Aprendí a llorar 3/3

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Después de llenar la bañera con agua caliente, la castaña ayudó a quitarle la ropa a Ana hasta dejarla desnuda. Sus ojos nunca se desviaron de los ojos de la pelinegra que, por mucho que quisiera, no podía quitarse la ropa sola, sus músculos estaban entumecidos.

La ayudo a meterse en la bañera y acomodo su cuerpo con sus piernas estiradas en el agua burbujeante.

–¿Necesitas ayuda?—La menor negó.—Estaré en la cocina, llámame si necesitas algo o si sientes que el agua se enfría.

Ana estaba a punto de decir algo, pero la interrumpió un estornudo.

Verónica salió del baño y cerró la puerta tratando de darle intimidad a la menor. Bajo de las escaleras y fue directo a la cocina, encendió la hornalla y llenó una olla hasta la mitad con agua, comenzó a cortar las verduras cuando todo estaba picado y el agua estaba caliente, puso la verduras allí, agregó sal y puso la tapa.
Volvió arriba y arrojó un colchón al suelo junto a la chimenea encendida. Hizo una cama improvisada con mucha tela, mantas de lana y algodón junto con las almohadas más cómodas. Agregó más leña al fuego para que la habitación pudiera mantener el ambiente cálido. Cuando estuvo segura de tener lista la cama y la sopa, decidió ir al baño para sacar a Ana del agua, lo que la tomó por sorpresa cuando entró sin llamar a la puerta. Su cuerpo estaba envuelto en una toalla y con una más pequeña se secaba el cabello.

—¿Te sientes mejor?–Preguntó cerrando la puerta. La pelinegra asintió.—Te traje una bata de algodón, es mía, pero te la presto, es un rosa muy bonito, ¿no? Además de que es muy suave y abrigadora. —Le quitó el tapón a la ducha y el agua se fue por las cañerías.

Ana no respondió, solo miraba las acciones de Verónica, esperando que saliera del baño para vestirse. La señora aprovechó este dato, luego salió silenciosamente del lugar, cerrando la puerta. Ana aprovechó su intimidad para cambiarse y se dio cuenta de que la señora tenía razón, demasiado cómoda era aquella bata, aunque muy decorada con broderie para su gusto.

Cuando intentó caminar hacia la puerta, le dolían un poco las piernas, al igual que el cuerpo. Estaba agradecida de que la mayor la ayudara a caminar. Caminaron hacia la habitación de la castaña, donde la ayudó a meterse en esa cama improvisada y la acurrucó entre las sábanas, apoyando la cabeza de Ana en su regazo.

—Todo estará bien, mañana llamaré al doctor y nos dará un jarabe para la tos.–Informó mientras miraba los ojos de ana.—Preparé sopa. Siéntate, no quiero que te ensucies.

Ana se sentó y Verónica colocó una bandeja de madera con un tazón de sopa con una cuchara al lado frente a ella.

—Te hará bien.–Aseguró. Pero la contraria se negaba a comer, solo miraba el tazón.—andale antes de que se ponga frío y feo.—Seguía sin recibir respuesta.–Ay niña, si tú misma me dijiste que he mejorado en la cocina, hasta te gustan mis comidas.—Cargo la cuchara y la metió a su boca sintiendo el gusto del caldo.—Esta delicioso, no le puse nada más que no sea verduras y un poco de carne.

Ana decidió comer ahora que estaba segura de que la señora Castro no la envenenaría, de hecho, todo terminó por dejar satisfecha a la mayor.

—Ahora sí, a dormir.—Dijo, volviendo a acomodarla.

...

Escuchó unos sollozos acompañados de caricias en su cabello y mejillas, escuchar a Verónica llorar era algo nuevo, no sabría como consolarla, así que decidió no abrir los ojos.

—Si tan solo supieras lo que significas para mí...—Algunas lágrimas caían sobre la mejilla de ana y ella se encargaba de secarlas.— Mi anilla, perdóname, no debería apartarte de aquí.

Solo quiero ser amadaOù les histoires vivent. Découvrez maintenant