VII🔸Sorprendida

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Reyno Ácaron

Desconocido:

— Quiero noticias —pide con suma arrogancia

— Majestad, Balnearia sigue pidiendo nuestra ayuda para recuperar a las ninfas cautivas en Caster, son conscientes que los únicos capaces de enfrentarnos a ellos son nuestras tropas... —un fuerte golpe en la mesa resuena haciendo temblar hasta los huesos de toda la corte

— No me digas estupideces Marzo, es indignante como nos comparan con esos malditos demonios egoístas y ambicioso —todos contemplan su indignación y enojo

— Su hermano ha degollado a dos de los nuestros hace unas horas, acaban de avi... —las bandejas y copas de la mesa son lanzadas

— ¡Maldito bastardo!, ¿Hay alguien aquí que pueda matar a ese cabrón? —grita poniéndose de pie

— Sí —se escucha una voz al fondo de la habitación— Yo lo haré majestad.

Reyno Caster

Ámbar no sentía sus piernas, estaba tan agotada como jamás lo había estado en su corta vida. Tenía sed, sus pies estaban hinchados y llenos de rasguños por las asperezas de la tierra. Su muslo habían teñido su pierna casi completa de rojo, la sangre seca comenzaba a oler mal, la frialdad de la noche ya no la afectaba por el sudor. Y solo en un par de horas saldría el Sol. Ella quería parar, acabar con su dolor físico y descargar todo el odio que comenzaba a sentir por Garath. Pero jamás se humillaria a pedir clemencia, ella era fuerte en su interior, y si su orgullo se mostraa físicamente sería una perfecta pared lo suficientemente fuerte como para aguantar su peso. De esa magnitud estaban echos sus sentimientos. Excepto cuando pensaba en el elfo que dejó atrás, entonces le dolía, pero solo un poco. Recordar sus palabras de que la rescataría la daba la fuerza suficiente para no acabar muerta por esos salvajes. Entonces cayó, su cuerpo fue quien tomó la desición y sus ojos desidieron cerrarse, sus sentidos abandonaron su fuerza de voluntad y terminaron por dominarla.

Garath se acercó a ella, la vió tendida en el suelo, la tela del vestido rasgada, sus pies deprimentes, su rostro del color de su cabello, y supecho subiendo y bajando lentamente.
Ciertamente, es más fuerte de lo que pensé se dijo a sí mismo para luego cargarla y regresar al castillo bajo la compañía de Lobo.

El sol ya estaba en su punto más alto cuando ella despertó. Se sentía bien, pero recordaba todo. ¿Cómo podría ser posible?. Miró a su alrededor y bajo las pieles que la cubrían, estaba desnuda. Descubrió su pierna herida y lo que vió la dejó sin palabras. No había dolor, ni sangre, solo una cicatriz pequeña. Ahora su piel ya no era perfecta, tenía una marca, una echa gracias a él. Y lo odió más aún, deseaba tanto matarlo o que desapareciera de su vida que a penas notó sus pesados pasos adentrarse a la habitación. Garath miró lo mismo que ella y no sintió culpa, un indicio de satisfacción al saber que esa marca era su culpa sacudió su ser, vio su pierna completamente descubierta y deseó que la tierra se la tragara por exhibirse de esa manera ante él.

Ella lo vió y cubrió su cuerpo aún más, sus ojos se encontraron y hubo una guerra entre el oscuro marrón y el intenso negro. Ninguno de ellos notó a la pequeña ninfa de cabellos dorados en una esquina de la habitación, observando todo. Y lo vió, vió más de lo que podía decir, más de lo que podía permitirse pensar en este reino.

— Espero que estés mejor —rompe Garath el silencio

— Físicamente, supongo —contestó desganada

— Las ninfas han curado tu cuerpo, como ves no sólo están para hacer el aseo y complacer a otros —miró sin expresión a la ninfa, esta bajó la cabeza bajo su mirada

Ámbar {La maldición del guerrero híbrido} 🔹EDICIÓN Y CORRECCIÓN🔹Donde viven las historias. Descúbrelo ahora