La salvadora anónima

71 3 0
                                    

Me despierto sobresaltada al escuchar los nerviosos y torpes golpes en la puerta. Me echo el pelo hacia atrás mientras bostezo y me acostumbro a la luz. Los golpes vuelven a sonar esta vez más fuertes, dándome dolor de cabeza ya entrada la mañana. Gruño y me vuelvo a acostar tapándome con la sábana, con la esperanza de que los golpes cesen.

- ¡Joder! -mascullo cuando los vuelvo a escuchar aún más fuertes.

Salgo de mi habitación dando un portazo y cruzo el salón hasta la puerta principal. La abro de golpe y me encuentro con un señor, algo mayor y con una gabardina que le llega hasta las rodillas.

- Lo siento, pero el servicio de prostitución es en la planta de arriba -le suelto furiosa por haberme estropeado el día y le cierro la puerta en las narices.

Me dispongo a prepararme el desayuno, ya que sé que no puedo volver a dormirme. He dado un paso dentro de la cocina, y los golpes vuelven a sonar.

- Me cago en la puta -gruño furiosa yendo hacia la puerta para abrirla de sopetón de nuevo.

Abro la boca para empezar a gritarle al señor ese, pero antes de ello logra sacar una especie de DNI con la placa de la policía. Esos que se ven en las películas, pero este tiene pinta de ser real.

- Detective Smith -sentencia inexpresivo mientras guarda la placa en su bolsillo interior de la gabardina- ¿Puedo pasar? -quedo callada durante unos segundos.

- Si no lo hago, no se va a ir -le gruño mientras vuelvo a la cocina dejando la puerta abierta.

- Veo que entiendes de esto -dice cerrándola.

Preparo mi café con leche en la única taza que hay limpia y espero a que el microondas termine.

- Supongo que sabrás la razón por la que... -le interrumpo chasqueando la lengua.

- Vaya al grano, detective -digo sin rodeos cogiendo la taza y sentándome en la silla enfrentada a él.

- Está bien -sentencia mirándome a los ojos-. Sé lo de tu huida a Japón.

Le miro directamente a los ojos mientras tomo un largo sorbo al café. Apoyo la taza en la mesa y me paso la mano por el pelo.

- ¿Cuánta gente? -pregunto con el ceño fruncido.

- Unas cinco personas.

- ¿Y qué es lo que saben exactamente? -vuelvo a tomar un largo trago. Siento que no estoy del todo despierta y que necesito un chute de cafeína.

- La razón por la que te fuiste de Estados Unidos -cruza los dedos sobre la mesa y suspira-. Por eso queremos ayudarte.

- Pare ahí, Smith -subo un poco el tono de voz para ser más autoritaria-. Ayudarme, ¿En qué sentido? ¿Para volver con mi adorada familia? -digo con tono sarcástico.

- Sé que desconfías, Alejandra -frunce ligeramente el ceño-. Pero queremos ayudarte a que pases desapercibida.

- Ya lo hago -rebato tomando café de nuevo.

- En parte. No te voy a mentir, que hayas elegido el piso de tu abuela materna sabiendo que tu padre reniega de vuestras raíces japonesas es astuto, pero esta contactado con los gobernadores para encontrarte, ya que buscarte por vuestro país se ha descartado -frunzo el ceño molesta-. Y deberías alegrarte de que nos hayan mandado a nosotros.

- ¿Por qué? -espeto con brusquedad- ¿Cómo sé que puedo confiar en usted?

- Por qué sé por todas las barbaridades que te han hecho pasar -le miro fijamente callada-. Te hemos investigado.

La jugada perfectaWo Geschichten leben. Entdecke jetzt