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Su pierna se mueve nerviosamente mientras sus dedos juegan con la misma ansiedad imaginando cómo podría ser la conversación que Verónica estaba teniendo con sus padres en ese momento. Hacia una hora se habían encerrado en el despacho y hasta ahora no había rastro de ninguno de los tres. Su corazón latía con tanta fuerza que podría haber jurado que podía oírlo latir en el silencio de la sala.

El señor Araújo fue lo primero que vio apenas se abrió la puerta y contuvo la respiración por unos segundos hasta que su madre apareció detrás de él y finalmente la castaña que tenía el rostro cansado.

Su mente iba a varios escenarios donde por más que la mayor intentó, no logró convencer a sus testarudos padres.

—Lupita.–Su madre tomó asiento a su lado.–Ya tomamos una desición junto a la señora Verónica.

Empezó a preocuparse por la posible respuesta, pero decidió no armar un escándalo que aceptaría si sus padres se la tenían que llevar, al final del día buscaría una solución para tener contacto con la mayor lo que le propusiera estaría bien.

—La señora Verónica ha aceptado quedarse contigo, pero debes visitarnos una vez al mes, también somos tus padres y no queremos que nos dejes de lado en tu vida.–Anunció su padre.

—¿De verdad?–Consulto mirando a los ojos de su madre.

—Sí mi amor.–Beso su frente.–Puedes quedarte en México.

Sonrió abrazando a su madre después de unos segundos su padre se unió a ese abrazo de mujeres que disfrutaban del calor de sus cuerpos. Abrazados muy fuerte  porque hasta el próximo mes no podrían hacerlo.

La mayor los observó y una sonrisa de lado se pintó en sus labios mientras su mirada era nostálgica, una pequeña lágrima se escapó y corrió por su mejilla hasta morir en el escote de su vestido.

No podía evitar extrañar a su familia de vez en cuando.

Se limpió esa lágrima y se lamió los labios no debería llorar estaría bien, estaría bien sin el amor de su madre estaría bien... durante más de tres años había estado repitiendo esto pero parecía que le dolía un poco más cada vez.

—Señora Castro..–La voz de el señor Araújo la sacó de aquellos pensamientos.–Gracias por aceptar a mi hija.–Dirigió su vista a la menor.–Y usted más le vale que se comporte o ya verá.

–Si padre.–Asintió rápidamente.

Cuando vieron el carruaje a lo lejos dejaron de agitar las manos. El atardecer ya se iba para que reinara la noche. La castaña miro a Ana pero esta vez parecía molesta sin decir nada entro a la casa siendo seguida por la pelinegra, cuando llegó a el cuarto donde leía, vertió un poco de agua y se sentó en el sofá frente a una pila de libros.

—Señora...–La menor tomó siento en el apoya brazo del sofa.–Yo...

–Me mentiste otra vez.–Comenzó vero.— Tus padres habían enviado una carta y tú la recibiste. ¿Por qué yo no he visto esa dichosa carta?

La más pequeña bajó la cabeza, avergonzada, pero Verónica no cortó el discurso de cómo se sentía engañada.

—Hable con ellos y puse la cara por ti. Me quedé contigo para que no te lleven.–Hizo una pausa.—Ya no me mientas.

La menor seguía manteniendo su cabeza baja. Verónica agarro delicadamente la barbilla de Ana entre sus dedos y levanto su cabeza, juntando sus labios suavemente dando paso a un beso lento y lleno de cariño.

Besarse era más fácil ahora que ambas tenían una idea de la textura de los labios de la otra.

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Solo quiero ser amadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora