Extra 2: »Felices por siempre...«

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Rude:

—Odio cuando esto ocurre. –gruño.

Eider cierra la cremallera de su bolso de mano y se acerca a mí.

—Yo también, pero te servirá luego. –me hace un guiño.

—¿Hablas de... Ya sabes...?

Ni siquiera puedo decirlo en voz alta ya, por temor a que Gen me oiga. Está bien, no sabe del tema, pero es algo que Eider y yo acordamos no mencionar frente a nuestros niños bajo ninguna circunstancia.

Ella me encierra con sus brazos y me planta un beso casto en los labios.

—Ajá.

Entonces una sonrisa maliciosa se estira en mi boca. La acorralo y vuelvo a besarla. Voy a extrañarla durante toda la maldita semana y necesito sacar provecho de cualquier corto momento que tengamos a solas.

Mi mujer tiene una importante conferencia de abogacía en Kansas, a la que no puede dejar de faltar. Su carrera se ha ido por las nubes estos últimos meses, y está en todo su derecho de disfrutarlo.

Mientras tanto, yo me he pedido unos días libres en la jefatura para poder hacerme cargo de los niños a tiempo completo. Bueno, en todo caso de Kale, ya que Gen podrá respirar lejos de mí mientras esté en la sala de infantes.

Ha cumplido cuatro años hace poco, y le apetece ir a kínder hasta los fines de semana.

—Te dejaré la lista del supermercado en la puerta de la nevera. Gen tiene clase de arte el miércoles y Kale...

—Eider. –la corto. —No es la primera vez que veo a mis hijos. Conozco el manejo.

—Ya sé. Pero es mi deber como madre, y sobretodo como esposa recordártelo.

—Vuelve a repetir la palabra »esposa«. –le pido.

Me encanta cuando me recuerda que está casada conmigo.

—Esposa. Esposa. Esposa. –me sigue el juego con una sonrisa, y sé que a ella también le encanta disfrutar de esa etiqueta.

Le doy otro beso y luego volvemos a nuestra normalidad. Me pongo mi uniforme y beso a los niños antes de dejarlos en la sala de juegos viendo una película. Eider entra cuando estoy por salir, mientras sostiene una taza de té entre sus manos.

—Te veré por la mañana. –le digo, y ella levanta la cabeza para mirarme fijamente.

—Mi vuelo sale a las ocho. –me avisa.

—Pues estaré aquí a las cinco.

Beso su frente y luego sus labios rápidamente. Coloco mi revolver en el estuche del cinturón y tomo las llaves del Mustang, para luego largarme a la jefatura.

••••

Regreso de mi última guardia luego de cerrar mi libro de firmas y estaciono el coche en el garaje. Está a punto de amanecer y estoy muerto de sueño, a pesar de que debo soportar el día entero que me queda por delante. Es el primer día.

Tempest Donde viven las historias. Descúbrelo ahora