02 - Storm Company

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Land Heart era una isla poderosa porque albergaba cedes de las corporaciones más influyentes a nivel mundial. Storm Company reinaba entre ellas. Contaba con una instalación biomédica de última generación a las afueras de la ciudad y con un rascacielos para sus empleados más prestigiosos y parte de sus altos cargos.

En la cima de su edificio Zeus se alojaba su presidente, un especialista en medicina biomolecular, un hombre ambicioso, Michael Foster. A pesar de lucir las canas de su más de medio siglo de vida, poseía una vitalidad envidiada por cualquiera. Como era costumbre en él, siempre lucía un traje moderno blanco.

El doctor Foster revisaba en su despacho varios informes sobre los avances de su emblemático producto: la Cura. Recibió a su subordinado, a quien esperaba para que le transmitiera un resumen del día y de los progresos de sus campañas.

―Presidente ―saludó el trajeado oficinista y tomó asiento ante la invitación de su superior. Desde los ventanales del despacho se podía apreciar casi toda la isla, aunque anochecía y las luces de la ciudad resplandecían como estrellas terrestres. Cada detalle minimalista dentro de aquella sala se valoraba en miles de créditos, la moneda internacional. El propio subordinado sentía que estaba sentado en un trono de diamantes con un aspecto futurista―. ¿Cómo está?

―No me puedo quejar. Lo único que desearía es tener la juventud con la que cuentas, pero lo conseguiré tarde o temprano cuando desarrollemos una fórmula de rejuvenecimiento celular. Ahora priman otras cosas más importantes que tratar un trozo de piel colgante ―dijo el doctor Foster con humor―. Y tú, Thomas, ¿has tenido un buen día?

―Sí, señor. Tampoco me puedo quejar. Es un privilegio trabajar en Storm Company ―respondió Thomas, manteniendo las formalidades.

―Bien. Me gusta que mi personal esté satisfecho. Cuéntame, ¿cómo va el traslado del paciente Evan?

―Se firmó esta tarde sin problemas. Seguro que esta noche recibimos la confirmación de su llegada a las instalaciones continentales.

―Mantenme informado. Espero que fuera un acierto realizar el traslado con un equipo reducido para no llamar la atención de los curiosos. Recuerdo cuando un grupo de terroristas asaltó nuestro convoy con destino a California porque creían que trasladábamos la fortuna de la empresa en lingotes de oro para enterrarlos en un búnker secreto. ¡Idiotas! Arruinaron los primeros viales de la Cura que habíamos destinado a esa población. Por cierto, ¿se sabe algo del ataque terrorista al edificio Cronos? ¿Qué Unidad de las CES enviaron?

―Todos eliminados. Un rehén herido. Tengo entendido que acudió la Unidad Siete ―contestó Thomas.

―Qué pena. Esperaba que enviaran la Unidad Uno para ver cómo se desenvolvían nuestros conejillos de india. Y en cuanto a los terroristas...

―No se preocupe, no hay forma de que puedan vincularlos con nosotros. ¿Quiere que contratemos a otro grupo para ver si esta vez responden con la Unidad Uno? ―planteó Thomas.

―No, no importa. Tarde o temprano los enviarán al campo de batalla. Querré todos los informes sobre el desarrollo físico y neurológico de todos los miembros de la Unidad Uno. Necesito realizar una comparativa de su evolución tras el tratamiento en circunstancias normales. En fin, ¿hay algo más que debas reportarme? —Michael Foster entrelazó los dedos sobre el escritorio.

―Bueno, a decir verdad... ―Thomas denotó cierto nerviosismo al suavizar la voz y tragar saliva―. Hemos perdido las comunicaciones con el viejo hospital Las Palomas. Estamos enviando un equipo...

―Eso ya no me gusta como suena ―decía Foster con un tono tan sereno que resultaba inquietante―. Si algo se ha salido de control en Las Palomas, que no quede ni rastro de ello. Que sea un equipo de confianza.

―Sí, señor. También estamos recibiendo datos de anomalías en sujetos que han estado expuestos a nuestras campañas.

―Envíame esos datos. No debería haber ninguna anomalía, aunque la ciencia tampoco es exacta. Recuerda que hay que corregir aquello que se sale de las líneas estándares. Cualquiera que vaya a suponer un problema debe desaparecer antes de que la bola de nieve crezca.

―Señor, hay niños...

―Cualquiera, Thomas, cualquiera ―remarcó Michael con dureza.

―S-sí, Presidente.

―Bien, puedes retirarte ―concluyó Foster y el subordinado se despidió cortésmente. El doctor se giró en la silla hasta mirar por la ventana como si fuera un dios.

«Quiero corderos quetrabajen sin cesar, que sean esclavos bajo la ilusión de que gozan de una saludfísica excelente. Si ocurre lo contrario, estaremos perdidos.», pensó Michael.

Evan 1. Renacer © [En proceso de edición]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora