No soy supersticiosa, solo un poco sticiosa

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Debería atender a las señales que la vida me presenta, a veces incluso aparecen con un cartel de neón indicándolo con una flecha, pero ni por esas les hago caso.

Esta mañana, cuando mi coche tardó diez minutos en arrancar, tendría que haberme quedado en casa, así no estaría aquí, en este barrio donde es probable que me confundan con una ladrona, sin gasolina, mojada y cansada. Cuento el dinero que llevo encima, el que he ahorrado para el regalo del Ruby y el que me ha dado Grant y Kyle para comprar la decoración de la fiesta. Voy a volver sin nada porque me lo voy a tener que gastar en llenar el depósito.

Mierda, mierda y más mierda.

Todo por culpa del imbécil que ahora mismo se lo debe estar pasando de puta madre en la fiesta de algún amigo rico.

Paro en la primera gasolinera que veo y continúo mi viaje. Es más de la una cuando llego a casa de Bree. Intento hacer el menor ruido posible para no despertarla. No es necesario, al abrir la puerta la tengo delante, muy cabreada y con las manos en las caderas, me recuerda a mi madre cuando me va a echar la bronca.

—¿Estás loca o qué te pasa? ¿Te puedes hacer una idea de lo preocupada que estaba?— Mira mi aspecto que debe ser horrible y se calma un poco— ¿Qué te ha pasado?

Me dejo caer en el sofá emitiendo un largo suspiro. Me descalzo, la suela de mi zapatilla izquierda se ha partido y creo que me ha hecho una herida. Masajeo mi pie apestoso por encima del calcetín y la contesto.

—Tuve una avería en el coche—. No le voy a contar a nadie mi aventura, las cosas estúpidas que hago me las guardo para mí sola—. He tardado más de lo que esperaba en arreglarlo, y encima no me ha quedado más remedio que gastar la pasta que tenía para el cumple de Ruby.

—Tienes una pinta repugnante. —Su cara de asco lo confirma—. Vete a la ducha y me lo cuentas todo cuando salgas. Te dejo algo de ropa, eso que traes parece sacado de un estercolero.

Su idea me resulta maravillosa, me encanta bañarme en su casa, todo huele a rosas, mi pelo se vuelve suave y brillante gracias a todos los potingues que tiene. No tengo que preocuparme porque se acabe el agua caliente, me tomo mi tiempo y disfruto bajo el chorro que parece aliviar un poco el dolor de espalada. Me envuelvo en una toalla y voy hacia la habitación, donde me ha dejado un vaquero y una camiseta que aún lleva puesta la etiqueta.

—He tirado tu ropa a la basura, y por favor, nunca jamás te vuelvas a poner unas bragas como esas. Juro que no te dejaré entrar si las llevas puestas.

—¿Qué has hecho qué? ¿Y qué coño os pasa a todas con mis bragas?—Salgo disparada hacia el cubo de la basura para recuperar mis pertenencias.

—Sabía que harías eso, no las vas a encontrar—. Su sonrisa victoriosa hace que arrugue el ceño hasta fruncirlo.

—No me sobra la ropa, tenía intención de lavarla.

—No te pongas quisquillosa, y no empieces con eso de que no necesitas nada, me siento mal con tus cosas ... —. Imita fatal mi voz y no puedo evitar reírme.

Bree es un papel sin dobleces. Lo que ves es lo que hay. No tiene ningún reparo en decirte las cosas como las piensa, al igual que Ruby. Lo que las diferencia, es que mi mejor amiga tiene tendencia a aplicarte el tercer grado para conseguir la información, y Bree no te fuerza a que le cuentes nada. Quizá ese sea el motivo por el que me he sincerado con ella. Sabe de qué barrio vengo, que aún voy al instituto, y de mi madre solo conoce que es camarera. Pasar el fin de semana con ella es estar en un oasis, no me gusta salir y menos aún con los universitarios. Cuando llego, nos dedicamos a pedir comida. Me ha hecho probar las delicias de todos los países y a ver películas y series que siempre elijo yo, ya que por lo general ni ha oído hablar de ellas. Son un par de días libres de preocupaciones y de agobios, simplemente la Olivia adolescente en una eterna fiesta de pijamas.

¿Y si después es nunca? Where stories live. Discover now