Capítulo 8: Parecías alguien honesto.

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Frente a un espejo surgían los pensamientos más banales, crudos, llenos de engaño. Esa persona que nos observaba éramos nosotros, ese alguien que no merecía una condición miserable, ¿no?

En ocasiones perdíamos gracia, una cara como cualquier otra. Solo un cuerpo y nada más.

Hipocondríaco.

En una sociedad donde tu nombre destruía barreras de lo que otros sabían de ti, ocultar algo parecía imposible. Las personas asentirían con el pensamiento de "Oh, por eso reacciona así", quizás a modo de comprensión, o soltarían un comentario pasivo-agresivo del tipo jaja, tiene sentido tu actitud.

Decir tu nombre, tu padecimiento, la parte insana con la que convives, te dejaba al desnudo con cualquier extraño. Algo que debía ser íntimo, como una cicatriz; pero a la vista, con la esperanza de que no fuera señalada o juzgada.

Antes me negaba a ser hipocondríaco, creo que ahora solo cierro los ojos con poco interés a la reacción de extraños. Son desconocidos, me repetía.

—¿Tienen botellas de agua? —Pregunté, llamando la atención de un tipo que llevaba salchichas para asar en la mano; lo conocía de algún lado, seguro de algún partido donde jugó Exin, quizás Bipolar.

—Creo que Des las agarró de la heladera, disque para un Hipocondríaco.

Le miré confundido. Él rascó su nuca antes de explicarme que sí, había gente hipocondríaca en nuestra escuela, le parecía surreal. Desde su punto de vista no era lógico que existieran. Yo mantuve el silencio, tan solo perdiéndome con el sonido de las chicharras en los árboles alrededor, mientras le veía alcanzarme una botella de agua.

—Ojalá no se haga la víctima si llega a quemarse con el agua caliente. ¿De verdad estará en la albercada ese mamón? —Soltó una risilla, mirando a los costados—. ¿No lo has visto?

—Literalmente, esta es la cara de la persona de quien estás hablando.

Mantuvo la botella en el aire, tal como una estatua o muñeco de juguete. Apenas percibía la figura de su cuerpo que estaba a contra luz, el resto le bañaba en la oscuridad junto a mí. Alcancé el plástico y le dirigí una última mirada.

—¿Y? —Trató de no mostrarse cabreado.

Miré de reojo a Estocolmo, quien me observó en sincronía desde el otro extremo. Ya nos habíamos visto antes pero le dije que me diera un minuto, así que esperó en aquel sitio sin moverse como si la vida fuera a colapsar si se atrevía a dar un paso. Su expresión se volvió extraña así que miró para otro lado.

Ladeó la cabeza como si algo le picara.

Me encaminé a él, con la botella extendida en la mano. Estábamos a contra luz así que las dos iluminaciones contrarias se desvanecían en el espacio de distancia que mantuvimos.

Estocolmo miró la botella.

—Gracias, pero traje un termo —habló. Abrió su mochila para mostrarme—. Y no estoy cansado. Igual, gracias por el detalle, sí.

—Se acabó la carne pero hay salchichas por si quieres comer antes de...

—¡¿Salchichas?!

Fue tan incómodo verlo sonreír como cuando íbamos en secundaria. Sus rulos se levantaron por el microsalto que dio, sus ojos brillaron con el reflejo debido a que los abrió en sobremanera. Su sonrisa dejó ver sus dientes y los dos colmillos que destacaban en su dentadura.

—¿? —Junté un poco las cejas.

Estocolmo cerró la boca acelerado al percatarse de su reacción. Arrugó el labio inferior, y de mala gana respondió:

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