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A la castaña le temblaron las manos al ver a su hermano esperándola en la galería de la estación, los ojos de color azul y verde se mezclaron en un reencuentro que los conmovió por dentro más de lo habitual, sin duda deberían visitarse más a menudo.

-Ven.-Dijo para ana, ambas se dirigían al hombre.-Güero.

-Vero.-Sonrió él.

La castaña dejó caer su equipaje y abrazó a su hermano, poniéndose de puntillas, una lágrima le brotó del rabillo del ojo, humedeciendo rápidamente su mejilla, la cual secó apenas se separaron de aquel cálido abrazo.

-Te he extrañado.-Secó un par de lágrimas que se me habían escapado a su hermana.-No llores maricona.-Bromeó.

La castaña sorbio su nariz y agarro su equipaje nuevamente.

-Ana, ¿cómo estás?-El hombre le sonrió a la joven.-Bienvenida.

-Muchas gracias.-Sonrió y devolvió el beso en su mejilla.

En el viaje, la ojiverde y el ojiazul hablaron un poco sobre su madre, Verónica le preguntó algunas cosas que la ayudarían a pasar los tres días de convivencia en paz con su madre.

Cuando Ana se bajó de la carroza, pudo ver la casa, sorprendiéndose, ya que era del tamaño de la casa de las flores, solo que no había una fuente de agua en medio del jardín. Un camino de baldosas las guiaba a la entrada mientras que unos perros pequeños se le cruzaban en el camino.

-Ni pienses en tocarlos.-Ordeno vero en un susurro detrás de ella.-Una vez que los acaricias no te salen de encima.

La menor, que estaba a escasos centímetros de acariciar a los animales peludos, levantó la mano y la dejó caer sobre su vestido, decidiendo quedarse quieta y comportarse, no mostrar ni un poco de irrespeto a su mayor.

José Alberto dio paso a las mujeres, Verónica veía cada detalle de la casa las fotos colgadas en las paredes no habían cambiado en nada y las flores eran las favoritas de su madre mientras subía las escaleras perfectamente pulidas, la morena sintió de nuevo el peso de los años. Al pasar por la puerta del dormitorio de su hermana, inconscientemente se detuvo frente a la puerta y la acarició.

-Vero tenemos que merendar.-Su hermano intento sacarla de esos pensamientos que eran peligrosos para ella.-Ana ciertamente tiene hambre y está cansada.-Intento persuadirla.

La castaña siguió su camino mientras trataba de mantener tranquila su respiración a veces se le volvía a cortar y necesitaba tomar un poco de aire pero no quería caer en un ataque de ansiedad era el primer día y ya estaba sola saboteando así que decidió pensar en otra cosa.

-¿Duermen juntas o cada una en una habitación diferente?-Indago José Alberto y sus mejillas se sonrojaron.

Ana y Verónica se miraron, la mayor reprimió una carcajada mientras la menor esperaba su respuesta, rogando que dijera que dormirían juntas ya que estar en una casa que no conocía la ponía nerviosa.

-Ana duerme conmigo, aunque no estemos a falta de habitaciones‐Comenzó la mayor.-Ella no puede dormir lejos de casa.

El güero asintió un poco menos rojo y las dirigió hacia la habitación que Beatriz y Verónica compartían de niñas cuando abrieron la puerta, nada era igual, solo había dos camas grandes y algunos cuadros con fotografías, los juguetes que tenían de niña ya no estaban al igual que los peluches y disfraces.

-Chaparrita, ya conoces la casa y todos los lugares, así que cuando estés lista, baja y le avisaré a mamá que estás aquí.-Dedicando una sonrisa salió de la habitación.

Verónica dio un ligero giro viendo la habitación por completo, el empapelado también había cambiado a un tono azul claro, observó todo y luego su mirada captó la figura de Ana que la miraba con una pequeña sonrisa que la calmó un poco.

Solo quiero ser amadaWhere stories live. Discover now