Capítulo 7: No te entrometas.

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Una chela, junto a una buena cumbia, y unos cuantos pasos hacían caer a cualquiera. Me invitaban a las pedas namás pa' poner el ambiente.

Que pegaras el chicle dependía de cómo movías la cadera. ¿Qué eran esas mamadas de enamorarte con regalitos pendejos?

Exin.

Fiestas, me parecían un punto de reunión vital. La excusa perfecta para hacer de todo.

Culiar, empedarte, tragar, o planear el allanamiento de algún lugar. Era mejor cuando llevabas a ese amigo asocial solo para ver cómo hablaba pestes de quienes disfrutaban el sitio.

Hipo era ese amigo.

—Pueden reunirse... —murmuré, escribiendo con una mano en el teclado mientras me secaba las gotas con la otra. La toalla se me resbaló así que Des la recogió para ayudar a secarme el cabello—. Hoy... en la albercada que hará el club de básquet.

—Aguanta, no le he preguntado a James. —Des dejó que sus cabellos cubrieran mi vista, tratando de quitarme el teléfono. Le gruñí.

Asma nos arrojó un manotazo para que nos sentáramos bien, así el entrenador no nos llamara la atención. Guardé el celular de inmediato, pretendiendo que sí estaba escuchando lo que el hombre decía, aunque mi cabeza estaba más ocupada tratando de resolver el incidente y cagadero que Hipo dejaba a su paso.

Si Hipo era un perro oliendo a las personas, también cagaba en cada piso que marchaba sin tener un ápice de respeto por la propiedad ajena. No me quejo, seguro él opinaba lo mismo de mí.

—Después de esta albercada no tendremos más reuniones sociales hasta que terminen los parciales, L.A. exige que estas nuevas actividades deportivas no irrumpan con el ciclo escolar —explicó el castaño, desabrochando el único botón de su saco antes de posar ambas manos en el escritorio.

Hace un par de años comenzaron a aprobarse los clubes deportivos en las escuelas, aún habían personas que estaban en contra de esto pues no veían prudente que adolescentes insanos practicaran algo que no fuera atletismo. Nuestro compañero Asma, con orgullo contaba que su sector abogó para que les permitieran a ellos y otras condiciones practicar cierta variedad de deportes.

Eso sí, debías comprobar que tu condición no te pondría en riesgo o a otros a tu alrededor porque si no ya te chingaste. Hipo se encargó de prepararme un archivo demostrando que mis problemas de ira no afectarían mi rendimiento ni el de los demás.

Des lo respaldó.

—¿Llevas manga larga para nadar?

—Nop, pero sí un chaleco de licra que me prestó Hipo. —Susurré en respuesta a Des.

—¿Llevamos salchichas para asar? —Los del equipo continuaron.

—Bipolar, si solo piensas llevar eso, mejor ni vayas. —El entrenador James lo calló. Siempre tuvo algo en contra de Bipolar, dejamos de intentar adivinar qué era cuando supusimos que solo buscaba un chivo expiatorio cada año.

James era un entrenador bastante curioso: demostraba su favoritismo, se cogía a la enfermera, quería ligarse a la de inglés y nos contaba sus días como trastorno narcisista. Yo digo que el hombre no se curó de nada, porque aún con el calor durante las prácticas o reuniones, no se quitaba el traje gris que presumía en todos lados, ni su actitud dominante o hábitos para mantenerse atractivo desaparecían.

—Puedo llevar entonces...

—Shh —le hizo señas exageradas, casi rogándole a Bipolar que se callara antes de dirigirse al resto—. Vayan bien lavados y meados, que la albercada es en casa de su capitán Sarcoidosis Cutánea, no queremos que dejen el agua hecha un asco. Para quienes no han ido a su casa, pídanle la dirección antes de abandonar la sala. ¿Bien? Ya, váyanse, fuera, ¡fuera!

Línea AzulWhere stories live. Discover now