Fake Tales Of San Francisco

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Si te toca ventanilla, en un vuelo en el que compartes asiento con tres personas más, es casi tan gratificante como ganar la lotería. El señor del centro, tiene ya sus años, y una dentadura postiza que se le cae cuando el que está situado al lado del pasillo le despierta con sus ronquidos. En otro momento, la Olivia rabiosa y malhumorada, hubiera salido a la superficie, pero en este avión, viaja la Olivia que no deja de tocarse los labios y casi muere por deshidratación, al no querer beber ni un vaso de agua, no sea que el sabor del beso se pierda. Una hora la he dedicado a repasar lo que hice en la terminal, una y otra vez, queriendo más. Los veinticinco minutos restantes, en ensayar lo que tengo que decirle a Luke.

Enciendo el móvil al llegar, mientras paseo nerviosa, para recibir un mensaje en el que mi futuro ex novio me dice que no puede venir a recogerme.

Empezamos bien.

Tantas ganas de verme y me envía la dirección para que coja un taxi. Es más importante hacer unos recados con su madre que venir a buscarme. Así de seguro se cree de tenerme, como si fuera la rancia esposa de un matrimonio muerto en la rutina. Tal vez todos tuvieran razón y hacer este viaje no haya sido tan buena idea, pero aquí estoy, tengo que ser consecuente con las decisiones que tomo, aunque sean malas. Voy fijándome en los carteles hasta encontrar la salida. Pido un Uber, especificando que prefiero un conductor que no me dé conversación. Demasiado inquieta para hablar con un desconocido y muy cabreada para que fluyan las palabras. Dentro del coche recibo un mensaje de Liam, haciendo que me relaje y que una sonrisa bobalicona se instale en mi cara. Saco una foto a través de la ventanilla y tecleo «ojalá estuvieras aquí para recorrer las calles juntos», frase que borro de inmediato y sustituyo por una carita sonriente.

 No tardamos en llegar a Noe Valley, el barrio en el que ahora viven los Evans. Pasamos por 24th Street, que está abarrotada de panaderías, tiendas de vino y queso, y sobrias cafeterías, hasta ser recibidos por ordenadas hileras de viviendas victorianas y eduardinas. Siento cierto alivio, cuando nos acercamos a una zona más modesta y paramos frente a una casa blanca de dos pisos con techos empinados. La fachada es asimétrica con un pequeño porche que cubre el área de la entrada. Los imaginaba viviendo en un barrio parecido al mío, en una casita adosada con un gran jardín, no en medio de una calle bastante bulliciosa y con gente demasiado joven.

Respiro hondo y subo las escaleras de la entrada. El timbre resuena con un ding-dong desafinado y observo que a la puerta le haría falta una buena mano de pintura. Tardan en abrir, lo hace Luke que ahora lleva un corte de pelo más conservador. Ha cambiado sus camisetas por polos de Ralph Lauren que desentonan con los desconchones de la fachada. Me abraza con fuerza, levantándome del suelo, por primera vez en mi vida, me alegro de ver a su madre que carraspea cuando nos ve demasiado cerca.

Gracias señora Evans, acaba de evitar que le haga la cobra a su hijo.

Me hacen pasar y mi maleta queda en el recibidor. La casa huele a asado que se mezcla con un desagradable olor a ambientador. Los muebles no son antiguos, son viejos, un tanto pasados de moda. Algunos descansan sobre impolutas alfombras demasiado floreadas para mi gusto. 

—Que ganas tenía de verte —me dice Kyle sonriendo de oreja a oreja—. Deja que te enseñe la casa —Toma mi mano y subo tras él al piso superior.

—¡Puertas abiertas! —grita desde abajo su madre, como si fuéramos a lanzarnos sobre la cama a follar como conejos.

Las habitaciones no son mucho mejores. No es que ahora me haya convertido en una esnob, pero me había dado a entender que todo les iba, tan, tan bien (según sus propias palabras), que me hacía a la idea de un lugar diferente. Su habitación da hacia la calle, parte de ella se merma bajo el techo inclinado donde es imposible que pueda estar de pie sin agachar la cabeza. Es demasiado infantil, con una cama de noventa y trofeos en las estanterías. Tengo que contener la risa al descubrir una colcha estampada con balones de fútbol, pero se me pasa enseguida cuando me tumba sobre ella dispuesto a besuquearme y a meterme mano.

¿Y si después es nunca? Where stories live. Discover now