Día 14

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—¿Damian? ¿Crees que quieres crecer para ser cómo tu padre algún día?

Ambos adolescentes se encontraban recostados boca arriba sobre el pasto. La noche despejada entre las montañas dónde se encontraban en aquel campamento de verano les permitía observar cada estrella titilar en el basto cielo. La voz del más joven rompió el pacífico silencio en el que se encontraban ambos amigos.

—¿Viejo? —respondió con cierta confusión ante la pregunta.

—No, me refiero a lo que es tu padre. Un hombre de negocios, un Wayne. Yo aún no sé si mi destino es dedicarme a lo mismo que mamá y papá. Digo, también me gusta la ciencia.

Su mirada se enfocó a la estrella más lejana de entre todas alrededor. La respuesta hacia el cuestionamiento nunca llegó a su mente. Comenzaba a ocurrirle desde hace meses y comenzaba a fastidiarlo. Cerró sus ojos y tomó un profundo respiro. Quería olvidar. Por ello se encontraba aquí, alejado de su familia y de Gotham. Necesitaba un descanso de todo y todos.

—TT. Hablas demasiado, Kent.

Llevaba algunos días visitando aquel establecimiento recién descubierto. El recuerdo de ese día abordó su mente. Dió un trago a su café mientras volvía a analizar aquellas palabras del pasado.

¿Cómo podían tener tanto impacto en él después de tantos años?

En aquel tiempo, seguir el legado de sus padres era algo que se le había impuesto desde su nacimiento. Orgulloso de dicho destino, era común que desde pequeño hiciera alarde de ello a sus hermanastros, sin embargo, después de cumplir los trece años y hasta la actualidad, ya no pensaba de la misma manera.

Durante su adolescencia, la amistad entre Jon, Maya, Suren y Colin lo hicieron cambiar poco a poco su forma de ver el mundo. Apreciar más los pequeños detalles de lo que lo rodeaba. Valorar a las personas, la naturaleza y los animales. No todo era frivolidades, exigencias, dinero, negocios y apariencias.

La hipocresía y falsedad que genera el poder.

El mundo en el que tenía que involucrarse si quería ser como sus padres.

Extrañaba esos días de juventud.

Aún teniendo todos los dotes para realizarlo, ya no es lo que buscaba en su futuro. No quería terminar en un mundo de corporativos, donde su vida este programada y llegase incluso a ocurrir lo que entre sus padres pasó: aliarse con la empresa rival por medio de las nupcias. Y, aunque amaba a sus padres y ellos a él, con los años su matrimonio caducó como si fuera un contrato de negocios cualquiera. El amor entre ellos existía, pero sus caminos estaban condenados a estar alejados uno del otro.

Y él podía entenderlo. Él era una combinación perfecta de ambos en características físicas, habilidades y lo peor, en cuánto a carácter. Y entendía, que aunque se hubieran amado tanto, eran personas tercas que buscaban cumplir sus metas ante todo y finalmente encontraron lo que los hacía feliz de forma individual. Aun cuando su madre ya no pudo disfrutarlo por tanto tiempo.

Y fue cuando terminó viviendo en la mansión de su padre, junto a sus hermanastros. Teniendo una disputa interna de sus pensamientos sobre su futuro.

¿Quería ese tipo de vida para él?

—Aquí está su orden.

La voz de la mesera lo sacó de su cavilación.  Sin embargo, su nariz no pudo detectar el olor a café negro. Sus ojos posaron en la taza entregada para darse cuenta que no era lo que había ordenado. 

—No pedí esto.

Un tono autoritario salió de sus labios. No estaba molesto, pero era difícil dejarlo cuando la mayoría de su vida lo había utilizado. Y ni que decir de su interminable entrecejo fruncido.

—Oh, lo lamento, yo debí-

—Darme su café a mi—interrumpió la jóven de cabello azabache a los presentes, para después dirigirse al ojiverde—. Estaba tan distraída leyendo que no lo noté. No te preocupes, no lo he tocado, si quieres tomarlo.

Y fue un momento efímero, en lo que su vista pasó de la taza de café humeante entre sus manos al rostro de la chica frente a él. Y no pudo hacer más que admirarla, lo suficiente como para quedar deslumbrado de ella. Le brindó una tímida sonrisa angelical y sus ojos amatista lo observaban sin prejuicio alguno. Una belleza etérea que nunca había observado en alguien más. Sus dedos se vieron tentados a tocarla para saber si era real. Sus palabras quedaron atrapadas en su garganta aún con sus labios entreabiertos. Todo lo que había pensado minutos atrás había quedado por completo en el olvido. Tardó algunos segundos más en recobrar la compostura.

—Te lo agradezco—pudo pronunciar finalmente. Tenía la garganta seca. 

—De nada. Algunas veces pasa—elevó sus hombros ligeramente, manteniendo su mirada en él. No pronunciaron nada más en ese lapso de segundos, pero no quitaron su vista uno del otro. La chica rubia, que se encontraba en medio de ambos, comenzó a sentirse incómoda por la situación.

—Yo...me retiro. Provecho.

La voz de la mesera rompió la delicada burbuja en la que se encontraban sumergidos. Ambos volvieron a la realidad, pero dirigiendo sólo ella un avergonzado rostro hacia otro sitio.

—Nos vemos.

La joven se despidió con una voz tenue, mientras realizaba un ligero ademán con su cabeza, colocó la taza en la mesa cerca de él y giró de forma rápida para volver a su lugar.

Él, simplemente la observó irse sin despegar un segundo su vista de ella.

Cuando buscamos la verdadera felicidad Where stories live. Discover now