¿Y si después es nunca?

Buddy Meals

Por tercera vez, Liam sube a su coche como acompañante. He tenido que revelar mi secreto para que me deje conducir, la botella de ginebra contenía agua. Me ha sonreído con incredulidad, le debe parecer extraño que no beba, o tal vez, lo que le resulta insólito es el echo de que hayamos mantenido una conversación tan distendida sin que el alcohol corra por mis venas. Lo que sigue dejándole perplejo es mi cambio de actitud. Durante el camino de vuelta no ha dejado de observarme, intentando encontrarse con mi mirada, pero yo continúo con cara de pocos amigos y la vista fija en la carretera. En la parte de atrás, Grant comienza a despertar con sonoros bostezos que se confunden con la voz de Ed Sheeran al ritmo de Shape of You. No le puedo dejar sin desayunar, enfilo en dirección hacia Buddy Meals, la cafetería donde trabaja mi madre. Tengo que coger un desvío para poder llegar, aunque parece apartada, tiene mucho público, los mejores desayunos y las mejores hamburguesas las he comido allí.

Aparco y me bajo con cierta pena. No sé cuando volveré a conducir un coche como este, y eso me lleva a pensar que tampoco volveré a ver a su dueño, lo que hace que mi mal humor siga en aumento. A lo lejos diviso la figura de mi madre enfundada en su uniforme, estoy a punto de llamarla cuando me detengo en seco. Un coche la está esperando, el hombre que está dentro la sonríe y ella se inclina para besarlo. No puedo apartar la vista mientras los veo desaparecer. Grant también lo ha visto, se acerca a mí sin mediar palabra y me rodea con su brazo. Creí que se había acabado, que estos cuatro meses de doble turno habían impedido que los clientes aparecieran. Un sentimiento amargo me recorre, ¿ahora lo hace en los coches para que yo no sepa que vuelve a ejercer? Aunque he ampliado horas en mi trabajo, no llega para cubrir el alquiler, Edgar nos ha jodido pero bien. Rodeo el coche cabizbaja, sin ni siquiera poder enfadarme con ella, y vuelve a mi la única conversación seria que he tenido con mi madre sobre este asunto, hace más de un año.

Aquel día llego a casa con un ojo morado y la ropa rasgada, si lloró lo hizo antes de entrar en casa, porque allí no derramó ni una sola lágrima. Recuerdo quedarme parada en mitad de la cocina, como una estatua, mientras ella se sentaba en una de las sillas y deshacía con dificultad su moño que llevaba demasiada laca. Su pelo despeinado, el labio partido y los botones arrancados, acentuaban su cansancio y amargura, como si viniera de una batalla que de antemano ya supiera perdida.

— No es tan malo como parece — me dijo tocando su ojo que ya empezaba a hincharse.

En ese momento reaccioné y saqué del congelador una bolsa de guisantes que le pasé sobre la mesa para que se la aplicara.

— Mamá, hay que buscar una solución. Tienes que parar, ya nos apañaremos. Puedo dejar de estudiar y buscar un trabajo a tiempo completo.

Un no rotundo y áspero salió de su boca. Dejar la escuela no admitía ningún tipo de discusión.

— ¿Es mejor esto? ¿Que cualquier día a alguno de esos babosos se les vaya de las manos y no vuelvas?

Se levantó y de un cajón sacó un montón de facturas que quedaron esparcidas sobre la mesa.

— ¿Crees que me gusta lo que hago? ¿Que lo dejo y vuelvo una y otra vez por gusto? — agitó los papeles en mi dirección para dejarlos caer de nuevo — Todo lo que ves aquí son impagos, si a final de semana no hago el ingreso, no habrá luz, ni agua, ni comida.

No supe que decir, mi única respuesta fue morderme el labio tan fuerte que noté como se rasgaba la piel. Nora Miller se pasó las manos por su cabello teñido y dejó salir el aire con fuerza, como si eso la infundiera valor.

— Hay muchas partes malas en lo que hago, no te voy a mentir diciéndote que te acostumbras, pero lo peor, es que es dinero fácil, inmediato. No tienes que pasar una entrevista y esperar a que te llamen, no tienes que suplicar por un adelanto, ni aguardar a que te ingresen la nómina. Lo haces y al terminar ya tienes los billetes en la mano.