Puentes de madera para ríos que no existen

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Nunca fui de campamento, pero esto se le debe parecer mucho. Grant, apoyado en la pared porque aún le cuesta doblarse, intenta robarme los tallarines fritos que aún quedan en la caja de cartón. Liam y yo, sentados en el suelo frente a él, devoramos el resto de la comida que ha pedido al restaurante chino y que no nos ha dejado pagar. Hace unas horas quería matarlo y ahora aquí estamos los tres, riendo y cenando como si fuéramos amigos de toda la vida. No puedo dejar de pensar en lo que hemos hablado en el coche, la facilidad con la que me ha contado parte de su historia. ¿Será así de abierto con todo el mundo o puedo considerarme especial? Tampoco olvido lo que me dijo antes de entrar al portal. Si normalmente me siento confundida, Liam no mejora las cosas en ese aspecto.

—¡Olivia! —me sobresalto al oír la voz de Grant—. ¿Dónde estabas? Te has quedado mirando los rollitos como si tuvieran la clave del universo.

—Pensando —respondo—. Casi no nos hemos visto esta semana y no he tenido ocasión de preguntar. ¿Cómo se han tomado los padres de Ruby lo de vuestra boda?

Grant deja los palillos a medio camino de su boca, y se mete una cantidad asquerosamente grande que le impide hablar.

—¡¿No se lo habéis dicho?! —grito sorprendida.

—Esperad un momento —nos dice Liam mirándonos a ambos— ¿Te has casado?

Mi amigo deja la comida en el suelo y emite un fuerte suspiro que hace que se encoja de dolor.

—Lo hicimos por lo del trabajo en Venice —me saca la lengua cuando ve que agito la cabeza en señal de desaprobación—. Y no, no se lo hemos contado aún. Ruby me pidió tiempo, quería hablar antes con su hermana.

—¿Ruby tiene una hermana? —pregunta Liam extrañado.

Nos hemos acomodado tanto con él, que no nos dimos cuenta de lo poco que sabe de nosotros. No sabe que Ruby tiene una hermana de veinticinco años que vive con su marido en Oregón. Tampoco sabe que es tía de un par de gemelos que son malos como el demonio pero que adora. La distancia hace que no se puedan ver mucho, aunque están en contacto permanente. Gabriela es la segunda confidente de Ruby, o eso quiero creer, me hace sentirme mejor el pensar que es a mí a quién le cuenta todo antes. He estado en muchas videollamadas con ella, incluso estuve el día que le confesó que lo había hecho con Grant por primera vez, aunque prefiero no acordarme. Fue incómodo escuchar como hablaban de ello tan explícitamente. Mi amiga sabía que conmigo no podía explayarse tanto, por eso me torturó con esa conversación.

—Va a ser interesante el día que entres en esa casa como marido de su hija pequeña —le digo sin poder contener la risa— Hasta entonces no te va a quedar más remedio que venirte a Watts.

—¡Joder! Con toda esta mierda es algo de lo que no me había ni preocupado. Vale, me estoy agobiando y mucho. No tengo casa, no puedo presentarme así en el trabajo —dice señalando su cara — y solo queda un mes para graduarme, si es que lo consigo.

Por un momento el silencio nos rodea sin saber muy bien que decir. Liam se levanta y estira los brazos, su camiseta sube dejando ver sus abdominales marcados. No puedo evitar observarlo con cara de boba, aunque desvío la mirada con rapidez, pero no lo suficiente. Grant se ha dado cuenta del detalle, alza las cejas en mi dirección con una media sonrisa y un ligero rubor se instala en mis mejillas.

—Todo tiene solución —oigo la voz de Liam a mi espalda, no soy capaz de darme la vuelta—. De momento, la casa de Olivia es una opción. Aunque ... Tengo una idea mejor —se agacha a mi lado y posa sus manos en mis hombros para mantener el equilibrio. Noto el calor de su piel y cierro los ojos maldiciendo por lo bajo, aun así, me mantengo en la misma posición—. Puedes quedarte en la mía, en el sofá.

¿Y si después es nunca? Donde viven las historias. Descúbrelo ahora