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Julio, 1979.

En la ciudad natal de su familia, existía un proverbio chino que decía «Debes ingresar a la guarida del tigre para atrapar a sus cachorros». Porque sin dolor, le recordaría su abuelo tocándole la punta de la nariz, no hay ganancia que recibir. Así que cada vez que las cosas le iban mal a Liú Tian, se repetía aquello. Iba haciendo justamente eso, mientras caminaba por las baldas repletas de libros de la biblioteca de la universidad, cuando divisó al final del pasillo a Xiao Zhen, el cachorro escondido en la guarida del tigre.

—¿Te puedes imaginar que aquí fue nuestro primer beso, Xiao Zhen? —le dijo al detenerse frente él.

—Parece una década.

—Y lo más impresionante —continuó manteniendo las manos detrás de la espalda con expresión traviesa—, es que fuiste tú quien me besó primero. Te morías por mí, Xiao Zhen, admítelo.

Recibió una sonrisa como premio y una verdad que sonaba a promesa.

—Sí, gege.

Liú Tian se quedó sorprendido por unos instantes. Se recuperó rápido y apoyó el codo en el hombro de Xiao Zhen, acercándose para susurrarle en el oído. Comprobó que siguiesen solos.

—Así que alguien se moría por besarme... pero dime, Carlitos, mientras me hacías sufrir con tu indiferencia, ¿soñabas conmigo, cierto?

De la nada, Xiao Zhen ladeó la barbilla. Sus labios se rozaron antes de que Liú Tian retrocediera con los ojos abiertos de par en par.

—Pensé que eras el desinhibido entre los dos —bromeó el chico.

—Toca cambiar de roles cuando te pones así de atrevido y... ¿qué sucede? —quiso saber cuando Xiao Zhen le tocó la mejilla con cariño.

—Te voy a extrañar, gege.

De puro nerviosismo, acomodó un mechón detrás de su oreja.

—¿Qué dijimos sobre ese deprimente «gege»? —intentó bromear—. Todavía me debes un sobrenombre de pareja, no lo he olvidado.

—Cuando regreses, te habré escogido uno.

Liú Tian pisó la punta de su propio zapato con el talón del otro, sus manos de nuevo escondidas tras su espalda.

—No empieces, Xiao Zhen. No me gusta esto.

—¿Dije algo malo?

Su boca se frunció en disgusto antes de responder.

—Esto parece una despedida, y no me gusta.

—Eso es porque te vas el viernes —recordó.

Volteó la mirada y sopló un mechón de su frente.

—Sí, pero voy a regresar así que no necesitas despedirte de mí.

—Pero...

—De igual forma quiero que me vayas a ver a la estación ese día —pidió siendo consentido.

—Por supuesto, gege.

Jugó con un botón en la camiseta de Xiao Zhen.

—Me parece bien porque, si yo debo soportar cuatro horas sentado en una tabla dura cuando el fin de semana apenas pude caminar por tu culpa, tú puedes levantarte temprano para ir a despedirte de tu novio.

Ambos comenzaron a reír.

Continuaban de buen humor al salir de la biblioteca y reunirse con el mar de universitarios que enfilaban hacia la salida. Liú Tian fue golpeado por un grupo de chicas que intentaba abrirse paso entre los estudiantes. Xiao Zhen se alejó unos metros de él. Entonces sintió un tirón leve por el codo, alguien llamaba su atención. A penas alcanzó a detenerse cuando lo escuchó.

Maricón.

El corazón se le subió a la garganta, las piernas se le paralizaron. Una sensación fría y escalofriante le bajó por la espalda. Se llevó un puño hacia el pecho y se giró, sus ojos recorrieron el pasillo plagado de personas, yendo desde un grupo de chicos que reía con escandalo hacia unas chicas que hablaban en voz baja y luego a una pareja que peleaba y después hacia los profesores que también intentaban escapar de esa multitud y hacia...

Otro tirón en su codo.

Se zafó con un golpe.

Xiao Zhen lo observaba con extrañeza y las manos alzadas a los costados de la cabeza. Recién ahí Liú Tian se percató que había levantado el puño.

—¿Tian, estás bien?

Lo observó, después nuevamente comprobó tras su espalda.

—¿Tian? —insistió Xiao Zhen.

Las piernas todavía las tenía dormidas cuando tiró con disimulo a Xiao Zhen para que comenzase a caminar y pudiesen alejarse de ahí.

—No pasa nada —mintió forzando una sonrisa—, solo creí escuchar a Luan.

Y a pesar del escalofrío constante que le paralizaba las piernas, se abrió paso entre la multitud.

Maricón, repitió su mente.

Maricón, pensó mientras observaba a Xiao Zhen de manera disimulada y luego al suelo.

Alguien lo sabía.

Alguien lo sabía

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Decalcomanía (Novela 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora