Prólogo

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Un camión furgón blanco aceleraba por una carretera convencional al norte de la isla artificial Land Heart. Parecía una ambulancia privada, pero su blindada carrocería lo dotaba del aspecto de una fortaleza móvil. Semejante inversión solo podía pertenecer a las altas esferas. Por ello, no era de extrañar que portara un inmenso logotipo de la corporación Storm Company.

El transportista, de optimista expresión, era un joven orgulloso de su puesto de trabajo y de su uniforme negro, donde destacaba el logo con forma de tornado de la compañía a la altura del pecho. Un soldado maduro, un antiguo marine que lucía en su grueso cuello el viejo tatuaje del cuerpo al que había pertenecido, escoltaba al muchacho. Transmitía severidad y rudeza, rasgos reforzados por el armamento que lo acompañaba. Nadie habría apostado que ambos tuvieran algo en común, pero, en realidad, eran viejos conocidos que habían compartido numerosos traslados de mercancías.

―¿Has visto, Rob? Te dije que por aquí sería más rápido ―presumió el joven, sosteniendo una amplia sonrisa.

―Eso díselo a ese que acaba de adelantarnos ―replicó el soldado Rob―. ¡Eh!, no por ello has de pisar tanto el acelerador. Recuerda que nuestra carga es delicada, Tom. Una metida de pata y a la mierda la vida privilegiada.

―Rob, relájate. Está controlado. Lo tuyo son las armas, pero lo mío es el volante.

―Debo reconocer que nos has ahorrado el atasco del fin de jornada por la vía principal. Tuviste una buena idea con esto de venir por el puente del norte. El camino está despejado, el paisaje costero es espectacular... ―decía Rob mientras miraba por la ventanilla y la agradable brisa le acariciaba la cara.

―¡Claro! La ruta es más larga, pero se hace en menos tiempo. ¡Esto es vida! Terminaremos la jornada antes de lo previsto.

―La gente que vive en Land Heart ha olvidado lo maravillosa que es esta isla. Que esta carretera que atraviesa por un lugar tan natural y apartado esté vacía demuestra el estrés que elige la mayoría por ir por el camino más corto pero más pesado. ¿Ves, Tom? Por esto preferí abandonar a los marines de la Nación de América del Norte. La vida está para vivirla y disfrutarla, no para arriesgarla sin motivos.

―¡Así se habla, viejo! Mírate, de algo te ha servido. Ahora eres un simple muñeco de decoración. Cobras una pasta por pasearte con un arma y exhibir esos brazos de gorila ―bromeó Tom.

―Sin envidias ―enfatizó Rob sonriente.

―¿Sin envidias? Eres un puto imán para las mujeres. ¡Eh!, pero recuerda que luego yo soy el macho que las hace felices ―dijo Tom, gesticulando de forma insinuante, y ambos rieron―. Si es que...

De pronto, un golpe sacudió el camión con tal fuerza que lo desvió del carril. El susto se reflejó en los rostros de los transportistas. Aun así, Tom realizó una rápida maniobra y estabilizó el vehículo.

―¡¿Qué coño fue eso?! ―cuestionó Rob, exaltado.

―¡Joder! ¿Habremos pinchado? No, no puede ser. ¿Ves algo? ―preguntó Tom, que examinaba los retrovisores sin cesar.

―No hay un carajo. No vi nada que pudiera impactarnos. Convendría que nos detuviéramos por si ha reventado algo ―sugirió el veterano Rob.

―Sí, será lo mejor ―asintió Tom y, antes de que pisara el freno, sonó otra estrepitosa embestida. El impacto fue más intenso y desestabilizó el camión por completo, provocando que se saliera de la carretera y que diera un par de vueltas hasta empotrarse contra un árbol. El parabrisas reventó en el acto.

Después de varios segundos de desorientación, Rob se recuperó del aturdimiento. Tras desabrocharse el cinturón, se inclinó sobre su joven compañero, que sangraba por la cabeza y estaba magullado como él.

―Tom, ¿estás bien?

―Ah... Sí, creo... ―respondía el chico mientras se llevaba las manos a la cabeza―. El puto airbag no funcionó. Pienso demandarlos.

―No sé si acabaremos peor antes... ―Rob distinguió por el retrovisor izquierdo una abolladura hacia fuera en el lateral del compartimento de carga del vehículo, detalle que le extrañó porque resultaba ilógico―. Pero qué... Voy a echar un vistazo a la mercancía. Llama a emergencias.

Rob abandonó la cabina del camión. Mientras rodeaba la parte frontal, resoplaba al ver el lamentable estado de la carrocería. La resistencia del blindaje le resultó decepcionante, pero eso no justificaba lo que había pasado. Boquiabierto, contempló la inexplicable y enorme abolladura que solo se podía haber causado desde el interior del compartimento de carga.

Arrastrado por las inquietudes, continuó hacia la parte trasera, donde se alarmó al descubrir las puertas destrozadas. Algo había sido capaz de arrugar aquel metal como si fuera papel, y el hecho de que las puertas estuvieran torcidas hacia fuera volvía a indicar que ese algo provenía del interior. Enseguida clavó los ojos en una cápsula médica que estaba rota y vacía. Antes de que se cuestionara qué había pasado y qué había allí dentro, ya que desconocía los detalles de la mercancía por estar clasificada como «Delicada y de alto secreto», un susurro lo sorprendió.

―¡Joder! ―exclamó al tiempo que ajustaba las manos sobre su fusil de asalto. Tras voltearse a la derecha, se encontró con un hombre de espaldas a él. El misterioso sujeto, que aparentemente se miraba las manos, lucía una larga melena rubia y un cuerpo esbelto que cubría con una bata blanca. Sus pies descalzos se apreciaban al final de su blanquecino pantalón. El joven Tom observaba la escena por el retrovisor derecho mientras realizaba la llamada a emergencias―. ¿Está usted bien? ¿Venía en esa cápsula? Señor, ¿me oye?

―Soy... Soy... Hambre... ―murmuró el sujeto hasta que se volteó y perforó a Rob con su perturbadora mirada. Sus ojos poseían una tonalidad azul celeste. Las simétricas facciones de su rostro lo dotaban de belleza. Además, la bata abierta revelaba su excelente constitución física, pero poseía un color grisáceo pálido en la piel que solo se podía comparar con el de un muerto.

―¿Cómo se llama? ¿Entiende lo que le digo? ―le preguntó Rob.

―Evan... ―susurró el hombre y, entonces, su boca se oscureció. Unas espeluznantes marcas negras se ramificaron como venas palpitantes desde su cara hasta el resto del cuerpo.

―¡¿Qué demonios?! ―pronunció un espantado Rob y le apuntó con su arma―. ¡No se mueva, joder!

Tom soltó el teléfono en cuanto presenció dos estruendosos disparos. Horrorizado, contempló las salpicaduras de sangre sobre el misterioso hombre, que había extendido los brazos hacia adelante. Aquel ser con aspecto humano jugueteaba con las entrañas de Rob, pero no tardó en cegar la vida del moribundo exmarine arrancándole medio cuello de un mordisco.

―¡Coño! ¡Joder! ¡Joder! ¡Qué mierda! ¡Tengo que largarme! ―expresaba Tom, poseído por un pavor que lo estremecía de la cabeza a los pies, mientras intentaba poner en marcha el camión, pero este no respondía, se había averiado por completo―. ¡Maldición! ―chilló y, cuando se disponía a huir por la puerta, esta salió despedida.

El ensangrentado rostro de Evan emergió frente a él, exhibiendo los dientes con restos de carne humana entre ellos. Los gritos de espanto de Tom cesaron cuando su vida escapó en un chorro de sangre por encima del capó.

Evan 1. Renacer © [En proceso de edición]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora