Día 50

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Éste iba a ser el día. Damián Wayne se había armado de valor para acercarse a ella. Todo sería perfecto.

Había puesto su mayor esfuerzo en su aspecto. Deseoso que lo viera más juvenil, fresco, divertido e interesante, aunque esas palabras no van mucho con su personalidad. No quería verse ante ella llegando formal, como ha visitado el establecimiento en diversas ocasiones. Cómo el pretencioso hombre de negocios y futuro heredero Wayne que su familia esperaba que fuera. Usaba mezclilla azul, una sudadera gris con gorra integrada y una chaqueta negra, cortesía de Dick en su cumpleaños pasado. Su piel y ropa tenían esencia a canela y pino. Su cabello estaba ligeramente desordenado, pero sin descuidar su apariencia. Se vio al espejo antes de salir de su departamento. Se veía bien. Quiso verse bien para ella.

Fue de los primeros clientes al ingresar al lugar. Tara, quien siempre lo atiende, notó su cambio. Todo él despedía valor. Supo que había llegado el momento y que perderá la apuesta. Pero lo dejaría pasar si es para bien de ellos. Se acercó a él para confirmar su bebida de siempre. Confirmado, volvió a la cocina para prepararlo.

Se encontraba nervioso y no dejaba de ver su reflejo en el ventanal a su lado.

¿Se verá bien?

¿Habrá exagerado?

¿Pensará que es un tipo rico y superficial?

—TT, mierda...

Escuchó las campanadas de la puerta y a los pocos segundos pudo ver cómo ya se encontraba sentada en su mesa favorita. Su cabello cubría su rostro el día de hoy. Usaba un atuendo más ligero, signo de que la primavera se acercaba.

Se veía tan linda bajo sus verdes bosques. Y sus deseos de acercarse a ella comenzaron a flaquear. Se sentía inseguro. Temía ser rechazado o tachado como una clase de acosador, en el peor de los casos.

Hizo remembranza sobre ello. Es una inseguridad que ha sido creada por su mente desde hace semanas. Una que jamás había existido en su vida, que no había existido por alguien. La admiró por última vez antes de tomar el valor suficiente para ponerse de pie y acercarse a su mesa. En su mano izquierda sostenía un libro que deseaba compartir con ella y en la otra una caja grande, decorada perfectamente, que contenía una docena de galletas hechas por Alfred. Este último, con sospecha, le ha cuestionado sobre su constante pedido de galletas, a lo que él tuvo que mentir con alguna excusa que sabe que no creerá, y que continuarían los interrogatorios cada momento que se volviera a poner en contacto con él. Pero no era tiempo para preocuparse por ello.

Respiró hondo, tratando de relajarse. Cerró sus ojos y volvió a inhalar y exhalar. Su mirada se enfocó en ella de nuevo, notando cómo su cabello sigue ocultando su rostro, pero pudiendo apreciar su pequeña nariz sobresalir de aquellos hilos oscuros que la cubren. Tenía un tono rojizo y ya no hacía frío. Había estado llorando. Algo andaba mal. Algo le había ocurrido. Anheló estar a su lado para consolarla.

Estaba dispuesto a ir hacia ella cuando observó cómo por fin retiraba algunos cabellos de su rostro. Acción tan hipnotizante cómo cualquier que realizara. Tan propio de ella. Su mente y su ser se encontraban embelesados, hasta que un brillo dorado lo trajo de nuevo a la realidad. Un brillo en su mano izquierda. Uno que nace en su dedo anular.

Y todo el valor que tenía en la mañana abandonó su cuerpo, dejándolo totalmente vacío y seco.

—No...

¿Por qué no lo había notado antes? Tal vez así no le dolería tanto el descubrirlo hasta este día. Después de tantas semanas. Cuando su pecho comenzaba a sentir esa calidez y agitación por verla. Pero no fue así. Y, en ese momento, su pecho solo dolía, y demasiado.

Sin más que observar, se puso de pie de forma abrupta. Comenzaba a faltarle el aire en sus pulmones. Necesitaba salir de ahí lo antes posible, pero una voz lo detuvo por unos segundos.

—Señor, espere. ¡Su pedido!
—El dinero está en la mesa. Tengo que retirarme.

Los dos chicos en la recepción, junto a una confundida Tara, observaron cómo se retiraba. Se miraron los unos a los otros, esperando que alguno tuviera una respuesta, más no la hubo. Hasta que el chico de cabello verde y piercings habló.

—¿Qué demonios pasó?

La amatista levantó su mirada cristalina hacia la entrada al escuchar la puerta estrellarse. Tomó su mano izquierda con fuerza mientras sus labios aún temblaban. También se encontraba confundida con lo que acaba de ocurrir. Distraída en sus pensamientos no notó que él ya se encontraba ahí.

¿La habrá visto en ese mal estado?

· ─𖥸─ ·

Caminó rápidamente a su departamento mientras se repetía cientos de veces las mismas frases.

¿Por qué no lo había notado antes?

¿Por qué le tuvo que pasar?

¿Por qué con ella?

—Soy un idiota.

Llegó a la puerta de su apartamento y pudo notar que esta estaba abierta. Sospechaba el por qué y fue la causa de que su día se tornará de mal en peor al ingresar y confirmarlo. Una mirada turquesa lo esperaba. El hombre con un peculiar mechón blanco de cabello lo saludaba con una sonrisa burlona.

—Hola demonio. ¿Acaso no estás feliz de ver a tu hermano favorito?

—¿Qué mierda haces aquí, Todd? ¿Cómo carajo lograste entrar?

—Alfred y el viejo me pidieron que te visitara para ver cómo estaba el pequeño mocoso de la familia. Aunque la verdad me eligieron a mí porque Dickie y Tim estaban ocupados. Y no sé por qué me preguntas eso conociéndome, sabes de mis habilidades para estas cosas.

No estaba de humor para soportar todas las tonterías que decía su medio hermano.

—Estoy bien. Ahora, lárgate, Todd.

—No puedo, no conseguí un buen lugar dónde hospedarme, así que pensé que serías tan generoso como para ofrecerme en pasar el tiempo contigo estas semanas hasta que salga mi vuelo de regreso a Gotham. Por cierto, ¿Tienes algo de comer? Muero de hambre.

Este, definitivamente, se había convertido en el peor día de su vida.

Cuando buscamos la verdadera felicidad Where stories live. Discover now