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Agosto, 1979.

La mayoría del tiempo solo consistía en disimular para no levantar sospecha, pero hasta eso era difícil ese día. Estaban todos sentados en la mesa, a excepción del padre de Liú Tian que continuaba en el sofá reclinable ubicado frente a la televisión. Tenía una mesa a un costado y un paño de cocina puesto alrededor del cuello. Intentaba comer, hace años que lograba hacerlo solo, no obstante, siempre terminaba tirando más comida de la que ingería. Debido a eso, su abuela siempre le daba una ración extragrande, a pesar de que aquello implicase, en algunas oportunidades, quitarle una porción a otro.

Como Liú Tian pasaba diez meses fuera de la casa, su familia no había estado presentando grandes problemas económicos. Sin embargo, la llegada de Xiao Zhen había complicado un poco las cosas en la mesa. Liú Tian no quería analizar demasiado los platos centrales, porque podía divisar la poca comida que había para alimentar a seis personas.

La tensión era palpable mientras Inari estiraba sus palillos rojos para agarrar un brócoli bañado en salsa. Su abuelo, sentado frente a ellos, era el único que parecía estar disfrutando la situación. No le quitaba la mirada a Xiao Zhen al punto que Liú Tian comenzó a sonrojarse. Quería decirle «, es solo mi amigo» pero sabía que eso sí que terminaría por delatarlo.

Cuando el chico empezó a comprobar de manera disimulada su casa, Liú Tian intentó analizar su hogar desde los ojos de Xiao Zhen. Descubrió un gran revoltijo de cosas.

La familia de Liú Tian eran prácticamente la única familia de migrantes en la zona y nadie, a excepción de él, visitaba la capital. Sumado a ello que se habían venido desde China prácticamente con lo puesto, la casa no era una gran representación de su cultura asiática.

La sala de estar era pequeña con un sofá grande y uno pequeño que le pertenecía a su papá; frente una televisión pequeña en blanco y negro que su madre estuvo ahorrando por dos años para regalársela a su padre. Sobre los sillones había unas mantas a crochet de diversos colores que había tejido su abuela. A un costado de aquello, se ubicaba la mesa en la que estaban sentados, de madera y de seis puestos. En el centro de la estancia, la desgastada alfombra que su abuela había confeccionado para tapar la sangre que había manchado para siempre el cemento.

La cocina, en tanto, era una extensión malograda, cuyo techo era tan bajo que Liú Tian siempre se pegaba en la cabeza con el borde de la puerta. Y el largo pasillo ubicado a un lado de ella, se dirigía a los cuartos, que también correspondían a otra extensión mal confeccionada. Primero estaba el cuarto de sus abuelos, tan pequeño que solo cabía la cama de dos plazas, y luego seguía la de sus padres, que era la estancia más grande de la casa para que su papá pudiese moverse con comodidad. Al final, estaban el cuarto de Inari y de Tian, el suyo era la habitación más pequeña.

El único objeto, que representaba su ascendencia china en toda la casa, era la figurilla Zhaocai Mao, que movía su pata dorada izquierda. Incluso había un Cristo en la cruz sobre la televisión a pesar de que ninguno de ellos practicaba el cristianismo. El tallado en madera se la habían regalado a Liú Tian en la escuela cuando era pequeño. Y había permanecido con ellos durante todo ese tiempo porque su abuela había decidido que lo mejor sería guardarla, al no ser capaz de regalarla o tirarla por miedo a las repercusiones.

Era un hogar humilde, pero Liú Tian lo amaba.

—Yo... en serio ya comí —intentó disculparse una vez más Xiao Zhen.

Su abuela hizo un gesto con la mano.

—Coma, coma —indicó.

—Comí algo en la estación de trenes —insistió Xiao Zhen.

Decalcomanía (Novela 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora