Verdades, delirios y despedidas

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El resplandor de la pantalla del teléfono ilumina la estancia. Miro la hora, la una de la mañana. Grant duerme ajeno a las miles de vueltas que he dado, tantas como los pensamientos en mi cabeza. Me levanto sin hacer ruido y me asomo entre la puerta entornada de la habitación de Liam. Está boca arriba, con la mitad de su torso desnudo fuera del saco. Con la linterna apuntando al suelo, entro para observar su rostro anguloso que se muestra apacible. No puedo dejar de mirar su boca entreabierta. Sin saber por qué, me acerco hasta él con los dedos dispuestos a rozar sus labios. Se mueve inquieto y salgo a toda prisa cerrando la puerta con cuidado.

Es inútil. No voy a poder dormir. Me visto y dejo una nota sobre la isla de la cocina antes de desaparecer. Conducir de noche es relajante, apenas hay conductores nocturnos. La carretera, que se vislumbra hasta donde llegan los faros, se extiende como un río negro sin final. Cuatro semanas, cuatro putas semanas para que mi vida, a la que ya me había acostumbrado, de un giro radical. Los ojos me escuecen, retengo enfurecida las lágrimas con el dorso de mi mano. ¿En qué momento me convertí en una llorona? ¿Cómo he sido capaz de confesar mis miedos a un tío al que apenas conozco? Liam y su sensatez. Liam y su ternura. Liam que se mete en los huecos oscuros dando luz. Puñetero Liam. No he escrito a Kyle que debe estar subiéndose por las paredes. Pensar en él me produce dolor de cabeza. No sé cómo voy a enfrentarlo, cómo fingir que todo está bien para que se pueda ir con un poco de paz. Con estas reflexiones zumbando en mi cabeza, de la misma manera que miles de abejas, llego al desvío de Buddy Meals.

A través de los ventanales, veo a mi madre tras la barra hablando con una camarera a la que no reconozco. La puerta se queja cuando la empujo, el sonido alerta a Nora que mira incrédula como entro al local. Sale disparada a mi encuentro y me acoge entre sus brazos. Yo me dejo hacer, apretada contra su pecho y rodeando su cintura, temiendo que se escape.

—¿Ha pasado algo? ¿Estás bien? — se aparta y comprueba que no estoy herida para atraerme de nuevo.

—Sí, mamá —la tranquilizo—. Te echaba de menos.

Se sienta conmigo en una de las mesas y pide a su compañera un chocolate caliente para mí.

— No creo que todo esté bien si apareces por aquí a estas horas —fija sus ojos en mi rostro y me toma de la mano— ¿Me lo vas a contar?

Y se lo cuento. Porque ella me conoce mejor que nadie. Le explico la opresión que ha acampado en medio de mi pecho por la marcha de mis amigos; lo molesta que me siento por no haber estado en la boda de Ruby; la pelea de Grant y el alivio que me produce que mi novio se vaya. No le hablo de Liam, los sentimientos que no entiendo son difíciles de expresar.

—Cariño, siento muchísimo que estés pasando por esto tú sola. No lo estoy haciendo nada bien, si no he tenido ni un momento para que me digas todo lo que te estaba ocurriendo —noto como la culpa la recorre y me apresuro a borrarla con un beso sobre su mejilla. ¿Qué más puede hacer si trabaja dieciséis horas al día?

—Te lo estoy diciendo ahora, sabes que hasta que no rumio las cosas tampoco soy capaz de contarlas —me esfuerzo en sonreír para que no crea que es tan importante.

—Lo de Kyle no me sorprende. Erais la extraña pareja, no entiendo como ha durado tanto lo vuestro.

Bebo de mi taza y dejo que el chocolate ensucie mi boca. Me limpia con una servilleta y vuelvo a tener diez años. Que agradable sensación que cuiden de ti.

— Esto va a cambiar y muy pronto —sentencia.

La miro incrédula. Se me escapa una risa sarcástica y un tanto amarga.

—¿Cambiar? Yo opino que todo sigue igual —me debato entre soltarlo o no, pero ya puestos, decido que mejor hablar de todo lo que me agobia—. ¿Te dijo Alyn que vine a desayunar? —no le doy tiempo a contestar—. Te vi besando aquel tipo en su coche. ¿Es porque ya no voy a trabajar con Edgar?

¿Y si después es nunca? Donde viven las historias. Descúbrelo ahora