Eres estúpida cuando haces estupideces

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La primera vez que vi a Bree, enseñaba al rector su escondite secreto de bebidas en la biblioteca. No suele ser ese tipo de chica. Hace cosas muy, muy tontas, si se enfada con alguno de sus padres, como enrollarse con el ligue de turno en las mesas de la biblioteca cuando todos se han ido, mientras se pone ciega a vodka. Hasta que la pillaron. Mide diez centímetros más que yo, sobre un metro setenta. Es guapa, elegante, se ponga lo que se ponga. Morena, con el pelo muy corto que lleva despeinado, como si saliera así de la ducha, aunque después de conocerla, comprobé que ese estilo conlleva mucho esfuerzo. Me da pereza ver como se peina, me parece más práctica mi melena larga que no necesita secador y que siempre puedo recoger en cualquier momento.

Ese lunes vi entrar al séquito, teniendo en cuenta que yo me colaba allí, cogí mis libros prestados y sentí como me sonreía mientras lo hacía. No volví a pensar en ella hasta mi siguiente visita. Me abordó cuando estaba en uno de los bancos y decidió que debíamos ser amigas. Si a Bree se le mete algo en la cabeza, no hay manera de pararla. A veces me sorprendo de nuestra extraña amistad, dado mi mal carácter y lo antisocial que soy. Me cae bien, es la versión rica de Ruby. Se parecen mucho, siempre le digo que algún día se la presentaré, porque estoy convencida de que harán muy buenas migas. A Bree le retiraron el carnet de la biblioteca, pero me consiguió el de su compañera de apartamento que no ha pisado una en la vida. Vive en un lujoso ático en Westood, muy cerca de la Universidad, entre Santa Mónica y Hollywood, y lo comparte con una compañera que paga la mitad del indecente alquiler, pero que casi nunca está. Comencé quedándome una noche que se me hizo tarde, lo pasamos tan bien, que cada vez que iba anulaba los planes del fin de semana para quedarse conmigo, hasta que finalmente me dio las llaves.

Aparco con precisión milimétrica, me deberían dar un premio de conducción segura. No tengo póliza y cualquier accidente me podría traer muchos problemas. A las once ya estoy fuera. Me cago en todo al comprobar que el propietario de un 4x4, que debe ser un auténtico capullo sin civismo, ha dejado su coche de cualquier manera cerrándome el paso. Miro alrededor por si estuviera cerca y a los cinco minutos mi paciencia se agota. Decido sacar mi auto, no voy a estar allí plantada hasta que ese imbécil se digne a volver. Tras mil maniobras parece que lo he conseguido, pero justo cuando creo estar fuera, el morro de mi coche raya la puerta de su flamante Audi. ¡Joder! Lo mejor es salir de allí, pero eso no es posible si un tío de un metro ochenta y pico se planta delante con cara de pocos amigos. Si acelero, no le va a quedar más remedio que apartarse, pero cuando golpea el capó del "abuelo", el nombre con el que llamo a la chatarra que conduzco, me cabreo y mucho.

—¡¿Qué cojones haces?!— le grito, saliendo y golpeando con mi mano su pecho sin que consiga hacer que se mueva de su sitio.

—¿Qué cojones haces tú?— me increpa, cogiéndome de la muñeca para impedir que le vuelva a pegar.

Nos quedamos frente a frente en un duelo de miradas, como los pistoleros de las películas antiguas del oeste. Tiene los ojos azules, no como los de Kyle que son más apagados, los suyos son de un color más intenso, de una tonalidad hipnótica y rodeados por un aro más azul que hace que no pueda dejar de mirarlos, tanto es así, que compruebo que en su ojo derecho hay una diminuta mancha marrón, como si fuera una peca.

—Saca los papeles y terminemos con esto.

Me empiezo a poner nerviosa. El coche está a nombre de mi madre, pero jamás hemos contratado un seguro. Intento pensar rápido para poder salir de esta situación y no tener que verlo nunca más.

—Mira— le digo intentando parecer calmada—, tengo mogollón de prisa y no puedo perder el tiempo. Sacamos unas fotos, nos damos los datos y te escribo cuando llegue a casa para solucionarlo.

Se me ha adelantado y ya está sacando fotos de todo, cojo mi móvil y le imito, como si de verdad fuera a dar parte.

—¿Cómo te llamas?— me gruñe.

¿Y si después es nunca? Where stories live. Discover now