Parte 22

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Oh celeste, mi amor esquivo fugaz, algo irrisorio... los mejores momentos a tu lado, me regalaste muchas sensaciones, me enseñaste muchas cosas entre ellas: Aprender a alejarme de ti, aprender a que simplemente no eres para mí y yo para ti. Celeste luego de ese encuentro maravilloso que tuvimos juntos, se notó algo extraña, su torso tenía una inclinación diferente, tus ojos inspiraban lo contrario de dulzura, y sus labios se dirigían a otro lugar.

Mi mejor amigo me escribe:

-Necesito que venga rápido a mi casa, hay algo de lo que se tiene que enterar- me lo decía, ansioso, desesperado como si algo malo le hubiera pasado a él.

-pero.... que paso? ¿Cuál es la urgencia? – me preguntaba mientras corría por mi saco y un par de monedas para pagar el bus y dirigirme hacia la casa de él.

Llego a la casa y veo a la madre barriendo un poco, la hermana jugar en la casa de muñecas y el padre en la parte de atrás del comedor sentado en el computador atendiendo los quehaceres de la empresa, él me dice suba al segundo piso, eran como las 4:30pm, jugamos algo de FIFA en el Xbox, algunas partidas de Monopoly y joder un poco de las cosas que nos habían ocurrido en el instituto. Mientras, me preguntaba ¿para qué fue esa insistencia en que viniera a la casa? Casi todos los días, celeste acostumbraba a llegar a la casa entre las 8 – 9 de la noche, estaba desconcentrado en mi mundo, viendo algunos videos en mi celular, hasta que veo una señal de mi mejor amigo, me acerco a la ventana y veo a celeste incitando a un joven a que la besara, era claro que quería con él algo, sentía cosas sexualmente por el mientras mi mente confundida, fue a enfrentarla, y allí me di cuenta que no podíamos estar juntos, mientras yo no me encontraba con ella, ella se encababa con otros hombres y era algo imperdonable para mí.

Mi padre se fue de la habitación y yo me preparaba para acostarme, y en ese instante meditaba en mi mente sobre las dualidades y cambios al mismo tiempo sobre las repercusiones sobre ese día. La noche era fría, las tejas de la casa estaban exhortándose una sobre la otra, los ladrillos de los perros en manada generando desconcierto entre las casas a la redonda, los arboles tambaleando al mismo tiempo, la lluvia descontrolada, la cobija caliente arropándome hasta el cuello, me dispongo a entrar en reposo.

El instituto estaba oscuro, una luz roja titilaba desde la penumbra del umbral de niebla que se estremecía lejos de mí. Una silla verde que encima de esta yacía una persona, su cara era parcialmente difuminada, su boca interpretaba las consonantes que formaban oraciones divulgadas a alguien en frente de dicha persona que escuchaba sus suplicas, e intentaba solucionarlas. Era el Dr. Sigmund, (psicólogo analista en casos particulares donde la esencia, la estética y la percepción humanas se ven alteradas por la realidad racional del ser humano).

Al borde del abismoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora