La familia Márquez

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Sólo bastó unos días para que Cris y yo nos hiciéramos buenas amigas. Descubrimos que tenemos muchas cosas en común, tantas que hasta daba miedo. Nuestra debilidad por lo dulce, el estilo de vestir, el fútbol... Bromeadmos diciendo que somos gemelas separadas al nacer.

Pero, tengo miedo de perderla. Hace mucho tiempo que no tengo una persona a mi lado, que me haga reír y sentirme una persona que vale la pena por unos minutos.

Tengo miedo de que se aburra de mí. Ella tiene todo lo que yo deseo; una vida normal. Con amigos a su lado que son de verdad, en esos en los que puedes confiar en todo y que te quieren como si fueras de su familia, apoyándote incondicionalmente.

No sé por qué malgasta su tiempo viniendo hacia aquí para sólo estar conmigo, cuando podría estar con su equipo pasando un buen rato con todos ellos.

La envidio.

No tengo a nadie a mi lado, y por si fuera poco, me hacen la vida imposible. ¿Por qué no pueden dejarme en paz de una vez? ¿Qué les he hecho yo?

Miro mis muñecas llenas de cicatrices y recuerdo todas esas lágrimas causadas por esos idiotas. Una lágrima cae y resbala por mi mejilla, traicionándome sin que yo le diera permiso para salir. La limpio en seguida al escuchar como petan en la puerta.

Me levanto de la cama e intento calmarme. Una vez respirado hondo, finjo una sonrisa, me aseguro de que mis vendajes en las muñecas no se vean y abro la puerta. Al hacerlo, me encuentro de frente con Cris, sonriéndome como de costumbre.

- Siento venir sin avisar -se rasca la nuca y yo le quito importancia negando con la cabeza. 

- No te preocupes -la dejo pasar y en seguida ella se sienta en la camilla-, tampoco tengo nada mejor que hacer.

Cris me mira con pena. Ah, de nueva esa mirada. Esa sensación horrible al ver que le das pena a alguien.

- ¿Te aburres, no? -Cris me sorprende con la pregunta. Asiento después de unos segundos- Normal, yo también me aburría cuando estaba en el hospital. No me dejaban moverme mucho. Pero entre tú y yo -pone su dedo índice sobre sus labios y me guiña un ojo-, conseguí escaparme una vez para jugar al fútbol.

Abro los ojos sorprendida viendo su enorme sonrisa que me enseña todos sus dientes.

- ¿En serio? -pregunto incrédula sentándome a su lado. Ella asiente con confianza y cruza las piernas como los indios encima del colchón después de quitarse los zapatos, quedando en frente de mí.

- Sí. Fue un día movido -se ríe con nostalgia mientras yo la miro atentamente-. Empezó con que quería algo de comida que no pareciera de la cárcel -suelto una risa suave, dándole la razón- y fui a comprar algo a la máquina expendedora de en frente. La bolsa de patatas se quedó atascada contra el cristal, y mientras yo estaba haciendo un gran ridículo, vino Axel y me ayudó, como siempre hace, básicamente -ambas reímos-. Luego vimos a unos niños a los que les pasó lo mismo, y como llevaban un balón de fútbol, después de ayudarles me entraron las ganas de jugar. Quiero decir, seguro que me entiendes ¿No? Después de tanto tiempo sin tocar un balón de fútbol... -río suave y asiento con la cabeza. La verdad yo también tengo ganas de jugar- Y me fui con ellos, arrastrando a Axel conmigo -ella se ríe recordándolo, y yo sonrío por verla sonreír. Verla feliz me hace feliz a mí- Ahora que lo pienso -me saca de mis pensamientos y la miro atentamente a los ojos, demostrándole que le estoy prestando atención-, tú también tendrás ganas de jugar al fútbol ¿No? -viendo por donde va, abro la boca para mentirle y así no meternos en problemas, pero ella se me adelanta- Conozco un sitio perfecto para jugar sin que nos vean -sonrío logrando así que se le achinen los ojos, y al verla así de feliz, no pude decirle que no.

La jugada perfectaWhere stories live. Discover now