Yo quiero contigo todo

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El miedo es un sentimiento momentáneo, es la antesala al temor. Presientes un riesgo que puede traer consecuencias negativas y causa sensaciones de inseguridad, desconfianza y dudas. Una emoción primaria que nos alerta del peligro. Yo tengo temor al amor y es lo peor que te puede ocurrir. Es una sensación artificial, dolorosa, que surge de amenazas reales o imaginarias. Nos detiene a hacer algo que creemos que puede estar mal, es permanente y te paraliza.

Sé amar. Quiero a mi madre, a Ruby, a Grant y hasta Bree se ha ganado mi cariño, pero es un amor que se ha fraguado a fuego lento, como un buen guiso que cuanto más tiempo está en la lumbre, más sabor tiene. Está ahí, es correspondido y fácil. Lo que siento por Liam se abre paso desde las entrañas, rascando, fuera de toda lógica, dejándome expuesta y sin defensas.

He fingido estar dormida en el camino de vuelta para poder pensar en todo esto. En mi cerebro hay un vendaval que abre y cierra puertas sin control. Ya no sé que debo encerrar y que debo dejar salir. Su actitud no me ayuda mucho. Tan pronto se muestra cariñoso para luego parecer distante. Me asalta la duda de, si en el fondo, compartimos el mismo temor.

El piso de Liam es un tercero en un edificio de cinco plantas. Nada tiene que ver con el barrio elegante en el que vive Bree. Al abrir la puerta, hay un pequeño recibidor que lleva directamente al salón. Un par de sofás, con asientos hundidos, están frente a una tele enorme conectada a una consola de juegos. Está abierto a una minúscula cocina con una pequeña barra que separa las estancias. Tres habitaciones rodean el espacio, la suya alejada del resto por un baño.El apartamento está muy limpio, no es lo que cabe esperar de un piso de estudiantes. Sujeto con un imán a la nevera, un planning semanal lleno de colores, me revela el nombre de sus compañeros: Jayden y Hari.

—No es el ático de mi prima —se disculpa.

—Cuando veas mi casa en Watts, te vas a dar cuenta de lo afortunado que eres.

Mueve la maleta sin saber muy bien donde depositarla, da unos pasos hacia su habitación, se detiene y titubea. Abre la puerta del segundo dormitorio para cerrarla a continuación. Finalmente, la deja en mitad del salón. Observo todos sus movimientos, está nervioso, ya conozco sus gestos. El pasarse las manos por el pelo, tamborilear los dedos sobre la pierna y luego meterlos en los bolsillos, mientras muerde ligeramente su labio inferior.

—El sofá está bien, puedo dormir casi en cualquier sitio.

Mis palabras le hacen tomar una decisión y lleva mis cosas a su cuarto.

—Puedo dormir en la habitación de Hari, es el único que ha dejado el sitio decente antes de irse.

La cama está bajo la ventana, alisa la colcha de cuadros grises y blancos, antes de subir mi bolsa sobre ella. En la estantería ya no caben más libros, el resto están esparcidos por los rincones libres en pequeñas pilas. El escritorio está despejado, salvo por un ordenador con una gran pantalla. Varias cuerdas cruzan las paredes blancas, sujetas con pinzas, numerosas fotos cuelgan de ellas y otras tantas aparecen pegadas sobre la superficie de yeso, incluso hay alguna en las puertas del armario.

Me acerco para verlas mejor, son buenas. La lente le convierte en un narrador de historias. Paisajes mágicos, las líneas de la ciudad a través de los edificios, rostros de desconocidos, y entre esa variedad de imágenes, yo. Mi desvencijada mochila sobre el hombro, el pelo revuelto y la vista a lo lejos. Cada uno en una esquina de la habitación, nos miramos, me pregunto cuantas veces me habrá contemplado así sin que yo lo supiera.

—Es un pasatiempo, la mayoría de ellas las hago con el móvil y luego las retoco.

Asiento con la cabeza, cohibida por haberme adentrado en un espacio que intuyo que es muy personal para él.

¿Y si después es nunca? Where stories live. Discover now