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Como de costumbre, el bar más concurrido y al mismo tiempo más odiado del pueblo estaba lleno de borrachos. Algunos reían histéricamente, al borde de la locura, mientras que otros lloraban en los hombros de las camareras. El bar tenía la peculiaridad de hacer que aquellos que entraban, aunque solo fuera por un momento, olvidaran sus vidas fuera de él.

Entre los borrachos que lloraban en la barra, había uno que destacaba por la dolorosa expresión en sus ojos. Con la barba crecida y sed de vodka insaciable, el hombre observaba fijamente el vaso y luego la botella, en un ciclo interminable. Estaba fascinado por ellos, como un artista admirando su obra o un padre mirando a su hijo.

Las lágrimas empezaron a resbalar por su rostro, empapando primero sus mejillas y luego su barba. La camarera, ya no tan joven, lo miraba sacudiendo tristemente la cabeza. Parecía que aquel hombre nunca recuperaría el rumbo de su vida. Había dejado de ser el niño mimado de las familias adineradas del pueblo para convertirse en un borracho con el alma destrozada por un error del pasado.

La mujer de mediana edad, con rizos negros y piel oscura, negó de nuevo, esta vez con enfado.

—¡Hunter!—, gritó la mujer.

Hunter levantó la mirada molesto hacia ella.

—Delilah...—, murmuró él, molesto por la forma en que su amiga lo trataba.

—¿Por qué te haces esto? ¡Dime! ¿Es más fácil quedarte ahí sentado compadeciéndote de ti mismo?—, exigió ella. Luego, ante la atenta mirada del dueño del bar, ella sonrió fingidamente mientras servía unas cervezas a un par de borrachos que no dudaron en soltar algunos comentarios irrespetuosos. La mujer los ignoró con asco y regresó junto a Hunter.

Él sonrió sin ganas.

—Delilah, ¿alguna vez te has enamorado de verdad, de verdad de la buena?—, preguntó ignorando que los borrachos seguían tratando de humillar a su amiga y que la situación iba en aumento.

—Negrata, ven a chupármela—, gritó uno de ellos mientras levantaba las manos para llamar la atención de la mujer, al ver que habían sido ignorados.

Hunter trató de calmarse mientras clavaba la mirada en su amiga.

—No te culpes por no haberlo sabido en su momento. Eras joven, ella era joven... Hunter, deja que el pasado quede en el pasado—, dijo la mujer mirándolo con nostalgia, recordando su gran amor del pasado. Pero sabía que él no se arrepentía, a diferencia de ella. —¡No me hagáis llamar a la policía!—, añadió rápidamente, cuando uno de los borrachos intentó subirse a la barra para tocarla. Hunter soltó una risa cansada. Parecía que los problemas siempre lo encontraban a él.

—¿De qué... qué te ríes?—, preguntó el amigo del borracho, que aún estaba sentado junto a Hunter, molesto por su actitud.

Nadie se había atrevido a humillarlos, Delilah era solo una más en la lista.

Los sobrinos del dueño del bar habían abusado de todas las camareras y ella no sería la excepción. Pero Hunter sabía que debía controlarse, ya que su carácter explosivo podría terminar en problemas.

—Tranquilízate, Hunter. Estos hombres se irán. Estoy bien—, declaró Delilah mientras miraba al joven, consciente de que él sería capaz de hacerles daño si se dejaba llevar por su temperamento.

—De vosotros—, pronunció Hunter finalmente, dejando su copa sobre la mesa y saltando detrás de la barra, ignorando la advertencia de su amiga.

Los borrachos rieron al unísono.

—El hijo de los Lambros cree que puede golpearnos...—, dijo uno de ellos, mirando a su compañero con complicidad.

—Corrección. El hijo de los Lambros va a golpearlos—, respondió Hunter con sarcasmo antes de lanzarse sobre ellos.

La piel no olvidaWhere stories live. Discover now