La farsante 2/2

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—No permitiré que me hables así, María Guadalupe.—Ana se apartó de ella, mirándola con recelo.—¿Qué te traes eh? Te calmas o te calmo.

—¿Ah sí?—Preguntó desafiante.—¿Qué vas a hacer? ¿Me abofetearás?

Las dos mujeres se miraron con disgusto, el silencio creció entre las dos, solo se escuchaba el canto de los pájaros en la mañana y la brisa, que era ligera pero movía el cabello de ambas, ana continuaba con los brazos cruzados y mirando a la mujer mayor con el deseo de tirarla ella misma por el precipicio. La pelinegra empezó a caminar alrededor de la castaña y ella la seguía con ojo atento a cada giro que daba la menor.

—Bueno, déjeme decirle, señora Castro, si usted quiere hacer esto, me tiene aquí frente a usted, pero ni el dolor de todas las bofetadas que me de...— Ya estaba agitada, la presión sobre su pecho era muy fuerte y en ese momento le quitó el aliento.—No se puede comparar con el dolor que me da que usted sea así.

—¡¿De que forma?!—Preguntó la mayor en voz alta, ya estaba desesperada por no entender la situación.—Ana, no entiendo ninguna de tus acusaciones.—Le dijo en un tono más bajo.

Dos lágrimas cayeron por el rostro de Ana, el enojo y la tristeza la dominaron y la dejaron irreconocible para Verónica, aunque los problemas emocionales de la menor no la asustaron, en ocasiones dificultaron su relación.

—Anilla, mi vida.—Detuvo su caminar y acaricio sus mejillas intentando darle calma.—Tranquila...

—Besarla no me enferma, no me da asco quererla, y no me parece nada malo que dos mujeres se quieran.—Exclamó y se rindió, cayendo sobre el pecho de la castaña y escondió su cabeza en su cuello.–Yo creí... yo creí que usted también me queria.

Verónica cerró los ojos al sentir las lágrimas de su niña corriendo por su cuello y pecho.

—Muchas cosas son injustas, ana.—Ella comenzó a hablar.—Sé que tal vez has escuchado cosas que te han dolido, créeme, a mí tampoco me gusta decirla pero…

—¡Entonces por qué las dice!–Dijo en tono de reclamo y se separó de ella.

—No me grites.—Pidió con calma, y volvió a acomodarla en su pecho.—No voy a explicar por qué no quiero romper tu visión del mundo, pero sé que será más difícil cuando crezcas y te des cuenta de esto tu solita.

—Pero...

—Ana, Verónica...—El tono confundido de doña socorro se hizo presente.—¿Qué hacen aquí? Esta por comenzar una tormenta, entren a la casa y ayúdenme con las compras.

Ana se separó de Verónica y se limpió la nariz con el brazo izquierdo y se secó las lágrimas con la mano derecha mientras caminaba hacia donde estaban doña Coco y las bolsas de alimentos y frutas. Bajo la.morada verde de las Castro, ana tomo unas bolsas y camino para la casa sin voltear a ver a ninguna.

La mujer de cabello rizado estaba decepcionada de si misma, sus ojos querían llorar al ver a su pequeña, estaba tan atrapada en el recuerdo de Ana y su carita llorosa que el manotazo que recibió de su madre en el hombro la asustó.

—Auch.—Se quejó.

—¿Qué le hiciste?—La miró con el ceño fruncido.—¿Por qué está llorando?

—¿A quién?—Preguntó desentendida.

—A ella.—Señaló a la menor.—No te hagas pendeja Verónica.

—¿Yo? ¡Nada!—Contestó rápidamente, con una mentira.—Es solo que cambio el clima y eso le hace mal.

Doña coco miró a su hija y luego viró los ojos dándole unas bolsas para que las llevara también.

Solo quiero ser amadaTempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang