30 - Sacrificio

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Leonard sorteaba hábilmente a los zombis y los coches abandonados que obstaculizaban la carretera mientras conducía el furgón hacia el puente principal de la isla. A pesar de que la vista se le nublaba a ratos y el dolor de sus heridas había dejado de ser una prioridad frente a la sensación de que todo su cuerpo estaba siendo sacudido por un terremoto, el agente manejaba como un verdadero profesional del mundo de las competiciones automovilísticas. Stuart, que ocupaba el asiento del copiloto tras intercambiarse con Andrea durante una breve parada, temía que su compañero se transformara en un muerto allí mismo, pues lo notaba muy pálido y más serio de lo habitual. Mientras tecleaba en su ordenador bajo presión, observaba de reojo la conducta de su amigo y estimaba su tiempo de reacción para alcanzar su arma en caso de que todo se torciera.

En la parte trasera del vehículo, los demás se acomodaron hombro con hombro en el reducido espacio. La cercanía permitió que Simón coincidiera con Mei. Hasta el momento, el muchacho no había interactuado con ella por la constante tensión, pero la calma que saboreaban lo impulsó a tomar la mano de la médica, ya que recordaba la bonita relación que había iniciado con ella antes de que se desatara aquella pesadilla. En su estado de enajenación mental, solo la veía con un cariño y una admiración desmesurados. Mei, sin embargo, se sintió condicionada por la presencia de Elisa, a quien miró con cierto nerviosismo. La sargenta, que estaba concentrada en limpiarle la sangre a Tatiana, no había percibido el gesto de su hermano.

—Tú también eres un ángel, Mei. Me gustas mucho —expresó Simón, sosteniendo una tierna sonrisa.

Frank, que era testigo de la escena, contempló a su discípulo con orgullo.

—Simón, tú también me gustas. Te pondrás bien. —Mei, sucumbiendo ante el magnetismo que existía entre ambos, se disponía a besarse con él.

—Simón, apártate de ella —los interrumpió Elisa—. El novio de Mei murió en el edificio Atenea. Te olvidaste muy rápido de Adams, Mei —escupió con crueldad, avergonzando a la chica.

—Novio... —Simón, afectado por la inesperada revelación, soltó la mano de Mei y se cubrió la cabeza como si así pudiera protegerse de la decepción que empeoraba su lamentable estado.

Frank y Richard sintieron pena por el chico. No había nada que pudieran hacer para consolarlo en esa situación, mucho menos delante de los demás, donde podría generarse todo un debate sobre el amor y las infidelidades que estaría fuera de lugar.

—Lo siento, Simón. No era... —se disculpaba Mei, afligida y avergonzada por las miradas que recaían sobre ella.

—No quiero hablar. Ya no eres un ángel —pronunció Simón con flaqueza y agachó la cabeza, gesto que ella también imitó.

—Elisa... —A Tatiana le bastó murmurar su nombre para recriminarle que se había excedido.

—No hace falta ser muy inteligente para entender lo que pasa. Y pensar que esa carita te hace parecer una santa. Puedo hacerte un hueco en las calles, tendrías mucho éxito —comentó Eva, resaltando su profesión a los que aún no la habían intuido por su descarada vestimenta.

—¡Joder, Mei! Te tenías bien callado este lado tuyo tan zorrón. ¿A cuántos tienes rendidos a tus pies? ¿Estás segura de que naciste virgen? —bromeó James con muy mal gusto dada la incomodidad que se respiraba en el ambiente.

—Eva, te recuerdo que estás entre agentes. Mantén la boca cerrada si no quieres que te procese cuando lleguemos al continente —le advirtió Andrea y Eva refunfuñó.

—Dejad a Mei en paz —dictó Tanque con seriedad.

—Venga, es solo una broma —replicó James, un tanto arrepentido al ver cómo se encogió Mei.

Evan 1. Renacer © [En proceso de edición]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora