Capítulo Cincuenta y Uno

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Capítulo cincuenta y uno.


Japón es cómo estar en otro mundo.

Hay mucha tecnología, es otra cultura y me gusta la comida.

Mi lugar de trabajo es increíble y he hecho una amiga con la que he salido a comer.

Sin embargo, Japón no borra el dolor.

No llena su ausencia ni la lucha con la sensación de culpa de sentir que abandoné los restos de mi hijo, pero mi terapeuta dice que es parte de mi proceso de duelo, que daremos un paso a la vez y yo le creo.

Le creo porque no hay manera en la que viva por tanto tiempo con tanto dolor.

Le creo porque tiene que haber más, porque dentro del dolor también se puede encontrar la felicidad.

Le creo porque cada mañana que me levanto intento sonreírle a mi reflejo y me digo: te dolerá siempre, pero un día estarás mucho mejor y también sentirás felicidad.

Así que llevo tres meses en Japón, viviendo y conociendo, sanando de a poco, reconectando con Leslie la mujer, trazando nuevas metas y diciéndome que aun sigo viva, que viviré por mí y por mi hijo.

Que mientras respiré tendré la esperanza de algún día volver a experimentar la sensación de felicidad.


25 de diciembre, 2016.

Veo a las tres bebés acostadas en mi cama y ladeo el rostro.

Están vestidas diferentes, pero del mismo color y todas traen gorros que Emma les tejió lo que me hace difícil identificarlas con rapidez sin hacer trampa al buscar el lunar que una de ellas tiene o ver las pulseras que el tío Doug les regaló para diferenciarlas.

En serio Doug se ha tomado la tarea de encontrar cualquier detalle con el que pueda diferenciarlas, empezando por las pulseras de oro con detalles que evocan a sus nombres, hasta lazos para el cabello o mi favorito: calcetines con sus nombres bordados. Está decidido en ser un experto en diferenciarlas, pero hasta el momento ese premio se lo llevan Andrew y Max.

A veces he llorado frustrada por no identificar a mis hijas, especialmente cuando estoy agotada por una mala noche, pensé que todo sería idílico como un cuento en donde el instinto maternal me haría identificarlas con un rápido vistazo, pero me he equivocado más que un par de veces cuando sus cabezas están cubiertas o están lado a lado. Andrew también tiene deslices, pero no son tan frecuentes, generalmente solo las ve durante uno o dos minutos antes de asentir y decir el nombre correcto.

—Eres Love —digo hacia la bebé que succiona de manera furiosa el chupete, la menor de mis hijas—. Reconozco ese carácter.

Sin embargo, la que lloriquea es la bebé del medio que mueve con molestia sus manos echa puños y cuyo adorable rostro se encuentra sonrojado por la molestia.

Suspirando, la levanto intuyendo que quiere que le dé de comer y eso significa que tiene que ser Heaven, la dormilona que no se levantó a tiempo para succionarme hasta la existencia a través de mis pezones cómo lo hicieron sus hermanas. Viendo a las otras dos bebés que milagrosamente se encuentran tranquilas con la atención puesta en mí, me bajo el tirante del vestido y desabrocho el sujetador de lactancia, sacándome el pecho que de inmediato mi hija devora, ella también ubica una mano sobre el de una manera posesiva, tan parecida a su papá.

He intentado la lactancia exclusiva, de verdad quería hacerlo como con Arthur, pero ha sido difícil ser el único sustento de tres niñas incluso cuando me extraigo leche y produzco bastante bien, pero el agotamiento estaba siendo demasiado, estaba bajando en exceso de peso y la manera en la que se me cae el cabello, que sé es un proceso normal, me tenía a instantes de volverme loca sin contar que no las estaba llenando tanto cómo debería por lo que sus siestas estaban siendo muy cortas.

La inspiración de Andrew  (BG.5 libro #5)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora