Capitulo 5

329 68 9
                                    

Verónica golpea suavemente la puerta y menciona mi nombre, no respondí, la verdad es que no tengo el coraje de ir a la iglesia donde seguramente lo encontraría.

—Ana, anilla...—Tocó tres veces.—¿Estás despierta, cielo?

Después de una larga espera, Verónica decidió entrar. Levanté las sábanas sobre mi cabeza y fingí dormir, sentí que la señora se sentaba en mi cama y comenzó a quitarme las sábanas.

—¿Sigues durmiendo?—Preguntó incrédula.—Tú no eres de dormir tanto.

Fingí estirarme y dejé escapar un bostezo.

—Es que llegué un poco tarde anoche.—Me excuse.—No volverá a pasar.

Verónica me miró extraño y sonrió.

—¿Te sientes bien?—Apoyo su mano en mi frente.—No pedí explicaciones.

—Nomas por si acaso.—Contesté mirando su vestido celeste.—Se ve muy bonita.

Me sonrojé al instante cuando Verónica no respondió, solo me miró con una cálida sonrisa.

—También te verás bonita si te vistes.—Se levantó de la cama.—Preparé tu desayuna así que por eso no te preocupes. Te espero abajo, apurale que se hace tarde.

Salió de la habitación, cerrando la puerta tras ella, me levanté de la cama y busqué mi ropa, vi por la ventana que el verano se acababa lentamente, solo quedaban días y horas.

Después de ponerme un vestido blanco y mis zapatos, bajé a desayunar, Verónica estaba leyendo unas cartas que supongo le habían enviado sus familiares.

—Ana, tus padres te enviaron una carta.—Me contó con entusiasmo.—Ten.

Agarre la carta con emoción y sonreí.

—¿Qué dice?—La miré.

—No lo sé, debes leerla.

—Tal vez seguro ya vuelven para México.—Abrí la carta lo más rápido que pude.

《Lupita hace unos días llegamos al otro lado, hubo algunos inconvenientes pero logramos pasar. Encontramos trabajo, no es tan forzado, pero trabajamos desde que amanece hasta que se va el sol, todavía no ganamos lo suficiente para poder ir a buscarte, hija, tu padre y yo te extrañamos, necesitamos a nuestra chinita. Necesitamos volver a escucharte tocar la guitarra y cantar...》

Me detuve de leer para secar algunas lágrimas que bajaron por mis mejillas. Agradecí que Verónica se haya levantado de su asiento y me dejó a solas o me vería  llorar.

《...No le traigas problemas a Verónica, recuerda que ella es de gran ayuda en aceptar cuidarte y educarte en nuestra ausencia, es una muy buena mujer con nosotros; dale nuestros saludos.

Me despido mi amor, tu padre te manda muchos besos mientras cuento los días para ir a buscarte, portate bien y hazle caso a Verónica.

Atte:Tus padres que te aman.》

Sorbia mi nariz y secaba mis lágrimas cuando la señora entró a la cocina.

—¿Estas lista?—Preguntó mientras se ponía sus guantes.

—Lo estoy.—Respondí y di un suspiro.

Al salir de la casa, caminé en silencio detrás de ella con la cabeza gacha y las manos en el bolsillo de mi vestido.

—¿Todo en orden?—Dijo una vez ya subidas al carruaje.

Solo asentí y mire por la ventana.

Al llegar a la iglesia sentí que todos voltearon a vernos, la señora se adelantó como siempre todos los domingos, le gustaba ser la primera en ver bien la ceremonia.
Sentí a los jóvenes detrás de mí murmurar cosas y reírse en lo bajo, las inseguridades se apoderaron de mí cuando pensé que podría haber algo en mi vestido o en mi cara, pero no fue así. Rogaba a Dios que ya se acabará la misa para poder irme, no sabía que en la salida todos hablaban y cuando salí volvieron a mirarme.

—Pobre la señora castro.—Comentó una muchacha en su grupo de amigas. La conocía bien, yo a veces compartía lecciones con ellas.—No sabe la clase de persona a la que esta cuidando. 

¿Por qué sentía que hablaban de mí? ¿Por qué hablaban sobre  Verónica?

—María Guadalupe es una zorra, lo quiere esconder bajo esa cara de Ángel.—Dijo su amiga, notablemente alto para que yo escuchara.

—¿Por qué dices eso?—Las enfrente.—Yo no soy así.

—Eso no dice Hugo. A parte de que la charla no es contigo.—Se cruzó de brazos la castaña.

—¿Qué?—Pregunté sin entender.

—Agh. A parte de zorra es metiche y sorda.—Se burló uno de los amigos de hugo.—La verdad pobre vero, cuida a una cualquiera.

—Verdad.—Apoyó su amiga.—Con razón sus padre la abandonaron.

—¡¿Por qué dicen todo eso?!—Levanté la voz. No entendía porqué sus insultos.

—¡No te hagas Guadalupe!—La castaña me empujo haciendo que retroceda.—Hugo dijo que ayer lo quisiste besar a la fuerza, te querías sacar la ropa y hacer cochinadas.

—¿Qué?—Una presión enorme creció en mi pecho.—N-No fue así. Él quiso hacerme eso a...

—No vengas con mentiras, cualquiera. No entiendo como tienes la cara de venir a la casa de Dios.

—Yo no soy así.—Intenté explicar mientras lágrimas de vergüenza caían por mis mejillas.— Las cosas no fueron así y Hugo lo sabe bien.

No podía creer lo que me estaba pasando, sin duda alteró las cosas para no quedar mal delante de la gente, pero me echó tierra encima.

—Ana.—Verónica se acercó a mí, con sus brazos apoyados a los lados de su cadera.—¿Qué está pasando acá?

—Menos mal que está aquí señora Verónica, no sabe lo que tenemos que contarle.

Verónica abrió los ojos sin entender y me miró buscando una explicación.

—¿Qué te hacen?—Preguntó, dándole la espalda a ellos.

—Más bien que hace ella.—La castaña hizo que la señora se de vuelta.

Verónica le corrió la mano y volvió a girar a mí.

—¿Qué me tienen que decir?—Seguía buscando una explicación.

—Nada señora, por favor, ya vámonos.—La tomé de la mano y comencé a caminar prácticamente arrastrándola.

—Ana...—Dijo a modo de queja.

—¡Vero tienes que escucharnos! ¡esto lo tienes que saber!

—¿Qué tienen que decirme, Ana?—Se detuvo.

—Nada, Verónica, no tienen que decir nada, todo es mentira, por favor, vámonos.—Le pedí desesperada y llorando.

—¡¿Por qué no le dices a Guadalupe?! ¡Cómo te quisiste revolcar con Hugo Sánchez! ¡Te lanzaste a él como la perra que eres!—Gritó la castaña.

—¿Es eso verdad?—Verónica me miró.

Pero no, ya no podía hablar, la gente me miraba juzgándome y solo podía llorar al punto que deje de escuchar a la gente a mi alrededor, mis ojos estaban pesados ​​y mi visión borrosa, lo último que vi fue a Verónica, sus ojos verdes; me decía algo que no pude entender, mi cuerpo fue perdiendo fuerza hasta que mis ojos se cerraron por completo y  tan pronto como mis párpados cayeron, mi cuerpo cayó al suelo.

.

    .

.

    .

Solo quiero ser amadaWhere stories live. Discover now