Prólogo

258K 31.8K 17.4K
                                    


Prólogo.

31 de diciembre, 2015.

Las personas suelen el último día del año evaluar sus aciertos y errores. Admitir en qué se equivocaron, cómo pueden mejorar y dónde estuvieron los triunfos. Hago eso, sin duda lo hago mucho.

También lloro.

Lloro mucho recordando esa época en la que tuve un bebé, mi bebé. Esa época en la que incluso si estábamos en una fría habitación de hospital, mi hijo y yo hacíamos de ello una noche especial. Lloro admitiéndome que era una buena mamá ¡Demonios! Fui una madre increíble y no me hace arrogante admitirlo, porque di todo lo que pude, hice feliz en cada segundo a mi hijo, lo hice hasta su último aliento y no me arrepiento de ello.

A los quince años cuando descubrí que iba a ser mamá, fui un desastre. No podía visualizarme haciéndome responsable de otra vida, yo solo pensé que me divertía con mi novio y que era muy genial por tener y disfrutar del sexo. Fui un absoluto desastre cuando supe de mi embarazo y peor aún, cuando él nació y no sabía qué rayos hacer para que no llorara, cómo lidiar con pañales sucios que parecían bombas nucleares ni cómo no derretirme cuando sus pequeños dedos capturaban el mío.

Pero poco a poco lo descubrí, fue ensayo y error. Aprendí cómo ser mamá, cómo ser cada vez mejor. Me equivoqué muchas veces y eso está bien, porque entonces aprendí a mejorar. Poco a poco en mi corazón fui viendo que hacía un gran trabajo, que amaba y disfrutaba cada segundo de ello.

Fue genial descubrir que amaba ser madre.

Y fue terrible cuando me di cuenta que ese don que descubrí se tambaleaba cuando un horrible monstruo se instaló en mi hijo. Muchos lo llaman cáncer, para mí fue un terrible monstruo.

Poco a poco vi cómo atacaba a mi bebé, pero él nunca borraba su sonrisa, nunca dejaba de decir que era la mejor mamá. El monstruo solo me hizo ser una mamá más fuerte, una que sonreía en medio de lágrimas y que con uñas y dientes cuidaba a su pequeño tesoro.

Pero no era tan súper mamá y lamentablemente en algún punto el monstruo me doblegó con mucho dolor. Quería aferrarme, quería ser la mamá que cubría a su bebé y lo mantenía a salvo, pero en su lugar, hice lo correcto.

Decidí ser la mamá que dejaba a su hijo partir a un lugar mejor, uno donde no sentiría dolor, donde pasaría la mano por su oscuro cabello, suaves pecas cubrirían sus pómulos y correría sin ningún dolor en sus huesos u órganos. Decidí ser la mamá que contenía el dolor y con voz dulce mientras lo abrazaba, dejaba descansar a su bebé.

Pero cuando él extendió sus alas y voló hacia un lugar sin dolor, algo dentro de mí se quebró. Ya no era una mamá, ese fue mi pensamiento en un principio.

No es fácil perder a un hijo, no es una herida que un día se cierra por completo. Es una cicatriz de costra que escuece con fuerza, algunos días más que otros, pero siempre duele, porque tú no olvidas. No dejas de imaginar cómo estaría tu hijo en este momento, no dejas de cuestionarte cómo hubiese crecido y a veces, incluso si hiciste un buen trabajo, no dejas de preguntarte si pudiste hacerlo mejor.

Arthur fue el mejor regalo con el que la vida me premió. Me enseñó a crecer, creer y madurar. Él me enseñó la felicidad, la alegría, la fe, la esperanza y aunque me enseñó de dolor, eso también lo agradezco. Él me hizo encontrar las mejores partes de mí. No fui una adolescente fácil, estaba enojada por la ausencia de mi mamá, antes de que muriera, el cielo sabe que le di muchos dolores de cabeza a mi pobre padre, pero cuando tuve a mi hijo, comprendí y poco a poco apacigüe toda esa protesta infantil que lastimaba.

La inspiración de Andrew  (BG.5 libro #5)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora