Capítulo Siete

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Harry no volvió a dirigirme la palabra en los próximos tres días.

Ese día al volver a la granja se limitó a encerrarse en su habitación y al amanecer no lo volví a ver.

Ofelia no ha salido de su habitación, ha estado demasiado ocupada llorando, lamentándose y viendo mil veces el mismo álbum de fotos el cual no sé exactamente qué contiene pero en este punto no me extrañaría que se tratara de fotos de Xavier.

Yo he estado encargandome de la comida, poniendo aprueba mis pocos conocimientos en la cocina, tratando de no quemar la sopa de verduras, de no salar la pasta con jitomate y no hacer un café demasiado cargado.

Al atardecer toco la puerta de la habitación de Ofelia y ella la abre, siempre recibiendome con una mirada cansada, ojos llorosos y una maternal sonrisa. Adula rápidamente la comida que le llevo en platos de barro, me agradece y posteriormente vuelve a su encierro.

He llegado a la conclusión de que no es mala, al contrario, es una muy buena mujer, solamente que no se molesta en disimular sus intereses y las cosas que más le importan. También atribuyo a su pena y a su cansancio el que todo este tiempo no me haya preguntado por la herida que yace en mi labio inferior desde aquel día que acompañé a Harry al pueblo.

Harry por otro lado, no volvió a preguntarme nada sobre Xavier. Y hasta cierto punto lo agradezco pues hay cosas que no son gratas de contar y recordar. Pude ver en su semblante el cambio, la sorpresa e incluso la indignación. Pude ver y sentir como Harry lo entendió al instante y no hubo necesidad de preguntas y detalles.

Con lo que dije fue más que suficiente para atar cabos y entenderlo todo.

Sin embargo, sigue sin dirigirme la palabra.

Después de llevarle el almuerzo a Ofelia puedo notar que el sol aún no se esconde y decido salir a tomar aire. Al fin y al cabo para eso estoy aquí, para tomar un respiro y olvidarme de las cuatro paredes.

Puedo apreciar como el viento mueve el maizal en una suave danza, ocasionando que algunas hojas se desprendan y vuelen. Los árboles también se mueven y el viento fresco me ocasiona un ligero escalofrío. Todo tan tranquilo, tan ameno y tan en paz.

Me sorprende lo silencioso y quieto que es el mundo en realidad, los que somos una odisea ruidosa y problemática somos los seres humanos. Nuestra mente es una catarsis constante que puede detonar en cualquier instante.

Los ruidos de las gallinas ya no están presentes seguramente ya están guardadas en el gallinero listas para dormir.

Los grillos comienzan a salir, a escucharse a lo lejos y el sol provoca que el cielo se pinte de dorado.

Fácilmente podría quedarme aquí el resto de mi vida si eso implicara estar completamente en silencio y en calma.

A lo lejos, exactamente cerca de la caballeriza puedo percibir un leve sonido musical, proveniente de una vieja radio con interferencia. Frunzo el ceño y decido acercarme. La música aumenta levemente, una suave melodia Country, seguramente al ser un campo y una localidad de granjas las estaciones de radio no transmiten algún otro género musical. Efectivamente, la radio tiene interferencia y al entrar a la caballeriza finalmente puedo conocerla.

Se trata de un viejo aparato el cual fue de color rojo en el pasado pues ahora luce despintada, un poco golpeada y sucia por el uso, tiene una pequeña rueda para cambiar la estación y una enorme antena saliendo de un lado. Parece que sigue funcionando gracias a todas sus fuerzas de voluntad. El sonido de la música es apenas perceptible y entendible. Suena como si tuviera un puño de tierra en la bocina, sin embargo, la canción Country aún no ha terminado.

La Nube Gris (l.s)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora