Suiza en el South Central

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Vivo en el peor barrio de Los Ángeles, el más peligroso. No solo eso, vivo en la peor zona del peor barrio de Los Ángeles, Watts.

Cuando la gente llega a mi ciudad se queda detenida en los tópicos de California, el cartel de Hollywood, Rodeo Drive, el Paseo de la Fama, Universal Studios... A los turistas no les cuentan la gran diferencia que existe entre el norte, donde viven los ricos y famosos, y el sur, donde vivo yo. Tampoco parecen darse cuenta de los mendigos de Hollywood, ni que al caer la noche en el distrito financiero, el Dowtown, es mejor quedarse en casa.

Mi barrio solo sale en las guías turísticas como uno de los lugares a los que no debes acercarte, lo normal si cuenta con la tasa de homicidios más alta del mundo, el hogar para unas cuatrocientas pandillas de la ciudad.

Llegué allí con tres años de la mano de mi madre. Una madre que nunca me ha explicado, si fue por orgullo o por cabezonería, el por qué no pidió ayuda cuando la necesitaba, condenándose ella y arrastrándome a mí. Sé lo que me ha contado de forma escueta. Hija de madre americana y padre español, divorciados, pasaba sus vacaciones de verano con mi abuelo, al que no conozco, ni siquiera su nombre. Con dieciséis años se quedó embarazada de un chico de su misma edad, californiano para más señas, que desapareció al finalizar las vacaciones. Recién cumplidos los dieciocho, vació la cuenta de su padre y nos metió en un vuelo rumbo a Los Ángeles, segura de encontrar a ese amor adolescente que también le mintió sobre su residencia. Con una hija y pocos años, las cosas se pusieron muy difíciles y el dinero es algo que se acaba muy pronto. A día de hoy sigo preguntándome por qué no hizo una llamada, una puta llamada a su madre, o a su padre, de los que nunca habla mal, y que podría haberme dado un futuro diferente. Jamás me dio una respuesta. Sin estudios, lo máximo que pudo conseguir es un empleo a tiempo parcial de camarera, y con eso ni se come, ni se llega a final de mes, así que, su carrera de prostituta comenzó demasiado pronto, alejándonos del norte hacia lo más profundo del sur.

Mi madre ejerce en muchas ocasiones en casa. Mi vecina Marina y su hijo Edgar han hecho las veces de niñera. Yo nunca supuse ningún problema. No lloraba y me entretenía con cualquier cosa, creo que ni notaban que estaba allí, salvo el día que detuve un tiroteo en mi calle. El hermano mayor de Edgar, "El balas", pertenecía (y hablo en pasado porque murió en un ajuste) a una de las bandas que por allí circulan. Aquel día vinieron a por él. Cuando todo iba a comenzar entre acera y acera, aparecí con mis seis años en medio de la calzada en busca de una pelota. Todavía me siguen contando la historia, como grité que pararan y que era Suiza, declarándome neutral y esgrimiendo una bandera de aquel país, pintada con mis propias manos, que permaneció muchos años en el porche de mi casa. No hubo ninguna muerte ese día. Me quedé con el apodo de Suiza, así me llaman en el barrio.

Al día siguiente, apareció una pintada con el "187" en la casa de Marina. Tres números que son una amenaza real, el símbolo utilizado por las bandas para marcar de muerte a un enemigo, el número que tiene la parte del código penal dedicada al asesinato. Nunca volví a ver al hermano mayor de Edgar, aunque él si tomó el relevo, algo que resulta inevitable cuando naces en el gueto sabiendo que no hay más opciones.

En mi barrio uno se acostumbra a ir a entierros de chavales de trece años, un lugar donde el día y la noche es la diferencia entre la vida y la muerte. A la luz del sol, bajo el cielo azul, las palmeras y la quietud de los parques, nadie diría que es un sitio peligroso. El miedo se cierne al caer la noche, cuando los miembros de las bandas se dedican a defender su feudo. En Watts te sabes la topografía de tu casa de memoria, al tacto. Una bombilla encendida puede facilitarte ser el blanco de una Glock semiautomática de 9 milímetros, o de un AK 47. Mi madre y yo no hemos sucumbido a la violencia, abandonando la casa antes de que salga el sol, para no cruzarnos con nadie, y llegando antes del anochecer para no salir antes del día siguiente. Esa el razón por la que mi madre solo recibe a sus clientes por la mañana. La misma razón por la que muchas noches me quedo a dormir en casa de Ruby, para no tener que volver cuando oscurece.

¿Y si después es nunca? Where stories live. Discover now