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—Dígale lo guapa que está Melanie con su vestido de los lunes—sonrió ella clavando sus ojos verdes en los ámbar del doctor sabiendo que eso descolocaría a su prima.

Melanie miró con los ojos fuera de órbita la situación mientras Robert daba un paso al frente.

—Está hermosa—afirmó, mientras Melanie Melbourne sentía sus piernas derretirse ante esa mirada tan atenta, él la había observado como nunca nadie había hecho, o al menos eso es lo que podría jurar Melanie en esos instantes, se sentía tan expuesta sin su clásico hábito. El vestido de los lunes era un vestido de manga larga, que le llegaba hacia las rodillas, de color verde, no es que fuese un vestido de gala, pero había sido un regalo de su padre, así que lo guardaba con mucho amor. Que el joven doctor se hubiese parado a escanearla como nadie había hecho antes, le hizo enfrentarse con la realidad: de cara al mundo ella era una mujer, y todo aquello que esa afirmación conllevaba—Dicho esto, ¿tu no te habías graduado y especializado como pediatra?—añadió él.

Robert Lambros tenía un recuerdo borroso de sus días de Universidad, tan solo recordaba que Melanie Melbourne era la otra doctora de la ciudad, ellos dos eran hijos de dos viejas amigas, que no dudaron en dejarlos ir a otro lado si era en compañía del otro. La diferencia es que el había lanzado el vuelo y Melanie, bueno Melanie...Melanie había acabado de monja en el monasterio. No entendía ni el porqué ni el cómo. Era una mujer agradable a la vista. Aún era joven, pero decidió lanzarse a esa vida.

—Sí, ¿por qué?

—Porque necesito una urgentemente en la clínica, hace falta una—sonrió él de forma elegante, como solo un Lambros podía y sabía hacer.

Amber al escuchar la conversación no dudó en intervenir.

—Deja el monasterio, no vales para ello. Ayuda a la gente de a fuera, te necesitamos. Muchos niños del pueblo también—suplicó la ojiverde haciendo un puchero final, a lo que la mayor la mira de mala manera. Si tan solo pudiese verla seguramente Amber habría deseado que la tierra la tragase, Melanie sentía una mezcla de sentimientos a flor de piel que a medida que dejaba que pasaran los segundos se hacía con el control de su corazón. Jamás había presenciado algo semejante.

A lo que nuestra mujer, por primera vez, en muchos años, decidió seguir su instinto y aceptar la oferta, salir de ahí, iba a ser una aventura, una aventura que ya le estaba haciendo una visita en forma de mariposas en su estomago. Una aventura que probablemente tenía todas las de complicarse pero quería renegar de ese instinto y darle vía libre a esta oportunidad que el destino le había regalado.

—Amber no molestes a la señorita, ella ya no quiere codearse con los mundanos, prefiere las montañas, a las señoras, y al río...—aclaró el castaño regañando a la adolescente.

—No, de hecho, acepto. Quiero el puesto. Quiero sentir la fuerza del mar, del sol, y de la gente—afirmó sincera, como si esas palabras hubieran salido de lo más profundo de su ser, y en parte lo era, habían salido con una fuerza que nunca creyó poder tener. Tanto la cara de Amber como la del doctor se habían convertido en un poema, Melanie, la mujer más callada, más tranquila, más piadosa, había decidido dejar el convento y convertirse en una joven pediatra. —Todo sea por ayudar al pueblo.—añadió ella con una hermosa y deleitante sonrisa o al menos eso le pareció a Robert.

—Genial, la espero mañana. Y las veo esta tarde, es la gran fiesta. Logan y Ariel harán oficial su compromiso.—comentó divertido mientras Melanie negaba de nuevo, de eso si que no saldría nada bueno.

Entonces, cuando por fin la adrenalina del momento empezó a bajar, y con ello llegaron sus efectos, se dio cuenta de la tontería que acababa de hacer. Tomó aire incrédula ante la situación. Meditó de nuevo lo que estaba a punto de suceder, miró incrédula sus actos. La mujer que era hoy no habría hecho ni dicho nada parecido a eso ni en mil años, pero lo había dicho. De su boca habían salido esas palabras, de ella, de nadie más. ¿De verdad quería vivir en Aqueo?

—Gracias doctor—pronunció finalmente Melanie finalmente acompañándole a la puerta.

—Por favor, Melanie, creo que ya nos conocemos lo suficiente como para tutearnos—sonrió.—Me se el camino—añadió caminando hacia el largo pasillo sin darse cuenta del volcán que se había encendido en Melanie, probablemente un semáforo la envidiaría de verla.

Todo su estado cambio al ver como Ariel salía de la habitación, una Ariel que había estado sufriendo, tenía los ojos llorosos y rojos, su cara mostraba cansancio. Ariel corrió a los brazos de su prima, y esta abrió sus brazos como siempre. Las lagrimas volvieron a apoderarse de ella.

—Ariel...—pronunció mientras Ariel tan solo sollozaba.

—¿En qué me he convertido?—hace una pausa tomando aire, —¿Y Robert? ¿Llego tarde? La revisión de Amber...—añadió preocupada buscándolo con la mirada.

—Ariel...—volvió a llamarla Melanie parándola. La cogió por la barbilla sonriéndole de corazón y volvió a abrazarla—Nadie te ha convertido en nada, sigues siendo tú. Todo está bien. Verás como todo saldrá bien, saldremos de esta—añadió consolando a la castaña, a lo que la otra la mira con los ojos llorosos.

—Mi fiesta de compromiso es esta noche. ¿Qué estoy haciendo?—negó a lo que Melanie, le sonríe.

—Mírame, la Ariel que conozco planta cara a todo y a todos. Piensa en ello. Tomate tu tiempo, arreglate lo mejor posible y enfrenta a tu tía Patricia y a la víbora de Megan Lambros, muestrales como al final ellas se equivocaban. Se que no te importa pero te has llevado la joya preciada de Grecia y probablemente del mundo.—argumenta Melanie convencida de lo que Ariel Stone habría hecho, sin duda alguna.

—Tienes razón...Tienes razón.—susurra Ariel limpiándose sus lagrimas. —Debo aprovechar esto y sacar ventaja, nada pasa de forma aleatoria ¿cierto?—añade con una sonrisa. Melanie asiente de forma efusiva.

—Ahora vamos, tu hermana nos está esperando. Debemos empezar a prepararnos para la gran noche.—explica.

La piel no olvidaWhere stories live. Discover now