20

10 2 1
                                    

—Te he estado buscando todo el día...—susurró Hunter de mala manera—No puedo creerme que la monja sea la mujer de la cuál no puedo evitar parar de pensar.

No mentía. Se había pasado todo el tiempo en una burbuja, los hombres lo llamaban para que resolviera las distintas problemáticas de la hacienda Stone pero a él poco le importaba todo eso. Parecía en otra orbita, en otro mundo, un mundo dirigido exclusivamente por esa mujer con la que no sabía nada excepto el sabor angelical de sus labios.

Bueno, ahora si que sabía algo.

La había reconocido.

¿Y cómo no? Si no había podido quitarse la olor ni el magnetismo de ese nuevo fetiche que se había apoderado de él des del beso de la fiesta.

—Eres un maleducado, un desconsiderado, no tengo nada que hablar con el perro sucio que dañó a mi prima—le atacó ella deshaciendose de su agarre.

Él la miró ofendido pero eso no provocó ni un minímo de efecto en ella.

—¿Qué me has dicho?—preguntó él ofendido.

—Lo que has oído.

—No te creas que esto es voluntario, sigo amando a tu prima. Vamos a volver a estar juntos y seremos felices a pesar de que os pese a todos vosotros—alegó él sin poder evitar mostrar la rabia en sus palabras.

—¡Ja!—negó ella con burla con amargura—Lo que eres es un egoísta y un gañán, deja a Ariel tranquila de una buena vez, Hunter—añadió ella sin poder creerse la actitud del castaño.

—No voy a dejar Ariel por segunda vez—se defendió él con urgencia, la obligó a mirarlo a los ojos y ella no se negó. Por primera vez, Melanie clavó sus ojos en los de él sin sentir ningún reparo.

—Eres un desgraciado...—soltó entre dientes—¡Un desgraciado, un desgraciado, un desgraciado!—repitió golpeandolo con fuerza sin abrir los ojos, él aprovechó la poca distancia para clavar sus labios en los de ella.

Melanie observó con horror la escena sin poder evitarla, poco después de sentir mil mariposas volando en su estomago, se apartó de él con brusquedad.

—¡Qué demonios te crees que haces!—gritó con rabia ella.

—Besarte.

—Eres un imbécil, un imbécil Lambros, quiero que sepas que eres u-

—Un imbécil, señorita Melbourne.

—Sí, un imbécil—concluyó ella de nuevo señalandolo con el dedo acusador.

—Que besa bien—añadió él con cinismo.

—Que besa bien—repitió ella sin poder evitarlo—¿Qué besa bien?—añadió ella con horror sin poder creerse lo que había soltado.

—Sí. De maravilla—reiteró él sin poder evitar soltar una sonrisa ladina.

—Eres un desgraciado...

—¿No era imbécil?—preguntó él con burla sabiendo que eso la pondría del peor de los humores.

—Lo peor—concluyó ella—¿Dónde está Robert?—añadió.

—¿Me buscabas?—preguntó Robert apareciendo en medio del salón.

—¿No te acuerdas de nuestra cita en el viejo restaurante que me recomendaste?—preguntó ella con una sonrisa fría intentando que el rubio leyera en ellos que necesitaba su ayuda,

—¿Cita?—preguntaron al unisono los dos hermanos.

—Sí, cita—repitió Robert después de toser cohibido—Estás hermosa—añadió tomándola de la mano.

—Que vaya bien, supongo—añadió Hunter con seriedad.

—Gracias—susurró ella acercándose a Robert.

—Para eso están los caballeros—respondió él sacudiendo las pestañas—Para socorrer a las damiselas en apuros—añadió.

Ella agrandó su sonrisa.

Le encantaba ver que Robert no se había dejado contaminar por el resto de hombres y se mantenía fiel a sus ideas y principios. Era un hombre íntegro nada que ver con su hermano Hunter y parecía tener un corazón que latía con fuerza lo cuál lo separaba también de él mayor de los Lambros Logan.

➔ ➔ ➔

Anabelle había pasado los últimos años torturándose. No podía creer que de repente volviera a la casa de los horrores donde perdió todo rastro de cordura, donde perdió todo lo que creyó suyo.

La casa donde una vez creyó hacer un hogar.

La casa del único hombre que pudo amar.

Logan Lambros...

Su corazón se encogió, el simple hecho de pisar la entrada hizo que todo su cuerpo se removiera.

Miró a Megan detrás de ella.

Esta le sonrío alentandola a continuar.

—No tengas miedo.

—No es miedo.

—¿Y qué es?

—No puedo hacerlo—soltó ella con desesperación, las lagrimas pronto se fueron apilando en sus ojos a medida que pasaban los segundos.

—Sí que puedes—volvió a animarla la señora rodeándola con un brazo.

Anabelle negó con fuerza.

—¡NO!¡NO!—gritó ella tapándose las orejas, luego los ojos, parecía que las imágenes y los gritos de su mente fueran a acabar con ella, Megan la miró con horror.

La abrazó con fuerza.

—Tranquila, tranquila—intentó apaciguarla, de su bolsillo sacó una jeringa tranquilizante.

—No lo entiendes, yo la maté...—susurró ella dolida, Megan no dudó en clavársela con rapidez—Yo la maté—añade poco a poco perdiendo fuerza.

—Maldita loca...—negó cargando con el cuerpo de Anabelle.

Hizo una seña a uno de los criados para que la llevaran a una recamara de invitados.

El hombre asintió y la cargó sin hacer ruido.

—¿Y ahora qué hago?—pregunta de mala manera disgustada ante el error que había cometido.

Anabelle no era una mujer sana.

Estaba jugando con la vida de una mujer inocente.

Debía primero prepararla antes de dejarla en un mundo tan hostil como era el exterior, además que su hijo no era imbécil. No le perdonaría su ausencia, debía justificarla, debía tratarla antes de enviarla como una bomba de relojería al exterior. Debía asegurarse que todo saliera como lo planeado y enviarlos lejos de Aqueo, esa sería la única manera de mantenerlo lejos de esa mujerzuela que estaba amenazando con terminar con todo lo que más le importaba.

Había trabajado muchísimo para hacer de su vida un constante alivio para ella y para los suyos, no había sido la mejor madre pero sus hijos habían salido relativamente bien. Debía velar para que las cosas continuaran asi y mientras existiera Ariel eso siempre estaría en duda. Esa mujer no dudaría con acabar con todo lo más valioso que ella tanto tenía. No podía creer que la relación de sus hijos dependiera de un ser tan vil como era Ariel. No podía creerlo pero esa es la realidad. Precisamente porque esa era la realidad debería actuar antes de que las cosas se complicaran más.

Esa Ariel ya había jodido a su pequeño una vez.

Si bien con Logan habían sido las cosas distintas eso no implicaba que no lo amara a su manera. No señor, ella había hecho todo lo que estuvo en sus manos porque se sintiera comodo desde su llegada.

Anabelle iba a ser clave en su plan maestro. Ella con su inocencia y sus buenas maneras podría cambiar todo, podría despertar de nuevo esos sentimientos que dejó encerrados. Si jugaba bien sus cartas podría aun ganar la partida antes de que las cosas se fueran de manos.

Si señor pensó con astucia.

Solo debía hacer que Anabelle volviera a estar cuerda o al menos pudiera aparentar estarlo.

La piel no olvidaWhere stories live. Discover now