Capítulo 38: ¿Seguirá siendo igual?

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Cuando la primavera terminaba, el morir de las flores aterraba a algunos. El pasar del tiempo, el final de una temporada.

Pero yo siempre recibí el caluroso verano, el otoño, y el silencioso invierno. Porque cuando algo finalizaba, no pasaba ni un instante sin un nuevo comienzo; eso me brindaba paz.

Estocolmo.

Cuando era niño, recuerdo que amaba ir al dentista.

Cerca de nuestra casa, se encontraba un pequeño establecimiento con varios locales; antes de la urbanización era una zona bastante económica; lugar desgastado por el poco mantenimiento que recibía. Allí se encontraba un consultorio, ubicado en la segunda planta.

Debajo del dentista, había una tienda de helados y paletas de hielo. Al costado, un lavado de carros.

Mi hermana y hermano mayor esperábamos a que fuera nuestro turno de consulta. Al salir con las bocas anestesiadas, mi mamá nos llevaba abajo por paletas de hielo. Mi papá aprovechaba a que el vehículo fuese lavado; entonces, nos íbamos de regreso a casa.

Demolieron aquel sitio hace unos años.

Muchos de los locales de la zona se convirtieron en departamentos, así que comencé a caminar sin detenerme a observar lo que antes fue, como una vieja cancha que perdió color debido a las lluvias. Y a pesar de los cambios, creo que mi vida se quedó en ese momento.

Porque con los años, por más doloroso que fuesen los recuerdos, mi corazón solo recordaba las cosas buenas. Incluso la pérdida se volvió incierta.

«Me habría gustado asistir a un baile con Hipo.»

Tuve ese pensamiento toda la mañana. Fui a entrenar, volví a casa para tomar una ducha y salí con bloqueador solar para evitar el sol de medio día. Mis tareas se sentían sencillas cuando las realizaba pensando en verlo a él.

—Si no ha comido, podría invitarle a mi casa y preparar algo... —musité, revisando la hora de mi celular—. Tendría unas horas antes de que vuelva mamá de su cita de chicas.

Hay vegetales, sí, sí. Con que sea algo nutritivo.

Me detuve una cuadra antes de la plaza. Traté de ver mi cara con la cámara delantera del teléfono, pero la intensidad del sol me cegó. Acomodé mi cabello, revisé mis dientes y suspiré. No me veía tan mal, pero si nos hubiésemos visto más temprano o más tarde, mi cabello no estaría en ese punto caótico de frizz.

—Creo que entraré a los baños a mojarme el cabello. Buena idea, sí.

Me detuve al visualizar a Hipocondríaco en el otro extremo. Esbelto y pulcro como de costumbre, con esa chaqueta oscura que le daba un aire informal; rara vez se le encontraba sin su uniforme escolar. Aunque no sonreía, se veía igual de bien.

Alguien de cabello quizás teñido parecía hablar con él. No estuve seguro de si era una amistad suya a quien se encontró, o si le había surgido otro compromiso.

—Debería rodearle, o esperar a que termine de hablar —balbucí, sosteniendo mis propias manos. Me mantuve sonriente, y continué—, nah, lo voy a esperar. Él me ha visto en mis peores...

Le di la espalda a ambos, sonriente, al ver que sus bocas se unieron. De repente el escenario me pareció irreal, incluso el frío de mis piernas sobreponiéndose al calor de mi cabeza.

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