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—Brad...—hizo una pausa sobresaltada—¿No sabes llamar?—añadió ignorando el hecho de que su amiga le hubiese cortado.

—¿Puedo preguntar a qué se dedica en Nueva York?—preguntó el castaño clavando su mirada profunda en los ojos cristalinos por unas lagrimas de impotencia que amenazaban con salir en los ojos de nuestra protagonista. Volver a Aqueo había destruido la mujer decidida y segura de si misma, ahora tan solo era espectadora de su alrededor.

—¿Por qué la pregunta?

—Porque yo también he tomado vías erróneas. Se lo que es la mala vida. A veces el dolor de cometer un error, nos empuja a cometer otros errores, muchísimo más graves, ya que algunos son irreparables. —explica el moreno.

La verdad es que no todo era negro. Ella tenía una deuda, había tomado las decisiones equivocadas pero tenía su vida en Nueva York, por suerte había tenido unos padres adoptivos que dentro de lo posible hicieron lo que pudieron por encaminarla por el camino adecuado sin prohibirle nada y supliendo esa necesidad que siempre tuvo de sentirse querida. Esa era la gran verdad de Ariel, en Nueva York, había aprendido muchas cosas y una de ellas fue tener que valerse por si misma. La vida no había sido fácil para ella pero eso no impidió que hiciera lo que hiciera siempre su corazón le mostrara el camino.

—No hay salvación para mi alma.

—Para la mía tampoco pero apareció usted. —susurra Hunter,—No quiero incordiarla, el médico ha llegado, esta junto a su prima y su hermana, por cierto aún me debes un paseo, sobre esa charla que mencionaste la otra vez tan importante—añade el moreno marchándose.

Ariel sonrió intentando camuflar las ganas de llorar que tenía en ese instante. Sin pretenderlo, sus palabras habían calado en lo más hondo de su ser. Cuando John y AlaskaStone la echaron del nido familiar, se sintió como una zorra por haberse enamorado, el error de haber entregado su corazón a Hunter había hecho que se fuese lejos e hiciese otras cosas que corrompieron su alma. No tenía una buena vida, era verdad. El lujo no significaba nada, no podía llevar a su hermanita a ese mundo. De hecho, estando aquí se estaba dando cuenta de que tal vez ese mundo no era tan suyo como le hacían creer.

Fuese como fuese ese hombre, Alejandro, había dado justo en el problema. Miró como el moreno abandonaba la habitación, mientras ella se daba el lujo de observar el retrato de su padre y llorar a sus pies.

—Os fallé, y me fallasteis, ahora estáis muertos. No creo poder perdonaros, vosotros me empujasteis a las manos de tipos como Jeron. Me convertisteis en esta arpía sin corazón que seduce de hombre en hombre, que no ama ni puede ser amada —susurró abatida —No solo Esmeralda o Jerónimo me han hecho ser quien soy sino vosotros, vosotros habéis sido los únicos culpables de la mujer que soy hoy.

No pudo evitar pensar en el tal vez, que hubiese sucedido ese día de agosto lluvioso si John y Alaska hubiesen tomado una forma de proceder mucho más tolerante, comprensible, o al menos más dialogante. Ella hubiese permanecido bajo sus cuidados, no tendría que haberse enfrentado a ese tipo de situaciones que le habían hecho la mujer que era ahora.

Lo que tenía claro es que no quería a Amber en su mundo de Nueva York ni por asomo.

➔ ➔ ➔

—Melanie, ¿Qué hace aquí?—preguntó Robert, sin poder salir de su asombro, el joven doctor no podía creer que estuviese viendo a la joven monja de nuevo, pensaba que esa mujer solo salía cuando le hacían una llamada de socorro.

Pero ahí estaba, MelanieMelbourne estaba cogida del brazo de su joven prima. Aunque pronto se daría cuenta del pequeño engaño que Amber le había preparado.

—Pensaba que Amber estaba en problemas, luego llegué aquí...—explicó.

Entonces se dio cuenta de que había sido una excusa de Amber para traerla ahí. Esa cabecita suya no iba a parar hasta que ambas acabaran en problemas. Aún así sabía que su prima no lo hacía con maldad, es más, apostaba lo más preciado que tenía en este mundo que la motivación de Amber era justo lo contrario, verla felizmente enamorada de alguien.

Amber supuso que como ambos se habían graduado en medicina y habían sido grandes amigos en la adolescencia, eso jugaría a su favor y que por arte de magia, acabarían profundamente enamorados con tan solo verse. En el fondo, Melanie, deseaba con todas sus fuerzas recuperar esa pasión por vivir, sus últimos años de vida, en plena juventud se habían convertido en días monótonos.

Días en que cuidaba de las monjas más grandes, ya fuera haciéndoles revisión, charlando con ellas, o jugando. Días en los que observaba la ciudad des de la montaña, la ciudad, las pequeñas casas, el mar, preguntándose como sería vivir entre el resto, sentir, reír de alegría, gritar de miedo, incluso llorar... Se preguntó ¿Cómo era posible llorar por amor? Para MelanieMelbourne el amor era algo demasiado hermoso que de ninguna de las maneras podía confundirse con algo que pudiese causar a alguien dolor y sufrimiento.

—Y lo estoy, soy ciega.—pronunció Amber, la ojiverde acabó riendo a lo que los adultos la miraron negando divertidos ante la situación.

Para Amber y sus ocurrencias, ni la ceguera supondría problema. Así se lo había demostrado a los presentes.

—Eres un caso perdido —finalizó Melanie mirándola seria.

(***)

—Creo que las revisiones será mejor hacerlas en mi clínica en el pueblo. Aquí no tengo lo que necesito —aclaró el castaño finalmente mirando a la adolescente mientras recogía todos los utensilios para devolverlos a su maletín.

—No se preocupe señor Lambros, no es como si de repente sucediera un milagro y yo recuperara la vista—le respondió ella cambiando su expresión a una mucho más seria, al fin y al cabo había nacido así. El joven doctor iba a responder, pero antes de que pudiese decir palabra, Amber ya estaba hablando—¿Puede hacerme un favor?

—Claro, lo que tu digas—sonrió el joven doctor.


La piel no olvidaWhere stories live. Discover now