Capítulo 4

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Olivia abrió los ojos como plato y una sonrisa inmensa se formó en su rostro antes de poder ocultarla

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Olivia abrió los ojos como plato y una sonrisa inmensa se formó en su rostro antes de poder ocultarla.

Su visita solo podía significar una cosa: James había considerado sus palabras y decidido al respecto.

«Oh, no» pensó borrándose la sonrisa.

Si había llegado una decisión tan pronto, era probable que no fuese la indicada, al igual que todas aquellas que se tomaban de manera apresurada. Ni siquiera habían transcurrido ni veinticuatro horas desde que se habían visto.

—Quítate eso antes de salir, Liv —sugirió Cece señalándole el delantal—. Es una maravilla que te hayas puesto ese vestido hoy, te queda precioso, tal vez si te arreglaras un poco el cabello...

—Cece, mantente al margen, por favor —susurró Liv apresurada, y sin darle lugar a responder, inhaló profundamente y salió de la cocina soltando el aire de manera lenta.

James vestía un jean azul y una camisa celeste que resaltaba la sonrisa blanca con la que estaba esperándola.

Una sonrisa que a Olivia le paralizó el corazón y cómo pudo, terminó por devolvérsela.

—Buenos días —dijo él manteniendo su expresión deslumbrante—. Espero no molestar.

—No... No —balbuceó ella con una presión en el pecho que le impedía respirar de manera adecuada—. Claro que no ¿Qué te trae por aquí tan temprano?

—He venido porque me gustaría invitarte a desayunar si no estás muy ocupada.

Olivia parpadeó una sola vez, los engranajes de su mente se movían a toda marcha tratando de adivinar el motivo exacto de su visita.

—Sí, por supuesto... Quiero decir... no estoy ocupada, puedo tomarme un descanso —comentó apresurada—. Iré por mi abrigo.

Él asintió, divertido por su reacción, aunque también estaba nervioso. Había pasado toda la noche en vela pensando en ella, en lo que había hecho Trevor y en el plan que podría salvarlos a todos.

Era por ese motivo que había terminado en la famosa «Flowers and cherries», la pastelería de Olivia Gardiner. Era un local amplio con el frente de cristal y muebles antiguos, que olía como el mismísimo paraíso.

—Listo —dijo Liv cuando regresó con una chaqueta gruesa sobre el vestido corto que llevaba.

Sin poder evitarlo, James arrugó la frente.

—¿Hace un día que has salido de la cama y vas a salir así a la calle? Está helado afuera. Es cierto que tienes unas piernas preciosas, pero no es razón para que pongas en peligro tu salud —señaló negando con la cabeza y solo después de terminar de hablar, cayó en la cuenta de lo inapropiado de su comentario.

Olivia se miró las piernas y volvió a observar a James ladeando la cabeza. No era una niña pequeña, sabía lo que hacía. Pero eso no era lo que más la había desconcertado, ¿James pensaba que sus piernas eran preciosas?

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