Dejarse llevar suena demasiado bien

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Olivia: ¿Estás libre?
¿Puedo pasar a buscarte?

Un, dos, tres... sigo contando. Me contesta en el segundo treinta y cuatro.

El imbécil: Sí.
Te envío la dirección

Olivia: En media hora.

Ventanillas subidas y radio apagada. El climatizador deja el interior del coche a una agradable temperatura de veinte grados, solo se escucha el suave murmullo del motor y mi corazón latiendo descontrolado. He llamado a Ruby para ponerla al día de este inesperado giro de mi vida. Ha gritado tanto que he oído a Grant entrar en la habitación, es posible que creyera que la estaban matando. Necesitaba una excusa para verlo y la he encontrado, aunque ya me esté arrepintiendo. ¿Quiero ser su amiga? ¿Deseo algo más? No sé lo que quiero, de lo que estoy segura es de la inquietud que me produce estar a su lado. No es una mala emoción, se aferra a mi estómago, viaja hacia abajo y luego sube, quedándose pausada en mi garganta.

Cuando llego ya está esperando en la calle. Tengo que tocar el claxon para advertir mi presencia, su cara es un poema al verme dentro de mi coche nuevo. Entra, el interior se llena de su olor, una mezcla de champú y fragancias con toques de manzana, ciruela y limón. Me gustaría poder embotellarlo y destapar ese aroma cuando piense en él. Me planta un beso en la mejilla, como si fuera lo más natural del mundo, recorre con la mirada mi cuerpo y acaba detenido en mis piernas desnudas.

Agarro con fuerza el volante y pongo rumbo al muelle de Santa Mónica.

—Nunca he conocido a nadie que me descoloque tanto como tú —Toquetea la guantera, el parasol y pasa la mano por los asientos.

—¿Qué he hecho ahora?

—Hace una semana que te escribí para quedar y apareces sin más.

—Te he avisado antes.

—Un detalle por tu parte —Va pasando frecuencias hasta que se detiene en una que pone temas clásicos.

La voz de Nina Simone cantando Feeling Good  le hace cerrar los ojos. Se vuelve hacia mí y ambos sonreímos. Totalmente sincronizados comenzamos a cantar, le sigue Aretha Franklin y Elvis Presley. La tensión de mis músculos desaparece, me siento bien.

No hemos hablado, solo cantado. Es increíble la consideración que tiene conmigo, sabe con exactitud cuando estoy nerviosa, el momento en el que el silencio atrapa mis palabras, la música que me amansa como la fiera que soy. Es una sensación nueva que se ve interrumpida por una llamada. Antes de salir he integrado mi móvil para poder hablar con el manos libres, no me he molestado mucho en averiguar como funciona. No me da tiempo a rechazarla, la voz de Kyle suena en el interior.

—¡Hola nena! —Liam baja la voz de la radio y le veo alzar las cejas sin dejar de mirarme.

—Hola Kyle —respondo nerviosa.

—Se te oye raro.

—Ya, mi teléfono no va muy bien —El imbécil, porque ahora lo siento así, estira las piernas y se pone cómodo para disfrutar del espectáculo.

—Tengo un notición. Me han hecho un super regalo, nena —El uso de esa palabra, nena, me está poniendo al borde de un ataque de  nervios—, un montón de pasta. He sacado un billete para que puedas venir a verme el mes que viene.

—¡Oh! —consigo decir—. Creo que primero deberías haberlo consultado conmigo, ¿no te parece?

—Los regalos no se consultan —me suelta como si fuera una ignorante y hubiera hecho una pregunta estúpida—. Te mandaré todos los detalles del vuelo por mail y solo te voy a pedir una cosa, ya te lo voy diciendo para que te hagas a la idea.

¿Y si después es nunca? Where stories live. Discover now