavía la tenía pegada en la mejilla.

—Hola, Lu —lo saludó.

Luan le gruñó mientras preparaba la prensa francesa para hacerse su café. Liú Tian había aprendido hace mucho tiempo que Luan no le respondería hasta haberse bebido por lo menos una taza completa. Ambos vivían juntos en lo que fue la casa del abuelo de Luan, que había fallecido hace cuatro años. Liú Tian utilizaba el cuarto que fue de Luan y su amigo el que le perteneció a su abuelo. La vivienda no se parecía en nada a la de hace años. Habían quitado el horrible papel tapiz con estampado y le habían dado una mano de pintura. Pero todavía quedaban mucho por arreglar.

Cuando Luan reapareció en la puerta del baño, cargaba una taza. Debía ir ya por la segunda, porque se veía más despierto y menos malhumorado. Su amigo lo examinó de pies a cabeza.

—¿Dónde vas tan arreglado? —quiso saber.

—¿Crees que estoy muy arreglado? —se asustó.

Se comprobó en el espejo. Iba con una camisa blanca con los últimos botones desabrochados. Un abrigo gris encima y unos pantalones de pana café.

—Sí —respondió Luan—. ¿Te vas a juntar con ese novio tuyo?

Liú Tian fue a su cuarto seguido por Luan.

—Tal vez —contestó evadiendo su pregunta.

—Un «tal vez» no es una respuesta.

—No seas tóxico —le recordó.

Luan le dio un trago a su café con malhumor.

—Solo quiero saber dónde estarás.

«Por si te pasa algo».

No lo dijo, pero Liú Tian lo entendió. Habían tardado dos años completos en hablar de ese día. A regañadientes y llorando al recordarlo, Luan le había confesado que creyó que había muerto.

—Me metí al regimiento a buscar tu cuerpo —le explicó con una sinceridad que fue aplastante. No había miedo en su expresión ni tampoco arrepentimiento, solo una aceptación que llegaba a romper el corazón.

—Iré por un café con un amigo —al final le explicó.

—¿Dónde?

—A mi negocio.

Eso le hizo fruncir aún más el ceño a su amigo. Porque Liú Tian llevaba medio año arreglando un local mal ubicado y en ruinas para convertirlo en una cafetería. Ambos estaban cortos de dinero, por lo que los arreglos se habían congelado por un tiempo.

—¿Por qué lo estarías llevando a tu negocio? —cuestionó—. Todavía ni lo inauguras. Ni siquiera tienes mesas. Ni cafeteras. Ni café.

Liú Tian evitó la pregunta y se cambió de ropa. Se puso una camiseta negra gastada que tenía estampado a Freddie Mercury con la frase «No voy a ser una estrella, voy a ser una leyenda».

También se sacó los pantalones y se puso un jean ajustado. Se metió la camiseta dentro.

—¿Así estoy mejor?

—Ahora pareces como si no te quedase ropa limpia.

—Luan...

Su amigo puso los ojos en blanco.

Decalcomanía (Novela 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora