Capítulo 28: Cuando era más joven.

2.3K 262 1.2K
                                    

Es fácil acostumbrarse a lo que otros dictan de tu vida. Lo es cuando naciste poco agraciado, con algún padecimiento o un color de piel distinto.

Sabes cómo será el final, a lo que puedes aspirar, la belleza que no puedes adquirir, el amor que no puedes solicitar; todo eso, tu límite.

¿Qué más puedes pedir si naciste así?

Hipocondríaco.

"La vida se trata de qué estás hecho", escuchaba eso a menudo. Era una idea popular.

Hay cosas que pierden su forma y esencia bajo la circunstancia exacta, puede ser resistente e inquebrantable a altas temperaturas, a los golpes, a la velocidad. Al acoso, a la pérdida, al dolor, pero algo le romperá en algún momento.

Porque todo está destinado a cambiar, ya sea para bien o para mal. Supongamos que se trata de la adaptación, de lo que haces después de quebrarte por completo.

Aún así, mi sentido de la razón se embriagó con mi primer beso.

Tomó una fuerte bocanada mientras empujaba sus labios contra los míos. Sentía su piel deslizarse debajo de mi camisa, el frío llegó a mi abdomen, también a mi boca. No hubo palabras, ni siquiera en mi angustia pude disculparme por faltarle el respeto de esa forma; el alcohol me quemaba el rostro.

Estocolmo tenía una forma peculiar de enlazar sus manos con las mías. La yema de su dedo pulgar tallaba mi piel, mientras su labio inferior se contraería como si intentase aferrarse al mío.

Mi cabeza estaba en blanco. Si hacía frío, si estaba incómodo, o si el alcohol estaba en mi paladar; eran cosas que no pasaron por mi mente. Solo podía sentir, el cosquilleo de sus cabellos en mi rostro, sus rodillas que rodeaban mis piernas, el latido que no solo recorría mi pecho, también los dedos de mis manos y mi sien. Sentía todo palpitar, respirar como si tuviese vida propia.

Llegó un punto en que solo estábamos respirando. Él pegó su frente a mi hombro, sus manos se deslizaron por los costados hasta que reposó por completo sobre mi pecho. No me atreví a tocarlo, o siquiera pronunciar una palabra.

Solo oscuridad nos rodeó, junto al pequeño reflejo azul que se colaba al interior.

No puedo. Pensar. Solo ideas. Vagas. Ebrias.

Mi mano acarició su cabello, junto a su mejilla. Respiraba con fuerza, no dormía aunque eso aparentó; pensé que se quedaría recostado en mí para siempre, toda la vida. Esa idea oprimió mi pecho de formas que no conocía, un dolor extraño junto al estómago revuelto.

Necesito ir al médico... después.

Tras varios minutos, no sé cómo le entendí a sus manos, que me fueron empujando lentamente. Obedecí a su lenguaje corporal. Abandoné el armario, con sólo mis zapatos siendo arrastrados por la fuerza de mis torpes movimientos.

Entonces las náuseas llegaron. Ese huracán en el estómago que se tragó todas las palabras o pensamientos que tenía por expresar.

Dolor.

Es difícil poner en palabras lo que había sucedido. Otro correo vacío, de remitente desconocido, le llegó a la presidente un día antes de los juegos de mesa. El título era el nombre de una marca de Vodka, solo eso. No me hizo sentido.

Conforme pasaron la horas jugando UNO, y mis dedos apenas rozaron los de Estocolmo, tuve un presentimiento así que me retiré. Anduve por los pasillos con la intención de visualizar algo; fue cuando paré en el salón de profesores, que vi un vaso rojo deshechable.

Línea AzulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora