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Amber Stone descansaba aún en la cama de su hermana, se sorprendió al saber que esta la había abonado.

Pronto por la fuerza de la luz solar se dio cuenta de que ya era mediodía, decidida a hacer que su hermana obligase a Jack y a los pequeños Bentley a vivir en sus tierras, se puso sus zapatillas y a poco a poco intentó salir de la habitación. En su trayecto se encontró con el ama de llaves que sonrió negando al verla de pie, siempre tan aventurera, pensó Margaret alegre de que las dueñas del lugar estuviesen donde debían.

—No sabes cuanto te echamos de menos—suspiró la señora divertida.

—Y yo, no sabes cuanto he echado de menos esta casa. Des de que mi tía Patricia me metió en ese lugar he soñado con volver aquí, ver mis caballos, mis gallinas, mis conejos...—respondió Amber reconociendo la voz, ¿y cómo no hacerlo? Si la señora Margaret y Gerardo habían sido su único apoyo en esa casa después de la muerte de sus padres.

—Amber, querida... Hoy toca revisión con el médico. Así que no puedes salir de aquí. Además tu hermana ya está en camino—habló la más mayor a lo que la pequeña tan solo hizo un puchero volviendo a la cama.

(***)

—Ya estoy de vuelta...—susurró Ariel interrumpiendo en la habitación, a lo que Amber sonrió alegre.

—Hermana...—Habló la castaña,—Hoy tengo revisión con el guapo doctor, Robert Lambros, es muy prestigioso, tiene muchas clínicas, y ahora es mi cuñado...—añadió canturreando la ojiverde.

Su hermana tan solo negó divertida ante la actitud de la menor.

—Llama a Melanie, ella debe estar junto a nosotros cuando llegue Rob—aclaro molesta Amber, a lo que su hermana tan solo asintió. ¿Qué mosca le había picado?

—Como usted mande mi reina—habló Ariel poniendo voz teatral, a lo que su hermana rio.

De repente el sonido del tono de llamada de Ariel inunda la habitación, era de Nueva York.

—¿Sabes qué?...Puedes hacerlo tu misma, baja y dile al señor Gerardo o a alguien que la llame...—habló la morena antes de atender a la llamada mientras su hermana cogía el palo, y tanteaba para bajar. Aunque de muy mala manera, así que Amber decidió que mejor era quedarse y poner la oreja a la conversación de su hermana, y más si era de Nueva York. Tenía curiosidad por la vida que se había forjado ella en tierras tan lejanas.

—Ariel, amor, te echamos de menos aquí. ¿Tienes ya a tu hermana? Cogela y ven. ¿A caso no fue eso lo que hablamos Jerónimo, tu y yo?—la voz de una Esmeralda desesperada, al otro lado de la línea, hizo que Ariel trazara una sonrisa, a pesar de que no eran buenas noticias. Pocas veces había escuchado a Esmeralda Santillán sonar desesperada.

—Es lo que tengo planeado. Es lo que dijimos, ya tengo a mi hermana, pero las cosas no fueron como planeamos. No tengo nada claro, Esme, las cosas se han torcido...—susurró Ariel, y de qué manera, pensó—Tres meses me disteis, y tres meses tardaré—aclaró después al escuchar un leve forcejeo que se había declarado al escuchar sus palabras, debía ser Jerónimo, quería hablar con ella. Blanqueó los ojos desesperada al otro lado del teléfono.

Tomó aire mirando a su hermana quien le susurraba alegre: diles sobre tu boda, que vengan ellos también. Le decía la castaña con su actitud clásica, servicial y alegre. A veces olvidaba que ella también había sido así una vez. Ariel ignoró los susurros de su hermana y decidió irse de la habitación para hablar con comodidad con su amiga y maestra. Ni de coña iba a llevar a Amber a ese mundo. Sobre su cadáver, Amber no merecía estar entre esa chusma.

Además que por otra parte explicarle a Jerónimo que iba a casarse y encima con otro hombre después de haberle dicho que no, no le sentaría bien precisamente.

Caminó por el pasillo hasta llegar a una de las habitaciones más cercanas.

—Mi tía ha abandonado la casa, quiso hundir la hacienda, quiere estas tierras a cualquier precio. Además hay un hombre, Logan Lambros, quien también las quiere, estoy segura. Para poder quedarme a Amber, tuve que mostrar mi estado civil como una mujer casada, y ahora tengo una fiesta de compromiso y una boda...—explicó la ojiverde en un hilo de voz sabiendo lo que causaría esto en Jerónimo—No se lo digas a Jerónimo, ya sabes que solo tengo ojos para él—mintió sabiendo que esa bestia habría tomado ya el móvil de la mano de su amiga así que era mejor prevenir que curar un mal como era la ira del gran Jeron, Jerónimo Santillán.

Podría haber jurado escuchar como Esmeralda al otro lado había tirado todo el vino que seguramente estaba bebiendo. Ni en instantes como ese dónde seguramente intuía que debía estar en graves apuros por su culpa dejaba de beber.

—¿Qué tu has hecho qué?—gritó la pelirroja al borde de la locura viendo la ira de Jerón multiplicarse por segundos.

—Lo que oyes. No sé ni lo que hago ya. En el fondo no se si quiero dejar esta tierra a alguien más. Al fin y al cabo crecí aquí, tengo tantas memorias...—susurró abatida la castaña ignorando el ataque de corazón de su amiga.

—Ariel...—susurró cortante, nadie la llamaba así de Nueva York excepto ella cuando buscaba un favor—Gigi, no te ablandes. No olvides que eres Gigi Fox. Aquí es donde debes estar con el resto de chicas. No olvides que esa ya no es tu vida, no eres una mujer libre. Tu vida está aquí con Jerónimo, te echa muchísimo de menos, se que no teníais nada, solo sexo pero... No sé. No creo que esto le vaya a sentar bien, de hecho le ha sentado horrible, ahora tendré que lidiar con su amargura. Por lo que oigo tienes mucho desorden mental—añadió la pelirroja serenándose, tomó aire y continuo —Ya sabes de lo que es capaz, Jerónimo iría al fin del mundo por ti, hoy me ha mandado a secuestrar solo para hablarte. ¿No es romántico? —concluyó en tono de burla Esmeralda, Ariel sintió un nudo en la garganta que pronto se trasladó a su estomago, era todo verdad. Ella pertenecía a Nueva York, ella era parte de esa chusma de la que no quería que Amber formara parte.

—Lo sé, Esme, dile que lo quiero muchísimo. Y que si el me quiere, debe querer a mis seres queridos, y yo te quiero mucho. Así que el debe cuidarte. Tres meses y seré suya. Estaré ahí de nuevo—aclaró Ariel deseando con todas sus fuerzas que su voz hubiese sonado creíble, no quería poner en apuros a su amiga.

—¿Has oído animal? Dice que me cuides—escupe la pelirroja al otro lado del teléfono,—Ahora dile a tus gorilas que me sirvan más vino. Tres meses y está de vuelta.

—Además...Eres su hermana...Se te ocurrirá algo. Aquí debo resolver mi mente, tal vez me tome menos tiempo. No sé, no puedo prometer nada. Solo se que mi hermana está ilusionada con la dichosa boda ni se imagina que todo esto es un chanchullo para sacarla de ahí. Por otro lado, está Logan, y por otr...—no puede terminar la frase, habían colgado, se gira sorprendida al ver que Alejandro había entrado por detrás.

La piel no olvidaWhere stories live. Discover now