XXXVIII

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Abrí los ojos.

La luna estaba llena y redonda sobre mí. Levanté la cabeza, me encontraba en el claro en el medio del bosque. Conocía el lugar. Lo conocía porque era mío. Era mi hogar.

Me incorporé. La hierba bajo mis dedos se sentía caliente y vibrante. Me sentía verde.

Tomé una bocanada profunda de aire. Podía oler los árboles, podía oír las hojas meciéndose desde sus ramas. Enterré mis dedos en la tierra.

Un conejo se movió a medio kilómetro de distancia, corrió a través de un matorral. No sabía cómo podía oírlo, pero lo hacía. Me puse de pie.

Algo venía.

Podía sentirlo en las vibraciones del aire, en la forma en la que el bosque parecía reverenciarse a mí alrededor. Fuera lo que fuera, era el rey del bosque. Un aullido, diferente a los que había oído antes, llegó desde los árboles. La canción que cantaba hizo que temblara hasta los huesos.

Era sobre amor, y esperanza, y angustia, y cada una de las terribles y hermosas cosas que me habían sucedido. A mi. Lancé mi cabeza hacia atrás y canté en respuesta. Puse todo de mí en la canción, porque no sabía si estaba soñando. Sentía dolor, pero era un dolor en mi corazón.

Nuestras canciones se entrelazaron, armonizándose y convirtiéndose en una sola. Jamás había aullado de esa forma y esperaba poder hacerlo otra vez.

Sentí el tirón en la parte posterior de mi cabeza. Se enredó y jaló. Sentí como se agudizaban mis ojos, la comezón en las encías y el temblor en mis manos. El tirón se sintió más fuerte y quería correr. Cazar. Alimentarme. Sentir mis patas sobre la tierra, saboreé el viento sobre mi lengua.

Levanté mis manos frente a mi rostro. Mientras las observaba, ese tirón en la parte posterior de mi cabeza se volvió agudo, y unas garras descendieron por las puntas de mis dedos, torcidas y negras como anzuelos que brillaban bajo la luz de la luna.

El rey estaba cerca. Ahora podía oírlo, los pasos que daba, el aire que salía de su nariz. Pronto aparecería.

Dejé caer mis manos a los lados. Los sonidos alrededor de mí se apagaron y todo quedó en silencio.

-Hola -saludé. Y el bosque contuvo la respiración.

Un gran lobo caminó por el claro. Era blanco con salpicaduras de negro a lo largo de su pecho y lomo. Estaba tranquilo, manteniéndose de manera regia, con cada paso que daba deliberadamente. Era más grande de lo que había sido en vida. Me ardían los ojos, se me cerraba la garganta y el dolor en mi corazón se hacía más grande.

No era que estuviera soñando. No era que estuviera despierta. Era que estaba muerta, o casi.

Mike Jauregui se detuvo frente a mí, al mismo nivel de mis ojos.

-Lo siento -dije de forma entrecortada.

El lobo resopló y se movió hacia adelante, su cuello sobre mi hombro, enroscando su cabeza contra mi espalda, acercándome. Caí contra él, empujando mi rostro sobre su pecho. Olía a bosque, a pino y roble, a la brisa del verano y el viento del invierno. No había olido eso en él antes, no como ahora, no tan fuerte.

Me dejó mantenerme contra su cuerpo, esperando a que dejara de temblar. Era cálido, estaba a salvo. Finalmente me tranquilicé, me aparté y un lado de su cabeza rozó mi oreja, se sentó frente a mí, con su cola golpeando el suelo.

Esperó.

Miré mis manos, ¿qué podía decirle? ¿Qué podía decir para hacerle saber lo mucho que lo lamentaba? ¿Qué debería haber hecho para mantener a su manada unida? ¿Que pensé que había hecho mi mejor esfuerzo? ¿Que solo quería mantenerlos a salvo, que solo hice lo que creía que era correcto? ¿Lo furiosa que estaba de que un monstruo pudiera venir y arrebatármelo todo, pudiendo robarme lo que más amaba? ¿Cómo su hija era la única persona con la que podía imaginarme compartiendo mi vida y cómo cuando más la necesité, estuvo allí para mí?

Running With The Wolves (Lauren Jauregui y tú)Where stories live. Discover now