Liberando a Margot

60 7 2
                                    

El dicho, ese que dice «si no quieres caldo, toma dos tazas», define mi vida en estos momentos. Para alguien como yo que asume tan mal los cambios, el universo se está cebando.

En menos de doce horas he volado a San Francisco, besé a Liam, rompí con mi novio y ahora me encuentro de regreso a Los Ángeles. Ha sido un día tan raro y tan frenético, que no me ha dado tiempo de asimilarlo todo, y estoy agradecida por ello. Solo ahora, en el momento en que el avión ha alzado el vuelo y los pasajeros dormitan, es cuando he empezado a ponerme nerviosa. No sé como comportarme cuando llegue y lo vea. Vale, nos besamos, y lo hicimos con ganas, pero no estoy segura de lo que significa. Sentí que lo deseaba tanto como yo, y ya no me parece tan mala idea continuar con esto, sea lo que sea, pero he de reconocer que mi intuición, si se trata de estos temas, no funciona nada bien.

Son las seis de la tarde cuando aterrizo. La salida está llena de una numerosa familia, con carteles, que engullen en abrazos a un hombre de mediana edad, atrapándome a mí en medio de esa vorágine de cariño. Salgo como puedo y miro en todas las direcciones esperando encontrarlo. Cierro los ojos un instante, y como si de un radar se tratara, mi vista se dirige directamente hacia él. Me hace un gesto con la mano, me sonríe, y lo noto. No es como las otras veces. No es deseo, o nervios, es como si tuviera una cuerda atada dentro de mí que se estira llevándome a su lado. Avanzo fingiendo estar tranquila, me recibe con un abrazo y tras una ligera duda besa ligeramente mis labios. Se separa con rapidez tomando mi maleta y comienza a andar. No es lo que esperaba, en mi imaginación el reencuentro era más efusivo, tal vez mis ansias me estén jugando una mala pasada.

—¿Qué tal el vuelo? ¿Estás cansada?

—No me ha dado ni tiempo.

—¿Comemos algo antes de dejarte en tu casa? —me pregunta mientras guarda mi maleta en su coche.

—No quiero volver a casa —me mira un tanto sorprendido sin saber que decir—. Mi madre cree que pasaré fuera al menos tres días, se merece estar ese tiempo a solas con Bill. Bree no está en la cuidad y no me apetece someterme al interrogatorio de Ruby. ¿Me prestas tu sofá?

Se queda callado lo que considero mucho tiempo. Caigo en la cuenta de que mi proposición suena fatal.

—Lo siento, es una mala idea. Lo mejor será que me lleves a Santa Mónica.

—No —contesta sin mirarme mientras maniobra para incorporarse a la carretera—, está bien. No hay nadie en el piso.

—No quería hacerte sentir incómodo.

—No lo estoy —dice dándome un apretón a mi mano—, me ha pillado por sorpresa.

No hago ningún comentario más, tengo miedo de estropearlo todo si lo hago. Es una mierda no saber como comportarse en estas situaciones, así que me ciño a la versión preocupada de Olivia. Frunzo el ceño y cierro la boca.

—Deja de pensar, cualquier día te va a explotar la cabeza.

—Creo que he metido la pata. Estoy acostumbrada a quedarme en casa de Ruby o de Bree sin preguntar.

—Pues a partir de ahora, también puedes hacerlo en la mía.

Suspiro aliviada y le pillo reprimiendo una sonrisa.

—Te voy a llevar a un lugar del que no le he hablado a nadie. ¿Tienes algún sitio especial donde refugiarte cuando necesitas estar sola?

—No sé si es especial, cualquiera que me conozca un poco sabe que puede encontrarme allí. La nave donde reparo los coches. Cuando necesito desconectar, es lo que hago. Me da un poco igual quién esté conmigo, si estoy concentrada en un motor o en alguna pieza, saben que no van a poder tener mucha conversación.

¿Y si después es nunca? Where stories live. Discover now