Día 42

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Los sonidos de las suaves olas del mar y las aves volando alrededor inundaban sus oídos. La playa comenzaba a vaciarse. La temperatura bajaba poco a poco con el paso de los minutos pero no parecía importarle.

El aire fresco siempre era algo que lo relajaba. Estaba acostumbrado a ello, lo transportaba a sus años en que visitaba Nanda Parbat, lugar de origen de su madre. Era nostálgico recordar aquellos años, así como agradable recordarla a ella. Sí bien le reconfortaba pensar en ello también le comenzaba a producir un nudo en el estómago. Los sentimentalismos no eran lo suyo, pero en los últimos meses albergan su mente a diario y su cuerpo reaccionaba a ello.

"Tu sangre es una mezcla perfecta de Wayne y Al Ghul. Si tú te lo propones, querido hijo, podrás dominar el mundo..."

Su mano dejó de realizar trazos sobre su cuaderno cuando esos recuerdos lo volvieron a invadir. Las dudas seguían navegando dentro de él y el tiempo pasaba, sin tener aún en su mente la nueva dirección a la que quería recorrer en un futuro.

—No quiero dominar nada, ninguna empresa. No quiero seguir el camino de un Wayne o un Al Ghul, solo quiero...¿Qué es lo que quiero en este momento?

Resopló mientras sus manos se dirigieron a su rostro, presionándolo ligeramente y realizando un movimiento lento hacia su cabello y terminando en su nuca, intentando relajarse de nuevo, cosa que fue en vano.

Su mirada volvió a su cuaderno de dibujo en sus piernas, dejando caer su lápiz de su mano. Su corazón se agitó al observar a la mujer del café, de amatistas soñadoras, plasmada en grafito en un hermoso atardecer en la playa. Observando hacía su dirección.

¿Esto es lo que buscaba en este preciso momento?

—Mierda...

¿En qué momento su mano había pasado de detallar el paisaje a retratarla a ella?

Las palabras del moreno hicieron reacción en un confundido Titus, quién descansaba a su lado sobre la arena. Giró su rostro hacía el can y sonrió.

—Descuida, todo está bien.

Antes de alejarse de Gotham se encargó de que sus mascotas tuvieran todo lo necesario en sus meses de ausencia. Confiaba en Alfred de sus cuidados. No obstante, antes de salir de la mansión Titus ya estaba en la puerta de entrada, esperándolo, cómo si conociera los planes de su dueño de ausentarse. Se observaron varios minutos en silencio. Vio cómo sus orejas caían, dejando escapar un débil chillido. Simplemente no pudo irse sin él.

Dejó a un lado su material de dibujo para tomar su mochila en busca de un bocadillo para el can.

Titus prestó atención a ello y, conociendo perfectamente lo que significaba, comenzó a agitar su cola. Pronto el ojiverde tomó una pieza para dársela, quién le agradecía con un fuerte ladrido. Sin embargo, su olfato y desarrollado oído le indicaron que ya no se encontraban solos en ese lugar. El espectador los observaba a una distancia prudente, atento a cómo el canino era alimentado por el humano, lo que lo hizo irse acercando más a ellos. Para el can, esto era una señal de alerta.

—Tranquilo, Titus. Sólo es una gaviota.

Pero la cavilación que había atravesado minutos antes su mente lo hizo actuar con ingenuidad en ese momento y no le permitió percibir las perversas intenciones del ave la cual, de un momento a otro, se proyectó contra la nariz de Titus. De forma inmediata, el moreno trató de aumentarla.

—¡Déjalo!

Segundos después, el ave detuvo su ataque y aterrizó en la arena. Giró hacía él, retándolo. Ambos mirándose detenidamente. Estáticos.

¿De verdad estaba teniendo un duelo contra un ave?

Y, sin preverlo de nuevo, cortó el contacto visual y rápidamente alzó sus alas para dirigirse hacía la mochila del ojiverde, tomando con su pico de uno de los bolsillos su objetivo inicial: la bolsa de bocadillos de Titus.

—¡Qué carajos!

Titus intervino ante el hurto de su preciado, comenzando a seguir al alado por la playa, seguido de un furioso joven tratando de alcanzarlos a ambos.

El aire fresco no era algo de su agrado, calaba en su piel. Podía sentir como el viento lograba traspasar el grosor de su vestimenta pero, lo que la mantuvo ahí fue esa sensación de paz que le generó la serenidad del lugar, las lágrimas se habían secado después del largo recorrido, quedando solo los pequeños rastros salinos de lo que una vez fue agua. Su salida de hoy no había sido planeada, por lo que culminar en la playa había sido todo una sorpresa aún para ella.

Cansada, se detuvo por varios minutos para recuperar el aliento, a lo que su atención se dirigió a los cálidos colores del ocaso. Hubiera seguido sumergida ante maravillosa vista pero, su admiración se fue desvaneciendo ante los alaridos y ladridos que se escuchaban a su alrededor.

—No puede ser.

Estacionó su bicicleta para ubicar sus amatistas en el lugar exacto del acontecimiento. Su corazón latía apresuradamente así como comenzaba a invadirla ese ligero hormigueo en su estómago.

—Esa voz...

No muy lejano a ella, podía observar en la arena cómo el chico del café corría detrás de lo que asumía era su mascota quien, a su vez, corría detrás de una alborotada ave. Sus pies parecían haberse anclado en la parte del pavimento donde se encontraba ella y su mirada no se despegó ni un segundo de lo que ocurría.

Damian había aprendido con los años a tener un gran cariño y respeto por toda vida animal. Sin embargo, en ese momento, se podía ver cómo mantenía una pelea con aquella gaviota que había dejado de huir para ahora volar y picotear sobre su cabeza.

¡Que se joda! Nadie se metía con un Wayne.

—¡Pequeño pedazo de mierda! ¡Ya verás!

Pero cualquier acción que quisiera cometer sobre la ave era frustrada por un furioso Titus que no dejaba de correr y ladrar a su alrededor y enredando, poco a poco, entre sus piernas su correa. Finalmente, casi al lograr arrebatarle la codiciada bolsa de bocadillos a su nuevo némesis, Damian tropezó con la correa de su can, azotando con fuerza contra la arena, logrando que la gaviota volara alto y pudiera salirse con la suya, graznando con fuerza en motivo de su victoria.

—¡AAAC!

Podía apreciar al chico del café cubierto de arena, maldiciendo, saltando y agitando su puño mientras veía al ave retirarse por los cielos. Un fiel Titus ladraba a su lado en apoyo de su dueño.

Si esto fuera alguna clase de dibujo animado, ella podía imaginarlo fácilmente a él con alguna clase de humo saliendo de sus orejas con un rostro rojo como tomate.

Rió al imaginarlo, colocando su mano sobre sus boca para no ser descubierta. Seguía siendo la única espectadora de tan singular situación entre un hombre, su perro y una maquiavélica gaviota.

¿Debió haberlo ayudado?

Cuando buscamos la verdadera felicidad Where stories live. Discover now