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—Bue...—Logan paró en seco al no encontrarse con nadie a quien abrazar. No había rastro de ella, se había esfumado de la noche a la mañana como si hubiera sido un sueño, un delirio, algo que no había sucedido jamás, no había rastro de Ariel.

Hacia tiempo que Logan no compartía cama con nadie y cuando lo hacia desaparecía antes de que él pudiera decirle los buenos días. No es que fuera un romántico pero era un hombre decente.

—¿Ariel?—preguntó con molestia buscandola por el lugar como si no entendiera como aquel ángel con quien había compartido una de las mejores noches de su vida hubiese decidido abandonarlo como si no hubiera sucedido nada.

Poco después encontró una nota en uno de las mesillas de noches que había en la recamara.

—Lo siento, señor Lambros, no soy el tipo de mujeres que uno puede abrazar por las mañanas ni de las que te preparan el desayuno—

Poco después arrugó el papel con fuerza e hizo una bola para poco después estamparla contra el suelo con toda la fuerza que sentía en esos instantes. ¿Cómo había sido tan imbécil de caer en sus redes? Las mujeres como Ariel no podían ser amadas ni debían ser amadas, la palabra amar les quedaba a años luz, él debería haberlo sabido... ¡Por dios! ¿En qué demonios había pensado?

—Tienes razón, he sido un idiota—susurra él con rabia.

Había caído en la trampa de una mujer simplona y estúpida como era Ariel Stone sin beberlo ni comerlo pero era tarde ya, lo sabía bien por el nudo que se había formado en el pecho por más que pretendiera negarlo esa mujer estaba entrando poco a poco dentro de él.

➔ ➔ ➔

El nombre con el que la conocían en Nueva York no era Ariel, era Gigi. Hubo un tiempo en que Esmeralda murmuraba de forma constante lo odioso que se había convertido para ella lloriquear escucharla lloriquear su nombre entre sollozos, hasta tal punto que la mismisíma Ariel ahora el simple hecho de pronunciarlo le daba arcadas y malos recuerdos. Había sufrido mucho y con cada sufrimiento había adquirido una nueva arma contra el mundo como el simple hecho de superar que fuera donde fuera el mundo sería hostil con las niñitas debiles y fragiles como Ariel y que Gigi, o la Ariel que era ahora, debería velar eternamente por mantenerse cuerda y no caer en el oasis que podría aparacerse en su camino en forma de amor.

Por eso ya nadie la llama asi excepto Esmeralda y Jerónimo y bueno... El resto de personas en Aqueo.

Aunque Gigi, su nombre artistíco si es que a la prostitución se le podía considerar arte y no esclavitud, la molestaba en parte, a la pequeña Ariel inocente que había sido traicionada por las dos personas que creía ser sus mayores protectores, y la molestaba porque en el fondo esa era no ella. Esa era la versión que habían creado de ella, el monstruo sin sentimientos ni reparos capaz de pisar a cualquiera en cualquier momento sin importar las consecuencias. Letal, demasiado fría, calculadora y sobretodo sin corazón...

Sabía desde un principio que volver a Aqueo abriría viejas heridas pero es que estar junto a Amber había despertado a Ariel y había matado a Gigi de algún modo. Esa batalla constante que había entre ellas en las cuales siempre había dominado la poderosa y ambiciosa Gigi se había quedado en nada frente a la Ariel entre los brazos de Logan.

El problema que tuvo la Ariel inofensiva que creía en el amor es que fue hecha de porcelana practicamente después de tantos golpes no es de extrañar que este rota. Se le van notando ya las grietas, los golpes y aunque cuente con solo veinticuatro años es vieja. Después de aquel embarazo que la dejó tan destrozada, todo ha ido de mal en peor, y aunque la Ariel de ahora no deja que la Ariel de antes destrone a la gran Gigi Fox, se pudre y eso es algo que lo vería todo el mundo por más que pretendiera esconderlo.

Se le formó un nudo en la garganta al pensar en Logan, en lo bonito que habría sido amanecer a su lado e incluso seguir con lo que habían tenido anoche pero no era posible, su razón le gritaba a voces que no era lo que debía hacer en momentos como ese. También le gritaba que ni de coña permitiría que Amber se conviritiera en una muñeca de porcelana rota como ella, que era lo más probable que ocurriera en Nueva York... Ninguna mujer y menos aún una niña inocente debería pasar por el proceso de ver como muere lentamente a orgasmos masculinos su inocencia.

Un escalofrío recorre su cuerpo al pensar en los clientes del club, de la mala o buena suerte que tuvo de convertirse en la favorita del jefe y lo inalcanzable que hizo eso, pero por lo habitual esa no era la norma, incluso cuando se era la favorita seguías siendo la puta, la puta de todos. El amor o sentirse amado son conceptos que se escapaban de lo que podía permitirse una puta como ella.

Seguramente si en Aqueo se llegara a conocerse esa faceta de ella las cosas irían mucho peor de las que ya habían ido.

Pero esa era ella en esos momentos y nada ni nadie podría cambiarlo.

➔ ➔ ➔

—Dime niña—susurra Delilah con media sonrisa—¿Cómo fue la noche?—añadió con curiosidad.

Las mejillas de Melanie se tiñieron del peor de los rojos.

—Ay, dios, anoche—volvió a hablar ella sin poder evitar el horror en su mirada.

Sí, anoche, se dijo, anoche cuando rompió su pacto... Anoche cuando besó al cerdo a la que a su prima le había hecho tanto daño, anoche...

Anoche cuando dejó plantado al doctor por besarse con el descarado y malparido de Hunter Lambros, el hombre que no supo ser hombre cuando las circunstancias más se lo exigían.

—¡Niña, dime qué paso!—gritó Delilah sabiendo leer perfectamente en el rostro de la joven que algo muy grande había pasado anoche.

—Nada, no seas cotilla—la recriminó como si ella fuera la mayor.

—Niña, no me mientas—la regañó.

—Está bien—afirmó cortante—AyermebeséconHunter—añadió de un tirón en cuestión de un segundo.

Los ojos de Delilah se agrandaron de forma instantanea, parecía en trance y luego finalmente en shock.

—¿Qué tu qué?—volvió a repetir.

—Me besé con Hunter—repitió Melanie cabizbaja.

—¡Ay mi dios!—fue lo único que pudo pronunciar la morena mientras Melanie no podía pensar en nada excepto lo mal que se sentía consigo misma.

La piel no olvidaUnde poveștirile trăiesc. Descoperă acum