14 - Perversidad

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Jason, después de su reunión con Michael Foster, se retiró con Quimera y se dirigió a su mansión vacacional en Land Heart. Hans era un hombre que tenía dos vicios en la vida. Uno, el que todos sus compañeros conocían, estaba vinculado a su trabajo. Las drogas de control obsesionaban al científico, por lo que pasaba horas frente al ordenador y en el laboratorio desarrollando versiones mejoradas de sus proyectos. Esa obsesión provenía de un sentimiento de impotencia que arrastraba desde la adolescencia. Siempre le había frustrado que nadie lo escuchara, que lo ignoraran y que no siguieran sus órdenes. Jason se juró llegar a lo más alto y borrar ese pasado.

El otro vicio surgió a la par que el anterior. En la intimidad, Hans se convirtió en un maltratador. Sus novias lo abandonaban al poco tiempo de empezar la relación porque él deseaba hostigarlas. La sensación de poder era lo que realmente le excitaba, y aquel perverso impulso no hacía más que crecer en su interior. Cuando alcanzó su puesto como director de una de las instalaciones de Storm Company, se divirtió todo lo que quiso con las reclusas presentadas para sus proyectos. Ni siquiera le intimidaba tener a una brutal asesina delante. Él haría realidad sus perversiones con todas las mujeres que pudiera mientras fuera posible.

Sin embargo, el propio Jason perdía el control en ocasiones. Sus depravados juegos le provocaron la muerte a más de una convicta, pero él se lavaba las manos gracias al contrato que ellas firmaban con la compañía, donde asumían los riesgos de exponerse a tratamientos experimentales. Hans seguía haciendo de la suyas, era una necesidad que no podía reprimir, pero había encontrado un nuevo juguete que podía satisfacerle mejor que cualquiera de las reclusas.

Entrando en la casa, Anna arrugó los labios y comenzó a gruñir con rabia. Aquello significaba que los efectos de la droga C666 se estaban disipando.

―¡Mierda! Casi olvido tu dosis ―comentó Jason mientras preparaba la pistola de inyección―. Quieta, Quimera. Serás una perra obediente. ―Sosteniendo una maliciosa sonrisa, la inyectó en el cuello y, al instante, ella se sedó―. Así me gusta. Ese imbécil de Michael retrasará mis planes. Siempre tan meticuloso. Dejemos que siga pensando que es el rey. Mientras, crearemos nuestros monstruos. Cuando menos se lo espere, lo destituiré y me haré con el control de Storm Company. Venderé súper soldados a terroristas y a gobiernos. ¡Haré historia!

Anna, en silencio, lo siguió hasta una habitación sado, cuya fantasiosa decoración resultaba más tenebrosa que erótica, y se detuvo cuando él lo hizo.

―Pero ahora toca distraerse un poco, ¿no crees, Quimera? ―Jason la abofeteó con violencia―. Quítate la ropa ―le ordenó y ella obedeció. En cuanto Quimera reveló su espléndido cuerpo, Hans le esposó las muñecas a unas cintas colgantes―. ¡Ya te tengo! Una de las cosas que me gusta de ti es que no te quejas, pero sientes dolor. Un balazo no es nada. Apuñalarte es entretenido, pero lo toleras muy bien. Sí, hemos probado unas cuantas cosas excitantes, pero creo que he encontrado algo que te hará chillar de verdad.

Jason abrió una maleta metálica que había sobre una mesa auxiliar. Dentro guardaba otra pistola de inyección y un arsenal de frascos con sustancias coloridas. Cargó una dosis amarillenta.

―¡Oh, Quimera! Recuerdo cuando eras Anna. Siempre quise follarte, pero me rechazaste una y otra vez. Mira las vueltas que da la vida. Ahora que estás en tu mejor versión, te poseo a mi antojo ―le susurró Hans al oído y la inyectó―. Sentirás un dolor propagándose por tu interior, un dolor agudo, desgarrador. Sentirás que el cuerpo se te quiere romper. Usé esta obra maestra con una humana y no pudo soportarlo. Murió a los pocos segundos. Pero tú no puedes morir con esto, aunque desearás poder hacerlo.

Al poco tiempo, Quimera empezó a quejarse mediante leves gruñidos. El cuerpo le temblaba y se estremecía hasta el punto de tensar las cintas como si quisiera desprenderlas del techo. Entonces, Jason tomó una fusta y la azotó con dureza. Aunque le desgarraba la piel de la espalda cuando la cruel emoción lo incitaba a ensañarse con ella, sabía que a su juguete no le quedaría ni una diminuta marca cuando se regenerara.

El dolor castigó a Quimera con tal severidad que le arrancó un intenso alarido. Pronto liberaría muchos más a causa de la sensación de que todos los huesos se le quebraban a golpe de martillo y de que incontables agujas perforaban todos sus órganos, incluyendo los ojos. Agonizaba de una forma tan espantosa que las palabras no le hubieran bastado para describirlo. Había alcanzado el punto que Jason ansiaba, por lo que este soltó la fusta, se ubicó detrás de ella y tiró de sus cabellos bruscamente.

―¡Sí, Quimera! Así te quiero para follarte. Si queda algo de la antigua Anna en ti, espero que recuerdes esto todos los días ―le susurró y la penetró como una bestia despiadada.

Evan 1. Renacer © [En proceso de edición]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora