Fuera de lugar

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Con un suspiro, empiezo a escribirle un mensaje a Cris.

No es excusa, pero de verdad he estado muy ocupada. Me moría de ganas de contarle todo lo bueno que me ha pasado, y lo extraño que ha sido. Pero, por muchas ganas que tenga de contárselo, más ganas tengo de verla en persona y ver su reacción a todo esto. 

Así que después de asegurarle que estaba bien, le explico que estuve ocupada con los papeles de la matrícula y de la beca de mi nuevo instituto, con una petición al final para vernos.

Intento tranquilizarme con un suspiro por asaltarme la idea de mi primer día de clase en un instituto nuevo, y todo lo que eso conlleva, pero aún así no puedo evitar el temblor de mis manos al guardar el móvil en mi mochila y darle al stop del autobus. 

Me bajo y tan solo a unos dos minutos andando, llego a las puertas de un edificio enorme, tan grande como una fortaleza. Su color exterior era de un gris morado y metalizado, con las banderas del instituto ondeando en las plantas más altas, y las paredes con una altura desproporcionada. 

Cerrando la mandíbula que inconscientemente dejé abierta ante semejante magnitud, me acerco a los dos guardias uniformados a cada lado de la entrada. Les enseño el carnét de estudiante y para darme suerte entro en el recinto con el pie derecho.

Soy bienvenida por un gran jardín bien cuidado con una fuente en el centro, con bancos alrededor donde los alumnos que no estaban paseando se habían sentado. Miré el reloj de mi móvil y aún faltaba media hora para que sonara el timbre. 

¿Y todo el mundo ya estaba aquí? 

Ojeando a la gente de mi alrededor, recorro el camino empedrado hasta la entrada al edificio. Con sus teléfonos de alta gama, zapatos de marca y su aspecto tan cuidado, no puedo evitar sentir que yo no debería estar aquí, por mucho que lleve la misma ropa. 

Juego con las asas de mi mochila y decido mirar al frente sin fijar la vista en nadie, pero los pensamientos de que no me merezco esto ya se han arraigado dentro de mi cabeza. 

Entro por fin al edificio, y paso por secretaría, como el director me había aconsejado. Con voz temblorosa, porque no soy capaz de tragar el nudo de mi garganta, le pido al conserje el mapa del edificio y mi horario, ya que con las prisas de todo el proceso, sólo me dieron los papeles imprescindibles para tramitar el asunto.

Se lo repito al conserje debido a su ya avanzada edad, y que yo sólo pueda hablar con un hilo de voz, no ayuda. Cuando va a buscarlos, miro mi reflejo en el cristal de la cabina. 

Me intento arreglar el pelo, pero debido a su naturaleza rizada, no hay forma de que acabe contenta con el resultado, sin nada de parecido con el peinado de los demás. 

El reflejo de mi cara de pena por mí misma se desvanece en cuanto el conserje se incorpora con los papeles en la mano. Los cojo con un leve asentimiento de cabeza como agradecimiento y me pongo a andar.

Vuelvo sobre mis pasos y me paro en la puerta principal, para orientarme mejor. Voy escogiendo la ruta con la mirada por el mapa, dándome cuenta que tengo que subir hasta el último piso.

Suspiro y voy hasta el ascensor, esperando que nadie esté usándolo. Entre que lo llamo y espero, repaso la ruta; izquierda, derecha, derecha y un pasillo larguísimo hasta la oficina del director. 

Entro sin esperar tanto como creí para un ascensor de cuatro plantas. Llego a la más alta y sigo mis directrices, encontrando el largo pasillo y la gran puerta al final de éste. 

Trago el nudo de mi garganta e intento arreglarme el uniforme, aunque no sé si es suficiente. Inspiro y suelto el aire por la nariz, intentando en vano que no salga tembloroso. Camino hacia la puerta y los pasos hacen demasiado eco, los toques en la puerta también, y las paredes y el techo tan alto me hacen sentir diminuta. Escucho un ahogado adelante y entro con una disculpa en la boca y una pequeña reverencia.

La jugada perfectaWhere stories live. Discover now